martes, 6 de febrero de 2007

COMPROMISO ENTRE PADRES Y EDUCADORES PARA LA DISCIPLINA ESCOLAR

César Chinguel Arrese
1.Introducción
Cuando pensaba en el mejor modo de enfocar el tema que nos ocupa se me ocurrió pedir consejo a mi mejor amiga – mi mujer - sobre qué pensaba ella de la disciplina en el hogar. Me sorprendió cuando me dijo que nunca lo había pensado, que era un concepto que le parecía poco familiar. Que más bien ese concepto le recordaba a instituciones ajenas a la familia. Pregunté a otros padres de familia y su respuesta fue más o menos similar. No tengo la suerte de ser un Pedagogo como ustedes, aunque tenemos en común el profundo amor que guardamos a nuestros hijos, y por ello, intentaré plantear en los próximos minutos una breve reflexión del tema desde la óptica familiar. Para empezar, veo conveniente establecer ciertos códigos de comunicación común para evitar confusiones. Empezaremos por aclarar los conceptos que nos ocupan, a saber: disciplina y compromiso. Continuaré con un breve comentario relacionado a la autoridad, y a continuación, plantearé unas reflexiones sobre las líneas de acción de los padres y profesores que les permitan generar un verdadero compromiso, a propósito de la disciplina como medio para formar mejor a los hijos y alumnos.
2.¿Qué es la disciplina?
Disciplina viene del latín Discere que significa aprender. Esto significa que en la raíz de toda disciplina está latente la acción educativa. De esta expresión latina (discere) se derivan otros conceptos como el de Docente, que es la persona que enseña, y Discípulo, que es el que aprende. También de Discere deriva la palabra Disciplina (llamada antiguamente discipulina), que son las normas que conservan el orden y la subordinación entre el docente y el discípulo para facilitar el aprender, es decir, el Discere. Lo que está claro es que la disciplina implica un esfuerzo tanto del discípulo como del profesor por aprender y enseñar. Disciplina implica también la satisfacción natural de la persona cuando comprueba que ha incorporado la verdad a su limitado entendimiento, en definitiva incorpora parte del mudo a si mismo mediante el conocimiento. La disciplina tiene dos planos íntimamente relacionados.
2.1 Disciplina interna: la familia y las virtudes humanasEl primer plano es el más importante y radical porque está encaminado a la adquisición de las virtudes humanas. Su ámbito natural es la familia, y en concreto, una responsabilidad de los padres. No en vano se ha denominado a la familia como escuela de virtudes. Esta disciplina interna, que como hemos dicho, está encaminada a facilitar el aprendizaje, son un conjunto de hábitos operativos buenos que ayudan a la voluntad en el esfuerzo que implica el aprender; son las virtudes humanas que promueven la búsqueda de la verdad. Según David Isacs, entre otras virtudes humanas, para el aprendizaje son particularmente importantes la prudencia y la fortaleza. Aunque no corresponde ahora ocuparse en extenso de las virtudes, si vale aclarar que sin la prudencia se corre el riesgo de confundir los medios con el fin buscado. Conviene no perder de vista que la disciplina es un medio y no un fin en si misma.
2.2 Disciplina externa: normas y ambiente educativoEl otro ámbito es el relacionado con el ambiente de aprendizaje, es decir, el ambiente normativo que facilita el cumplimiento de los roles tanto de profesor como del alumno. Ambos planos, el interno y el externo, se relacionan en virtud de la unidad substancial de la persona humana. Estos ámbitos se dan tanto en la familia como en el colegio.
La PrudenciaSin la prudencia la persona cae en un fanatismo por el la disciplina, como si ésta fuera el fin buscado en el aula y no un medio empleado para un mejor aprendizaje. Como en toda hábito operativo bueno, siempre existen dos vicios relacionados, uno que se le opone abiertamente (la indisciplina) y el otro que se enmascara y disfraza de virtud (exceso de disciplina), quizá el más peligroso por inadvertido. La virtud de la prudencia permite elegir bien y nos ayuda a no perder de vista el por qué de nuestro esfuerzo.
La Fortaleza La virtud de la fortaleza nos ayuda a no abandonar el bien buscado a pesar de los obstáculos. Prudente y fuerte, ese es el perfil virtuoso del buen estudiante, o si se prefiere otra terminología, son los valores deseables en nuestros profesores y alumnos en su disciplina interior. Pero lo anterior, con ser necesario, no es suficiente. A mi criterio, la virtud más radical es la caridad: el amor. Es lo que nos hace más humanos, pues nos permite comprender que, a pesar de todas nuestras miserias, estamos hechos para el Bien, para servir, para comprender, en definitiva, que existimos para un Otro.
La Caridad Si no sabemos amar, difícilmente reconoceremos el bien que pasa ante nuestros ojos, en nuestro caso concreto, no será atractiva la verdad que mediante el conocimiento transmiten los profesores. Sin caridad, no es posible reconocer lo bueno que resulta para nosotros aprender, conocer, hacernos del mundo para dominarlo, someterlo y ponerlo al servicio del hombre. Por ello es que la las tres virtudes principales que favorecen el aprendizaje y mueven el interés para el estudio personal son: la caridad, la prudencia y la fortaleza. Estas virtudes son necesarias en primer lugar en los padres y profesores, y en segundo lugar en los alumnos.
3.Autoridad y Disciplina
Ahora podemos preguntarnos ¿Dónde radica la autoridad que sostiene la disciplina escolar? ¿Cuál es su fundamento? La palabra autoridad viene del latín auctoritas. Autoridad es la facultad de influir notablemente en el desarrollo de una acción, o de influir sobre la evolución de una situación en la que participan personas. Es el reconocimiento personal al autor de algo valioso, ya sea de modo directo, o a través de otras personas que reciben ese reconocimiento por delegación explícita o implícita. Pero ¿Cuál es la fuente de autoridad en el proceso educativo? Empecemos buscando en la familia. Las familias tienen un momento fundacional: el matrimonio que tiene como fines: la procreación, la formación de los hijos, y la ayuda mutua de los cónyuges para ser mejores personas en comunión. La educación de los hijos es uno de los fines del matrimonio. Por ello, la autoridad recae sobre los padres también de modo natural, es decir, es un mandato de la naturaleza humana que los padres reciben sin pedirlo.
En la familia se habla muy poco de disciplina, al menos de modo directo. Los padres hablan del exceso o defecto de orden, laboriosidad, perseverancia, bondad, etc. de cada uno de sus hijos, de sus éxitos o fracasos escolares, pero no hablan de disciplina. En instituciones no naturales, es decir, aquellas creadas por el hombre, si se habla de disciplina, por ejemplo el colegio, el deporte, o en un cuartel.
En la convivencia familiar se respetan normas, más o menos explícitas, que los padres se esfuerzan por hacerlas cumplir con mayor o menor éxito. Esas normas tienen su fundamento en el “amor incondicional” de los padres. Un hijo obedece a sus padres porque confía en ellos, porque los ama, porque sabe que quieren su bien, incluso sabiendo de las limitaciones de ellos. La raíz de la autoridad paterna es el amor que tienen los padres a sus hijos.
En un colegio los profesores tienen autoridad formal porque los padres se la han delegado para fines educativos. Esa autoridad descansa sobre las virtudes humanas del profesor. Para un adecuado ambiente educativo se requiere el fomento de ambos planos de la disciplina, si falta uno de ellos, la autoridad escolar se debilita.
4.Los protagonistas
Ahora conviene situar a los protagonistas del compromiso a propósito de la disciplina escolar. Nuestros protagonistas son, en primer lugar los padres de familia porque son los primeros, permanentes, y naturales educadores de sus hijos. En segundo lugar están los que son educados, es decir los hijos, que confían en la formación que les ofrecen sus padres, y en aquellas personas que reciben este encargo por delegación paterna. En tercer lugar están los profesores y la institución educativa que los promueve, porque brindan un servicio educativo a la familia. En términos empresariales, los primeros clientes del servicio educativo son los padres de familia, pues la acción educativa del profesor termina al terminar el periodo escolar, la de los padres termina con la muerte, y sospecho que va más allá en virtud del Amor.
Para que sea posible el compromiso entre padres y profesores es necesario saber a qué se comprometen los protagonistas. Podemos preguntarnos sobre ¿Qué rol o papel tienen éstos que cumplir?, pues si estos roles no están claros, surgen ambigüedades, y aunque los protagonistas se esfuercen por desempeñar roles que consideran importantes, se generan conflictos, pérdida de confianza entre padres y profesores, y naturalmente un nivel de compromiso muy bajo, con la consiguiente pérdida de eficacia educativa. Entonces volvemos a preguntar: ¿Cuáles son los roles sobre los que padres y profesores deben comprometerse?
5.Planos de acción
Empezaremos por mencionar dos vicios en la relación entre padres y profesores. El primer vicio es el del padre que se cree profesor, al que llamaremos el “padre-profesor”. El segundo de los vicios es el del profesor que se cree padre, y lo llamaremos “profesor-padre”. Ni el padre es el profesor, ni el profesor es el padre. Cualquiera de estos vicios rompe cualquier posibilidad de compromiso. Y lo rompe porque ambos tienen planos de acción distintos y complementarios.
Estos planos se enriquecen mutuamente y si uno de ellos presenta problemas (no sólo dificultades), el otro plano los refleja. Esto en virtud de la unidad de la persona humana, en este caso, del hijo que se mueve en ambos planos: el familiar y el escolar.
5.1 Plano del amor incondicional: Padres
Este plano es el plano familiar, es el plano natural de la persona, en este plano la persona nace, comprende por primera vez en su vida que no está solo, que mamá y papá le acompañan íntimamente, aún antes de nacer, desde que empieza a vivir, desde que fue concebido en el seno materno. Aprende a dar sin condiciones, pues reconoce en su intimidad, desde que tiene memoria, que solamente ha recibido cuidados por el simple hecho de ser miembro de su familia. No importa si es más o menos inteligente, alto o bajo, no importa el color de su piel, o si tiene facilidad para los idiomas, simplemente recibe porque es él. En la familia la persona no solo recibe elementos materiales necesarios para su subsistencia, también recibe sobretodo el amor de sus padres y hermanos, y en esta dinámica, descubre que él también tiene necesidad de dar, de dar sin condiciones, de dar lo suyo, de darse él mismo a los demás, en definitiva aprende a amar. Para aprender a amar es necesario amar, y ser amado. No es posible aprender amar en teoría, en un salón de clase, pues la dinámica del amor supone la apertura de la propia intimidad con los suyos, y éstos, los suyos, lo son en verdad, pues ellos también se dan en un movimiento de donación incondicional mutua y continua. Este es el plano educativo esencial, y por esto la familia es el ámbito educativo natural de toda persona humana. Dicho en otras palabras: los padres son los primeros educadores. En la relación entre los miembros de su familia la persona aprende a socializar, comprende el valor de la amistad, del dolor. Aprende a compartir, a respetar, a valorar la verdad, a desear conocer más y mejor esa verdad, verdad que le sirve para dominar su mundo. Para transmitir las verdades que conoce nuestra cultura la familia requiere de un adecuado servicio educativo. La acción educativa de los padres no requiere de alta ciencia, pues se fundamenta en la sabiduría natural que proporciona la dinámica amorosa de la familia. Incluso en aquellas familias en las los padres tienen un nivel de instrucción bajo, donde los padres no saben leer ni escribir, si los padres aman a sus hijos, educan más y mejor que otras familias en las que hay un nivel alto de instrucción pero el amor incondicional no es el eje de la familia.
5.2 Plano del conocimiento y la amistad: Profesores
Este es el ámbito propio de los profesores. La disciplina escolar se asienta en la autoridad de los profesores, autoridad que tiene su fundamento en su competencia profesional y en su categoría humana. Nuestra cultura requiere que las personas tengan un nivel de conocimientos que complemente los recibidos en la familia. Para lograrlo los padres recurren a una institución educativa buscando a personas que sean capaces de ayudarlos en la formación de sus hijos a propósito de su labor didáctica. No siempre fue así, en la antigüedad, cuando predominaban modelos familiares culturalmente distintos, los conocimientos eran suministrados por el entorno familiar. El plano sobre el que actúa el colegio es el de la amistad (amor de amistad) y la competencia profesional. La amistad es el tipo de amor humano que surge de compartir el tiempo con otra persona a propósito de una actividad buena en común. Para que el profesor sea eficaz debe ser amigo de sus alumnos, preparar su clase como si lo hiciera para el mejor amigo. Debe estar deseando que empiece su clase porque simplemente la pasa bien con los chicos. Debe esforzarse por mejorar cada día en el plano humano, pues es el único plano que realmente educa. Los padres no esperamos que el profesor sea un genio, esperamos que sea una persona buena que se esfuerce cada día por ser mejor. Los padres de familia esperamos que el profesor colabore con nosotros a enseñar a nuestros hijos a reconocer y apreciar la verdad. Y en la búsqueda continua de esta verdad, esperamos que surja de modo natural el deseo de estudiar, no para aprobar, sino para aprender.
6.Compromiso
El compromiso entre padres y profesores se fundamenta en una adecuada comunicación que permita a ambos protagonistas conocer lo que unos esperan de los otros. Los padres deben comprender qué necesitan de los profesores para una buena educación de sus hijos. Deben reconocer que ellos conocen de técnicas pedagógicas que les facilitan la transmisión de conocimientos de modo eficaz y eficiente. Deben tratar de conocer la calidad humana de los profesores que educan a sus hijos, y en esta línea, exigir competencia profesional y calidad humana. Los profesores deben comprender que, como decía el fundador de esta universidad, los protagonistas más importantes de un colegio son los padres de familia. Esta afirmación no es una frase bonita, tiene aplicaciones prácticas que si no se respetan, la labor educativa se diluye en la ineficacia, y se genera una pérdida de confianza entre padres y profesores que destruye el compromiso. Desde luego es una tarea apasionante, lo que no quiere decir que sea fácil, lo fácil es crear muros de incomunicación entre profesores y padres de familia. Hay que comenzar en plano inclinado, poco a poco, y en la medida que se concreten los compromisos en torno al ambiente escolar (la disciplina), ir planteando nuevos retos. Debo terminar diciendo que, gracias a Dios, conozco a muchos y muy buenos profesores, profesores que he visto crecer cada día, mientras veía crecer a mis hijos, profesores que han ayudado a mi familia en esa tarea, tan gratificante como agotadora, como es la educación los hijos.
Muchas gracias,

