miércoles, 30 de mayo de 2012

Amor y Conyugalidad


amor y amistad

¿Qué es la amistad?

Entender la amistad parece más sencillo que comprender qué es el enamoramiento. Y es natural que así sea, pues desde los primeros años de vida todos experimentamos la alegría que produce el tener amigos de verdad. Probablemente no tengamos un concepto abstracto sobre la amistad, pero podemos describir ampliamente lo que hemos sentido al compartir la vida con amigos.  A lo largo de la historia personajes ilustres han empleado diversas expresiones para resaltar el val or de la amistad. Así por ejemplo, bUn amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere”, Elbert Hubbard. “Un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta”, Ralph Waldo Emerson. “La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido”, Rabindranath Tagore. “Amistad que acaba no había comenzado”, Publio Siro.  “Un padre es un tesoro, un hermano es un consuelo: un amigo es ambos”, Benjamin Franklin. “Algunos creen que para ser amigos basta con querer, como si para estar sano bastara con desear la salud”, Aristóteles.  “La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”, Aristóteles.

Los conceptos no están tan claros como se podría esperar. Si consultamos la enciclopedia de contenido libre Wikipedia podemos leer: “La amistad (del latín amicus; amigo, que deriva de amore, amar) es una relación afectiva[1] entre dos o más personas. La amistad es una de las relaciones interpersonales más comunes que la mayoría de las personas tienen en la vida”[2]. Pero la amistad es mucho más que una relación de afecto, la afectividad es sólo una manifestación de la amistad.  La