RETOS DE LA FAMILIA ACTUAL

Dr. César Chinguel Arrese

“¡El futuro de la humanidad se construye en la familia! Por consiguiente es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia”. Estas palabras de Juan Pablo II nos plantean una cuestión fundamental de la que nadie está exento. Por ello me parece muy apropiada la iniciativa de los organizadores para reflexionar sobre este tema: La dignidad de la familia. Para afrontar estos retos que nos propone el Papa Juan Pablo II es necesario que nos detengamos un momento para ponernos de acuerdo en algunos fundamentos que sostienen a la familia y marcan su razón de ser, y por tanto su finalidad. La familia es la realidad social más íntima que tiene la persona humana; en ella, el hombre nace, crece, se forma, pero fundamentalmente, sale de sí mismo y aprende a amar.
La intimidadEmpecemos hablando de una realidad humana llamada intimidad. La intimidad somos nosotros mismos, es nuestro ámbito privado (el más íntimo) que tiene niveles más externos, incluso visibles, y llega a profundidades que solamente nosotros conocemos, en donde estamos solos ante nosotros mismos. La intimidad se puede compartir, por ejemplo con nuestros conocidos, con nuestros amigos, nuestra familia, etc. Nadie puede acceder a ella si no se lo permitimos. Es un ámbito propio de nuestra libertad. En la familia, el nivel de apertura de la intimidad de sus miembros es tal que permite un ambiente propicio para el amor, es como un campo muy fértil para amar. Cuando nacen los hijos se unen, a su modo, a la intimidad amorosa de sus padres. Son acogidos y aceptados como parte de esa intimidad, con un alto grado de pertenencia; por eso decimos “mi hijo”, “mi padre”, “mi mujer”, “mi marido”, etc. Incluso, científicamente está comprobado que psicológicamente el recién nacido se siente parte de un todo con sus padres y continúa así hasta la progresiva afirmación de su yo. La familia permite la aceptación de todos sus miembros por el simple hecho de serlos. No importa si el hijo es alto o bajo, más o menos inteligente, etc., es recibido y amado simplemente por ser hijo y parte de esa familia. Este ambiente es único y propicio para aprender a amar.
Instinto, deseo y placerOcupémonos brevemente de algunos términos que los medios de comunicación social emplean frecuentemente de forma ambigua. Estos términos son el instinto, el deseo, el placer y el amor. Todas estas realidades son muy buenas y están puestas para servir al hombre. Como bien se sabe, en la creación existe una sabiduría y un orden para poner todo lo creado al servicio del hombre, y para ayudarlo en la tarea –trabajo– que comporta el cumplir la finalidad para la que ha sido creado. Si este orden no se conserva no sólo no sirve al hombre, sino que lo destruye, lo hace menos humano, lo deshumaniza. ¿Pero cuál es este orden? Para explicarlo apoyémonos en un ejemplo: La necesaria alimentación humana. Así, el beber y el comer son esenciales para la supervivencia de la persona; si no comemos ni bebemos, pasado cierto tiempo, simplemente dejamos de existir. Tomando como marco este ejemplo, tratemos de distinguir en él el papel que desempeña el deseo, el instinto y el placer:
Instinto: para asegurar la necesaria nutrición, la naturaleza ha impuesto un instinto: el de beber y alimentarse. Pero éste por sí solo no mueve a la acción de comer, requiere de ciertos estímulos y recompensas.
Deseo: al estímulo que mueve a comer le llamaremos deseo, el cual se vale de los sentidos y la memoria para impulsar a la persona a la acción de comer.
Placer: la recompensa por llevar a la acción aquello que sugiere el deseo, es el placer; es decir, el placer es el premio por haber actuado para satisfacer aquella necesidad de la persona, que era alimentarse: la del instinto. Como bien se ve, estos tres ámbitos no son exclusivos del hombre, sino que también existen en otros seres vivos.
Amor y matrimonio¿Y qué papel juega el amor en relación con el instinto? El amor es una realidad tan cercana a nosotros mismos que es difícil definirlo. Es como cuando vemos una pintura muy bella a una distancia tan cercana a nuestros ojos que no podemos apreciarla ni describirla. En la medida que nos alejamos del fenómeno u objeto, veremos mejor lo que queremos describir. En rigor, el amor somos nosotros mismos en movimiento de entrega mutua. No comprendemos la razón, pero inesperadamente sentimos la necesidad de amar. Desde tiempos inmemoriales el hombre se ha cuestionado el porqué de esta ley que marca su naturaleza. Así mismo se registran pinturas, poesía, canciones, etc. que manifiestan esta atracción mutua entre personas. A lo largo de la historia el hombre va dejando manifestaciones más o menos perfectas, o incluso imperfectas, de esta fuerza inexplicable que ha llevado al hombre a grandes actos heroicos. Su imperfección ha dejado muestras contrarias a la naturaleza del hombre mismo. Esta gran “fuerza” es el amor humano. La finalidad de toda persona es el Amor. Tenemos como origen el Amor, estamos hechos para vivir amando y nuestro destino último es el Amor. El ejemplo de la alimentación en el que comentamos las relaciones entre instinto, deseo y placer se queda corto para explicar el amor, más aún el amor entre un varón y una mujer, pues ésta lleva en sí un instrumento extraordinario: la potencia de la procreación de nuevas vidas humanas, cuyo destino es el Amor. ¿Pero cuál es la relación entre amor e instinto? El amor eleva al instinto a la categoría humana; eleva al instinto, el deseo y el placer a una experiencia radicalmente humana. El amor nos hace humanos; es decir, seres capaces de amar, eso es lo que nos da la categoría de personas, categoría que se eleva en la medida en que se incremente la calidad de nuestros amores: “Una persona vale lo que valen sus amores”. En la unión entre esposos, el instinto es una demanda para la conservación de la especie, por ello se pueden desentender algunas personas singulares sin perjuicio para la especie humana. Un ejemplo son los matrimonios que no pueden tener hijos o las personas que en uso de su libertad dedican su vida al servicio de los demás, etc. En el matrimonio, los amantes se pertenecen mutua y realmente. En la medida que la inteligencia hace más suyo este sentido de pertenencia, el amor se hace más fuerte y puro. En la persona humana el deseo tiene una tendencia al desorden buscando su propia satisfacción sin servir al instinto. La inteligencia que proporciona el sentido de pertenencia entre los que se aman es la ayuda para dar al deseo su sentido real. El amor tiene edades que, como todo lo humano, van dando progresivamente sentido a la vida del hombre. No aparece maduro repentinamente sino que, sin que nosotros lo permitamos, nace incipiente y lleno de potencia humana; va creciendo y pasando por etapas o edades que lo van haciendo madurar. Por ello, hay que cuidarlo y conservarlo, pues es nuestro más preciado valor. ¿Y cómo podemos aprender a amar? Sólo se aprende a amar amando. El amor es una experiencia tan íntima de la persona que no es posible conocerlo sin vivirlo, es decir, amando. Por ejemplo, nadie puede explicar a una mujer soltera en qué consiste el amor maternal, si ésta nunca lo ha vivido, si nunca lo ha experimentado. Una cosa es “desear” ser madre obedeciendo la llamada del “instinto” de conservación de la especie humana teniendo “un hijo”, y otra muy distinta es vivir la “experiencia personal” de ser madre “amando” a “un hijo en concreto”, es decir: a su hijo, uno con nombre propio, único e irrepetible. Convendrán conmigo en que entre una y otra situación hay una distancia infinita. Una mirada a la historia nos muestra el grado de entrega heroica del que son capaces las madres y nos da ciertas pistas para comprender el amor humano. Pero este tipo de amor no es el único. Otro tipo es el amor entre hermanos, el amor a los abuelos y tíos, etc. El amor entre una madre y un hijo es un tipo específico de amor humano. De todos los tipos de amor que se dan en la familia hay uno que sobresale por su importancia: el amor entre los esposos que es la materia de comunión entre los casados y fundamento de toda familia. El amor conyugal funda nuevas familias. De su calidad depende la buena formación de los hijos. Si la relación amorosa entre los esposos es saludable, el resto de los amores en la familia suelen darse también de modo saludable, si –en cambio– el amor entre los esposos presenta dificultades serias, los demás amores familiares suelen reflejar estos problemas. Por ello, Pablo VI usa la denominación de “amor humano” cuando se refiere al amor entre marido y mujer en la Humanae Vitae, Encíclica en la que tanto trabajó, el entonces obispo, Karol Wojtyla. Toda familia se inicia con un hecho que es tan antiguo como el hombre mismo. No importa la cultura, el tiempo, el lugar, allí donde se encuentran un varón y una mujer, que experimentan estremecidos una atracción y una fuerza que no comprenden, y donde existe la decisión mutua de compartir juntos la vida, este hecho se repite. De este modo, la familia matrimonial empieza con el encuentro inusitado entre dos personas, un varón y una mujer, que tras conocerse, van madurando mutuamente su relación amorosa hasta que deciden entregarse en donación mutua para toda la vida: el matrimonio. Y la historia se repite: la llegada de los hijos va configurando una familia única e irrepetible en toda la historia de la humanidad.
La familiaLa familia no ha sido creada por mente humana, es una institución natural que hunde su raíz en los mismos orígenes del hombre. Podemos preguntarnos entonces ¿Qué es exactamente la familia? “La familia es, sobre todo, una comunidad de amor formada por personas que comparten lazos de sangre, que empieza con el matrimonio de un varón y una mujer y crece por su amor generoso abierto a la vida”. Pensemos por un momento en una familia sencilla, en la que el padre trabaja con esfuerzo para sacar adelante a sus hijos con gran dignidad. Una familia en la que los esposos se quieren bien y se entregan sin reservas el uno al otro, que muestran con el ejemplo el modo de vivir con alegría las lógicas dificultades que toda familia debe enfrentar, dificultades que al ser superadas les mejoran como personas. En ese hogar, aunque falten los medios económicos o aunque los haya en abundancia, los hijos crecerán arropados por el amor de sus padres, en un ambiente de exigencia natural, donde todos, a su modo y de acuerdo a sus circunstancias, se preocupan por los demás. No hay ni ha habido en la historia, un ámbito más apropiado para el crecimiento humano que su familia. La familia es el espacio donde la persona vuelve a reponer fuerzas, porque allí las encuentra. En la familia los hijos, aprenden a respetar, a discutir, a compartir, a socializar, a conocer, es decir, adquieren virtudes ¿Hay algún padre que no quiera lo mejor para sus hijos? Los padres quieren lo mejor para sus hijos, y eso “mejor”, es que ellos mismos – los hijos – sean mejores personas. Este estilo de relación al interior de la familia está al alcance de cualquier familia sin importar su nivel socioeconómico y su cultura porque depende del amor. Es frecuente ver familias con economías holgadas, pero con dificultades familiares muy serias, tanto, que son profundamente infelices. Y se puede encontrar familias sencillas profundamente felices por la calidad de amor que se profesan.
Familia y sociedadCuando los hijos crecen en hogares bien constituidos, la sociedad en su conjunto mejora, pues ésta no es una idea abstracta, es una realidad muy concreta: la sociedad es lo que son sus familias. Entre los abundantes medios que la tecnología nos ofrece actualmente, nuestra época se caracteriza –fundamentalmente– por ser la era de la información. Los aciertos y los errores que ocurren en un lado del planeta nos llegan casi instantáneamente en cuestión de segundos. Esto hace que las culturas se conozcan y se asimilen a velocidades antes desconocidas. Entiéndase por cultura el modo que tiene un grupo humano de entender al hombre y al entorno inmediato con el que se relaciona. En todas las épocas la familia ha tenido dificultades, y no podemos ignorar las que enfrenta la familia en los tiempos que corren, pero tampoco podemos “llorar sobre leche derramada”. Existen dificultades reales, distintas a las que vivieron nuestros abuelos y, ciertamente, también diferentes a las que tendrán que vivir nuestros hijos y nietos. Pero el hombre tiene a su alcance el modo para resolver estos problemas en la medida en que sea fiel a sí mismo, a su propia naturaleza y, en definitiva, a su fin último. En general, la sociedad no sabe cómo responder a situaciones que le son nuevas. Ante las diferencias, las culturas entran en un proceso de asimilación global, buscando comprenderse sin perder su identidad. Mientras dura este proceso, hay aciertos, desaciertos. Pongamos un ejemplo de desacierto: ante una mal entendida libertad de expresión se permite la venta de agresivas publicaciones que lesionan la moral pública y privada. Basta con darse una vuelta por la ciudad y detenerse en un puesto de venta de diarios para comprobar que la pornografía se vende con suma “normalidad”. Ante la duda sobre la valoración moral de este hecho concreto podemos preguntar a quienes lucran en esa cadena de negocio (desde quienes trabajan en las imprentas, pasando por quienes transportan, hasta el que vende, sin dejar de mencionar a la Municipalidad que cobra una cantidad diaria al ambulante) si dejarían esas publicaciones en la sala de su casa para que todos sus hijos las vieran. La respuesta obvia sería: NO. Entonces, ¿por qué la sociedad no puede actuar? Sin darnos cuenta, va surgiendo una falta de sensibilidad para varias cuestiones que afectan a niños y adultos en el seno familiar, porque como bien se sabe, lo que afecta a un niño, afecta igual o peor a un adulto. Lo mismo podríamos decir del aborto y la eutanasia. Enarbolando banderas de falsa libertad, se vulnera el derecho a la vida tanto en su inicio –en la concepción– como en su etapa final. La Sociedad termina por imponer leyes sin fundamento para justificar los asesinatos de niños sin nacer y de ancianos gravemente enfermos: aborto y eutanasia. Pero, todo lo anterior, con ser muy grave, no es lo más radical. Esos problemas y otros que no hemos mencionado son sólo los síntomas. Lo más importante es que esta falta de sensibilidad ha generando una “verdad relativa”, que no es otra cosa que una mentira sobre el hombre mismo y, por extensión, sobre su realidad social más íntima e inmediata: la familia. El hombre ha terminado siendo un desconocido para sí mismo.
Retos de la familiaA mediados de los años sesenta la “revolución contracultural”, que siguió a la “revolución industrial”, sería la causa de una clara ruptura en el orden de valores. Surgió entonces un conflicto generacional en el que los más jóvenes rechazaban el modo de vida urbano impuesto por la revolución industrial, haciendo del rechazo a toda norma y formalismo un nuevo modo de vida. La sociedad occidental vivía la época posterior al Concilio Vaticano II (años 60’s-70’s) en la que se desencadenó una oleada desinformativa que presentaba algunas normas como aprobadas por la Iglesia, cuando en realidad no era así. Al mismo tiempo, surge un “progresismo científico” que ebrio de conocimiento, se pone al servicio de industrias de anovulatorios o anticonceptivos que lucraban acabando seres humanos no nacidos. Proliferan uniones libres, que no consideran entre sus fines los del matrimonio, alterando la raíz misma de la sociedad. La sociedad de consumo domina e impone una moral “apetitiva” que favorece el consumo para obtener el placer separándolo de su finalidad. Aparece en los países industrializados una alarmante disminución de la tasa de la natalidad que genera el envejecimiento de la población, porque nacen menos hijos que los padres que los procrean. Volviendo al hilo conductor del tema que nos ocupa, es evidente que no llegaremos a plantear los retos de la familia actual, pero trataremos de barruntar al menos tres ámbitos que me parecen importantes:
El primer desafío es el que los esposos redescubran la grandeza de su vocación al matrimonio.
El segundo es redescubrir el valor de la entrega generosa a la vida en las relaciones conyugales y la alegría de entregarse a la formación de los hijos.
El tercer desafío es volver a poner a la familia en el centro de la sociedad. El primer desafío consiste en que los casados redescubramos la inmensa grandeza que conlleva la vocación al matrimonio. Que se puede ser muy feliz viviéndola, y que tiene grandes satisfacciones, no exentas de dificultades y dolor. Es precisamente en este dolor donde está la clave del amor entre los esposos. Lo grande del matrimonio está, paradójicamente, en lo ordinario del mismo. Hay que redescubrir que la entrega al Amor, teniendo como medios los amores de la familia, es la verdadera vocación de todos los casados; que es un verdadero camino de perfección para el hombre, y una vía espléndida y apasionante para cumplir la finalidad por la cuál existe. Que si es posible vivir la pureza del amor entre un hombre y una mujer. Y, para los católicos, que el matrimonio es camino predilecto de santidad, es decir, camino para alcanzar la felicidad eterna. En este punto es pertinente hacer un breve comentario sobre la fidelidad en el matrimonio. Nada produce más satisfacción a los casados que vivirla, y yo diría, hasta disfrutarla, pues es un bien recibido en justicia. No es más hombre el que es infiel a su mujer; en realidad lo es menos, pues no ama bien a una mujer sino que la “cosifica”, y al hacerlo se deshumaniza como hombre. Tampoco es más mujer aquella que le es infiel a su marido, no caben excusas, y de igual modo se hace menos mujer. En general, en un caso de infidelidad los responsables son los esposos, así que les corresponde a ellos, juntos, en unión, perdonarse. Siempre es posible el perdón, porque en definitiva, y paso lo que pase, tanto el varón como la mujer que se casan, estarán realmente unidos en su ser hasta la muerte. El divorcio es signo de desintegración social. El segundo desafío es redescubrir el valor de la entrega generosa a la vida en las relaciones conyugales y la alegría de entregarse a la formación de los hijos. La cuestión no es llenarse de hijos, pero tampoco es no tenerlos, la cuestión es que cada matrimonio tiene los medios para saber el número de hijos que generosamente pueda tener. La sabiduría está al alcance de cualquier matrimonio y, en el caso de los católicos, se cuenta con la gracia sacramental del matrimonio. La familia está por encima de la escuela. Quién tiene el deber y, sobre todo, el derecho de educar a los hijos es la familia, en concreto, los padres. Por ello, debemos tener el protagonismo en la educación de los hijos, más aún en temas fundamentales. El tercer desafío es volver a poner a la familia en el centro de la sociedad. No es que haya salido de la misma sino que está envuelta en una atmósfera de relativismo en la que todos dicen que la familia es muy importante, que es el núcleo y fundamento de la sociedad, que hay que legislar a favor de ella; sin embargo, son muy pocos los que en realidad trabajan a favor de la institución familiar. La sociedad se debe a la familia y no al revés. En virtud de ello, la sociedad está obligada a proteger los fines del matrimonio y la familia: la procreación, la formación de los hijos y la ayuda mutua para crecer humanamente. La sociedad debe velar y poner los medios para que la familia cumpla sus fines naturales. Esto se concreta en: trabajo para el padre y/o la madre, vivienda, acceso a la salud, recreación saludable para la familia, profesores bien formados, planes de estudio que respeten la dignidad humana, leyes que protejan el matrimonio, etc. El eje de la sociedad es la familia, y el eje de la familia es la unión de los esposos. La clave en estos desafíos consiste, fundamentalmente, en darnos cuenta que varones y mujeres están llamados al amor y que son distintos y complementarios porque han sido creados para la unión en comunión, en aquello que pueden darse. Que es posible vivir plenamente la vida matrimonial y que es en lo cotidiano, en lo sencillo de las cosas pequeñas de cada día, en lo aparentemente intrascendente y hasta monótono, donde el amor nos espera para hacernos felices, pero no con un felicidad a medias, de segunda, sino con una felicidad plena. Por último, las causas de los problemas no están fuera de la familia sino dentro. Las dificultades existen y son reales, pero lo importante, lo que realmente genera bondad, está al interior de la familia, en el amor entre sus miembros, y sobre todo, en el amor y fidelidad de los esposos. No hay que olvidar que al final de nuestras vidas de lo único que rediremos cuentas, es de cómo y cuanto hemos amados, nada más.

EL AMOR CONYUGAL ES UNA CONQUISTA DIARIA

César Chinguel Arrese

1.¿La gente sabe lo que es el amor?

Vivimos en una sociedad mediática que nos proporciona a diario abundante información. Esta información no siempre comunica la verdad de las cosas, y cuando esto sucede con frecuencia, se corre el riesgo de vaciar de contenido los conceptos. Así por ejemplo: todos tenemos la experiencia del amor, y sin embargo solemos llamar amor a lo que no es. Sin darnos cuenta hemos ido vaciando de contenido a lo más importante de nuestras vidas.
2.¿Por qué es importante el amor conyugal?
El amor es lo que somos en lo ordinario de cada día respecto a los demás, el amor no es un sentimiento ni un concepto abstracto. Por eso, ahí donde un varón y una mujer reconocen en el otro algo amable que les mueve a entregarse mutuamente, en lo que son y en lo que pueden llegar a ser como varón y como mujer, ahí se renueva la historia humana. Sólo el amor conyugal puede explicar un desprendimiento tan grande como es la entrega total de uno mismo, entrega que sólo es posible entre un varón y una mujer en el matrimonio.
3.¿Entonces, existe diferencia entre una pareja de hecho y una casada?
La diferencia es enorme, aunque en apariencia no lo parezca. A una pareja de hecho le ocurren las relaciones conyugales, y su razón de convivencia se apoya más en aspectos de orden afectivo; desaparecidos éstos, ya no se justifica esa convivencia. En cambio, en el matrimonio ocurren los acontecimientos conyugales porque los cónyuges se han entregado libre y mutuamente a título de deuda. El es de ella, y ella es de él, y el vínculo vive con ellos a pesar del tiempo y las circunstancias. Estar casados es amarse uno con una, y para siempre.
4. ¿Y es necesario conocer esto para vivir bien el matrimonio?
Desde luego que sí, pues en la cultura que nos ha tocado vivir, en donde parece que no hay verdades absolutas, sino que todo es relativo, viene muy bien tener claros los fundamentos sobre los que apoyamos nuestra entrega conyugal. El amor conyugal nace, vive, se deteriora y requiere ser restaurado, crece y cambia con los cónyuges. Esto, que se dice fácil, implica una conquista diaria real, plena de dolores y alegrías, que encuentran en el amor, una extraña conexión de conformidad y cumplimiento de finalidad, y desde luego de felicidad.

AMOR CONYUGAL

“Amor conyugal, Realidad RADICAL”

CHINGUEL ARRESE, César
Universidad de Piura - febrero 2007

En el presente artículo se reflexiona sobre lo que es el amor entre un varón y una mujer. Veremos que el amor conyugal, además de ser un misterio, es la donación de sí mismos que hacen un varón y a una mujer, en razón de la bondad intrínseca que tiene la sexualidad humana. Esta donación es de tal entidad que afecta el ser de los cónyuges y genera en ellos un nuevo modo de ser en la unión, una comunión de personas que, sin destruirlas, las perfecciona haciéndolas más humanas a lo largo del tiempo.


1. Introducción
No se puede entender al hombre si no se comprende el amor, y no se puede entender lo que es el amor sin una adecuada visión del hombre. Nuestros tiempos están marcados por el vaciado de contenido de algunos conceptos fundamentales: términos como el amor, que hasta hace poco parecían tener claro su significado, ahora parecen tener una significación ambigua y relativa. Sin embargo, y pese al abuso que se ha hecho con esta palabra, asistimos a un renacer de su buen uso y significado. “Y es que, como escribe Pieper, las palabras básicas y fundamentales no consienten que se las sustituya, al menos no toleran que se haga arbitrariamente, ni se prestan a que su contenido sea expresado por otras, por racionalmente fundada que esté esa decisión de suplantarlas” [1].
A lo largo de la historia nuestra cultura ha recogido incontables expresiones que reflejan de modo maravilloso lo que es el amor humano; hombres y mujeres de todas las épocas y lugares han dejado plasmado en el arte, la pintura, la poesía, la música, en refranes y costumbres, lo que el amor ha suscitado en sus vidas. El amor forma parte de nuestras vidas. ¿Quién no evoca estremecido el amor que siente por su cónyuge, por sus hijos, sus padres, sus hermanos, o sus amigos? ¿Qué esposo no reconoce que todas las mujeres son iguales menos una, que es su mujer, aquella a quien ama? ¿O qué esposa no reconoce que todos los hombres son iguales, menos uno, que es su marido, aquel a quien ama?
Con el amor sucede lo que con el tiempo: se le conoce bien por experiencia, hasta que nos preguntamos ¿qué es?, y entonces las respuestas no alcanzan a definirlo. Toda persona sabe lo que es el amor por experiencia personal, sabe que existe, pero en cuanto trata de abstraer un concepto empleando la fría razón surgen las dificultades. Tiene la experiencia íntima y entrañable del amor, no duda de su existencia, pero le cuesta definirlo y sólo alcanza a describir lo que le suscita.
Desde los más tiernos años aprendemos a amar en el seno familiar. Las relaciones íntimas que surgen en la intimidad de la familia, es el ámbito natural propio para esa pedagogía. Con el correr de los años los círculos de relaciones van creciendo, y con ellos la posibilidad de establecer relaciones íntimas con otras personas también crece. Surgen así otros tipos de amor, como el amor de amistad, el fraternal, conyugal, etc. Nuestra vida se va enriqueciendo con la calidad de esos amores, y nuestra biografía se va entretejiendo con la de otras personas que vamos amando mientras vivimos.
2. Amor, realidad radical

“Al observador superficial que no tiene suficientemente en cuenta la estructura personal de la experiencia, le puede parecer que el amor no es más que el instinto elevado a una potencia específicamente humana. Otro podría ver en él no una experiencia de pertenencia mutua, sino una simple sublimación del deseo”[2] . La naturaleza insondable y misteriosa del amor impide una definición inequívoca de éste. Muchas concepciones sobre el amor, podrían ser ciertas, aunque incompletas y no pasarían de ser enfoques parciales del amor.
El amor es la realidad más íntima que pueda existir, es lo más radical de la existencia humana, algo a lo cual todo ser personal tiende, y en el cual se complace. “El amor es el primer movimiento, la primera vibración, podríamos decir, del ser hacia el bien. Ciñéndonos concretamente al hombre, el amor es la primera reacción de su sentimiento y de su voluntad, que se complacen en el bien”[3]. Existe pues una estrecha relación entre el amor y un bien que afecta de algún modo a nuestro ser. Pero ¿cómo puede entenderse lo que es el amor?
El amor somos nosotros mismos que, motivados por algo muy bueno presente en el ser de otra persona, decidimos entregarnos a ella, en donación mutua, con la finalidad de conformar una unión. “El que ama sale de su interior y se traslada al del amado en cuanto que quiere su bien y se entrega por conseguirlo, como si fuera para sí mismo”[4]. Cuando se ama, la voluntad quiere el bien del otro como si fuera el propio bien, y la inteligencia se complace en esa razón de bondad. Aunque, como todo lo que tiene valor, ese querer no es gratuito, pues cuesta trabajo y requiere un esfuerzo de vencimiento propio para pensar en el bien del otro sobre el de uno mismo. Al vencer el amor propio, la voluntad se ve fortalecida por la razón de bondad del amor hacia el otro, y en esa dinámica, se va descubriendo con sorpresa aspectos de bondad propios que hasta entonces eran desconocidos, y que amando se van revelando en una novedad permanente: la del amor.
“En último término, el amor es una capacidad de transcenderse a sí mismo y, por lo tanto, no permite prescindir del otro ni su dominio pragmático”[5]. El hombre ya no busca sólo su felicidad, sino que busca sobre todo la de la persona amada. El interés propio se descentra y el yo pasa a un segundo plano, para trasladar el interés a la búsqueda de la felicidad del otro, de tal modo que ya no es ese yo el que importa, sino el tú. Así, amando de este modo, quien ama va descubriendo que el yo crece y se enriquece humanamente en la medida que se produce el olvido de si. Por ello el que ama no quiere estar lejos de quien ama; es muy bueno para él que el otro exista, y le hace mucho bien el amar cada vez más y mejor a esa persona.
3. Qué es el amor conyugal
No todos los amores humanos son iguales, todos tienen en común su relación con el bien, pero poseen algunos rasgos que los diferencian. Así, la diferencia entre amor de amistad, amor filial, amor fraternal, amor conyugal radica en la diferente razón de bondad que los genera. El amor entre padres e hijos tiene como razón de bondad la transmisión de la vida, el amor fraternal el mismo origen de consanguinidad, etc. Entre todos los tipos de amores humanos hay uno especialmente relevante, uno que por su trascendencia y grado de unión es el icono del amor humano; este amor es el que se da entre un varón y una mujer: el amor conyugal.
¿Cuál es entonces la razón de bondad del amor conyugal? ¿Cuál es el bien que lo genera? “La conyugalidad contiene una específica razón de bondad y un exclusivo título formal en la comunicación del cuerpo sexuado, que es la copertenencia del cuerpo del cónyuge como si del propio cuerpo se tratase”[6]. Esta copertenencia mutua no se da en ningún otro tipo de amor humano y en virtud de la unidad substancial de la persona humana, esa copertenencia supera el cuerpo – que no es separable del alma – y comprende a toda la persona amada.
Para que el amor conyugal pueda nacer, es necesario que estén presentes y dispuestos todos los dinamismos de la persona humana que lo generan, incluida la madurez biológica y afectiva; pero además, es necesario que éstos se ordenen para dar cumplimiento a la razón de ser natural de la sexualidad humana. Todos los dinamismos adquieren así, en razón de la modalidad que impone lo conyugable, unas estructuras y dinámicas singulares que hacen que la intimidad misma de la persona se descentre y se traslade a las fronteras mismas del ser, es decir, a los límites de su corporeidad. Y lo hace, para cumplir con su finalidad, para dar cumplimiento a la razón de ser de su conyugalidad, para poder donarse a otra persona, dejando que la otra persona penetre en ella y abriéndose ella misma, de tal modo que ambas se entrelacen armónicamente, sin reservas, en una misma intimidad que ahora difiere de “lo mío” y “lo tuyo”, naciendo “lo nuestro”. En esta dinámica varón y mujer se elevan, por amor, a un nuevo modo íntimo de ser juntos, modo íntimo en el que nadie más puede acceder, y en el que las dos personas conyugalmente complementarias se encuentran verdaderamente como son, en toda su desnudez íntima, no sólo corporal, sino y sobre todo espiritual.
El amor conyugal es bueno, sencillo y ordinario, vive en lo común y cotidiano de cada día, en lo que somos, con nuestras virtudes y nuestros defectos. Amamos en y con nuestras acciones, tal como somos. Cuando amamos, en virtud de nuestra unidad substancial, lo hacemos integralmente, con todo nuestro cuerpo sexuado y con nuestra alma personal en su totalidad, y amamos comunicando niveles de intimidad conyugal, comunicación que se perfecciona y renueva a lo largo de toda la vida.
“El amor conyugal se distingue de otro tipo de amor en su específico carácter sexual, y por lo tanto, por la dimensión procreadora. Varón y mujer se unen como dos personas, pero en cuanto son accidentalmente distintas en un conjunto de características psico-corpóreas. En este sentido, tan falso sería situar el amor conyugal sólo en lo que varón y mujer son diferentes, como situarlo únicamente en el carácter común de personas humanas”[7]. Si se centrara el amor conyugal solamente en la diferenciación sexual, el amor perdería calidad y se degradaría debido a que la razón de bondad estaría solamente en aquello conyugalmente distinto: la sexualidad. Se corre así el riesgo de cosificar a la persona asignándole su valor solamente en lo corpóreo, despersonalizando el amor conyugal. Por otra parte, tampoco es válido centrar el amor entre varón y mujer como ajeno a lo corpóreo, pues de ser así, se trataría de otro tipo de amor como podría ser el amor de amistad. Los protagonistas del amor conyugal son un varón y una mujer, y ambos son personas humanas completas. Por lo tanto, lo que se ama en el amor conyugal es la totalidad de la persona humana, en cuanto son varón y mujer, pero toda la persona humana.
El amor conyugal reclama exclusividad. Cuando alguien se enamora lo hace de una persona en concreto, de ese o esa y no de otra. Algo de esa persona le atrae tanto que decide tener con ella infinidad de detalles, primero de afecto, luego de mayor intimidad conyugal, hasta que ve que su voluntad personal quiere unirse a ella para toda la vida. Se ve así que el amor crece en el tiempo superando sus fases, a saber: la fase del enamoramiento, la del matrimonio, y la conformación de la unión de uniones.
Como realidad radicalmente humana, el amor requiere que existan unas condiciones mínimas que permitan que nazca, crezca y de fruto; estas condiciones son sus presupuestos. Los presupuestos necesarios para el amor son todos los dinamismos que tiene la persona humana, tanto biológicos, afectivos, como los correspondientes a las facultades superiores: la inteligencia y la voluntad. Y decimos todos porque la persona humana es una unidad substancial de cuerpo y alma que no puede partirse; no es posible hacer algo con nuestro cuerpo que no afecte también los demás dinamismos, no se pueden modificar unos dinamismos permaneciendo inalterables los otros. La persona humana no es la suma de un cuerpo más un alma acoplados, es al mismo tiempo cuerpo y al mismo tiempo alma, y cuando ama, lo hace al mismo tiempo con todo su cuerpo y con toda su alma personal.
En lo biológico el amor conyugal requiere que el cuerpo de la persona haya alcanzado la madurez sexual necesaria para posibilitar la unión conyugal. “Varón y mujer no son una materia simple. Uno y otra son, en cuanto personas humanas completas, un singularísimo compuesto de alma y cuerpo propios. Varón y mujer son modalizaciones sexuales de la misma corporeidad humana y son también seres personales con espíritu dotado de entendimiento racional y voluntad libre”[8]. Pero no basta con haber alcanzado esa madurez sexual, es preciso poseer una madurez afectiva que permita centrar los afectos en lo conyugalmente bueno, y es necesario poseerse a si mismo para hacer posible el gobierno de la libertad personal. Cada plano humano: el instintivo (biológico), el afectivo (eros) y el racional (ágape), tienen sus dinámicas propias, y en el amor conyugal adquieren unos modos específicos de acción que posibilitan la unión con otra persona sexualmente complementaria. Para que el amor conyugal sea más humano, más genuino, se requiere que el plano instintivo esté siempre gobernado por el plano afectivo, y éste se encuentre dirigido por el plano racional.
4. Pacto conyugal
El amor conyugal se inicia con la fase del enamoramiento en el que un varón y una mujer se encuentran y coinciden en una complacencia conyugal mutua. La totalidad de la persona participa de esta complacencia en el bien de la conyugalidad de la otra. La persona se siente atraída hacia la otra y se complace en la cercanía íntima que ésta le genera, y por ello, busca estar junto a ella conociéndola más, intimando más, y de este modo, va confirmando a su voluntad en el deseo de una unión mayor, ya no de un simple coincidir, sino de una verdadera unión, unión que sólo es posible si los amantes – varón y mujer - se donan mutua y totalmente. Para que se consolide la donación, es preciso que ambos amantes se dispongan a darse y a acogerse mutuamente, primero de modo incipiente durante la adolescencia, y de modo radical cuando la unión se concrete.
En la primera fase del amor conyugal suelen ocurrir cambios en el comportamiento y en los modos de comunicación interpersonal para manifestar que se está en disposición de donarse a sí mismo y de acoger a otro en la intimidad. Como diría P. J. Viladrich, los adolescentes empiezan a asistir a lugares donde están los “predispuestos”, asisten donde están aquellos que no aman a nadie en concreto, pero aman amar, y buscan a quien amar. Alcanzada la madurez necesaria, la dualidad presente en la naturaleza humana, manifestada en sus dos modos básicos de ser, el de varón y el de mujer, tiende a generar una dinámica intensa de don y acogida mutua que posibilita el inicio de una relación amorosa única.
Se inicia así un proceso que propicia la unión entre un varón y una mujer y tiende a madurar generando un nuevo modo de ser. Llegado el momento, y si esta primera fase del amor logra superar una serie de obstáculos, los amantes llegan al momento más radical en la vida del amor conyugal: la entrega total y mutua de sí que hacen el varón y la mujer, entrega que compromete lo que ahora son y lo que pueden llegar a ser en la vida. Al ser la entrega total, lo es tanto en lo que ahora son los amantes, como en lo que pueden llegar a ser, por eso, además de ser una unión de uno con una, es una unión para siempre, es decir, mientras vivan.
Esta entrega se concreta de un modo singular y único en el llamado “pacto conyugal”, alianza matrimonial o boda. Éste es el momento fundacional del matrimonio, en el cual los amantes, en pleno uso de su libertad, se entregan y aceptan mutuamente como esposo y esposa, y se donan a sí mismos para constituir el vínculo.
Este vínculo afecta el ser del varón, de tal modo que desde ese momento deja de serlo para pasar a ser esposo, y afecta al ser mismo de la mujer, que así pasa a ser esposa. Ha sucedido en ambos un cambio radical y fundamental, pues ahora conforman un nuevo modo de ser, se pertenecen en lo nuestro, no retóricamente, sino realmente de modo exclusivo y perpetuo. El pacto conyugal genera así un cambio de estado en el varón y la mujer porque supone la donación y aceptación mutua del ser de ambos en todo lo conyugable, de tal manera que ya no son dos, sino que son realmente una sola carne.
5. Matrimonio
Varón y mujer se han entregado totalmente en la alianza matrimonial. La virilidad del varón ya no le pertenece, ahora es de ella y a ella se debe; y la feminidad de ella ya no le pertenece, ahora es de él, y a él se debe; pero no se trata de dos relaciones biunívocas, la de él hacia ella y la de ella hacia él, sino de una sola relación, la que los ubica en un nosotros, nuevo, distinto, generador y procreador.
Luego del pacto conyugal se genera un vínculo de naturaleza jurídica entre los esposos, con sus correspondientes deberes y derechos. Esta relación, este vínculo, se asienta en el ser mismo de los esposos, siendo ellos mismos los que constituyen el vínculo de la unión. Esta “unidad de dos” es única e irrepetible en toda la historia de la humanidad. Si ellos mismos son únicos e irrepetibles por ser personas humanas completas, su unión también lo es. Se crea así algo nuevo, algo que es lo nuestro, que vive en y por el nosotros. Sólo el amor conyugal es capaz de esta novedad, novedad que tiene la potencia procreadora de traer nuevas vidas al mundo; por eso el amor en el matrimonio es un amor bueno, entrañable, íntimo, alegre, esforzado, que bien vivido, hace profundamente felices a los cónyuges.
Ese “nosotros”, ese ser juntos, es un co-ser nuevo que es capaz de dar a la vida de los esposos una nueva dimensión antes ignorada por ambos. Esa unión en el co-ser presupone un encuentro aparentemente accidental en el que hay una serie de coincidencias de espacio y tiempo que supera a los amantes, que no dependen de ellos, y que da la idea de un Ser subsistente que propone esa posibilidad de unión, siendo la voluntad personal de los amantes la que debe responder libremente a esa propuesta vital o vocacional.
6. Vida matrimonial
El amor conyugal es el gran tesoro del matrimonio, y también, el fundamento del resto de amores que surgen en la familia con la llegada de los hijos, y obviamente, el fundamento de toda sociedad bien constituida. Por ello, hay que cuidarlo, alimentarlo, restaurarlo, y hacerlo crecer. Cuidarlo significa no exponerlo a peligros, mantenerlo dentro del ámbito de la intimidad de los esposos; hacer uso de la sexualidad con gran delicadeza; darle en la vida el lugar que debe tener, dedicándole lo mejor de nuestro tiempo. Deberá tener prioridad sobre otros intereses, sobre los amigos, sobre la vida profesional, incluso, sobre nosotros mismos. Un amor así de cuidado crece, genera confianza, une a los esposos de tal modo que los enriquece, los mejora, y crea en ellos un grado de unión tal, que ya no son dos, sino uno.
Los seres humanos somos imperfectos, y nuestro modo de amar también lo es; y muchas veces, nos equivocamos, llegando incluso a herir precisamente a la persona a quien más amamos. Es entonces cuando debemos restaurar el amor, alimentándolo con muestras de cariño, y con detalles que pueden llegar a ser heroicos. El gran secreto del matrimonio es el sentido de pertenencia, es decir, el saberse y reconocerse que le pertenecemos a la otra persona. Que somos en y de ella, y por lo tanto, debemos ser fieles amando en exclusiva y para siempre. “Ser unión y conservarla es un gran bien psicológico y biográfico. Es la garantía de la recta intención conyugal a lo largo y ancho de las vicisitudes de la comunicación cotidiana concreta. Y es la fuente de la verdadera confianza entre los esposos”[9].
El amor conyugal es el amor que toda persona casada conoce bien. Ese amor que un buen día, de modo misterioso y casi sin buscarlo, apareció cuando conoció al amor de su vida. Me refiero al amor cotidiano, el de cada día, al amor que a los casados nos impulsa a vivir unidos y relacionarnos cada vez más con quien amamos, el que nos lleva a desprendernos de tantas cosas buenas para darlas sin condiciones simplemente porque creemos que vale la pena. Ese amor no es la ensoñación que parte de nuestra cultura mediática muestra cotidianamente; es mucho más que un sentimiento. Es sobretodo acción, acto puro, movimiento de nosotros mismos hacia otro, intimidad, tiempo, vida que se comparte, trabajo esforzado, alegría y también dolor y dificultades. “Tendría un pobre concepto del matrimonio y del cariño humano quien pensara que, al tropezar con esas dificultades, el amor y el contento se acaban. Precisamente entonces, cuando los sentimientos que animaban a aquellas criaturas revelan su verdadera naturaleza, la donación y la ternura se arraigan y se manifiestan como un afecto auténtico y hondo, más poderoso que la muerte”[10].
Hemos visto que el amor conyugal, además de ser un misterio, es la donación de sí mismos que hacen un varón y a una mujer, en razón de la bondad intrínseca que tiene la sexualidad humana. Esta donación es de tal entidad que afecta el ser de los cónyuges y genera en ellos un nuevo modo de ser en la unión, una comunión de personas que, sin destruirlas, las perfecciona haciéndolas más humanas. Este amor, está llamado a conformar a lo largo del tiempo una unión de uniones entre los esposos y constituye un verdadero camino de perfección humana para ellos.

[1] HERVADA, J. (1987) “Diálogos sobre el amor y el Matrimonio” – EUNSA – tercera edición pp.23
[2] WOJTYLA, Karol (1999) “El Don del Amor” – 1999 - Ed. PALABRA – segunda edición pp. 60.
[3] HERVADA, J. (1987) “Diálogos sobre el amor y el Matrimonio” – EUNSA – tercera edición pp.26
[4] TOMÁS DE AQUINO “Suma Teológica” – Cuestión 20, artículo 2.
[5] POLO, Leonardo -Conferencia 1976 publicada por la revista Nuestro tiempo de Pamplona en 1979 (nº 295: pp. 21-50), y reeditada en 1993 con el título La versión moderna de lo operativo en el hombre como capítulo tercero del libro Presente y futuro del hombre (Rialp: Madrid); pp. 62-86
[6] VILLADRICH Pedro-Juan - “El Ser Conyugal” - pp 39
[7] HERVADA, J. (1987) “Una Caro” – EUNSA – primera edición pp. 482.
[8] VILLADRICH Pedro-Juan - “El Ser Conyugal” - pp 58
[9] VILLADRICH, Pedro Juan “El Ser Conyugal” - RIALP – primera edición pp. 91.
[10] ESCRIVÁ, Josemaría “Es Cristo que Pasa” Nº 24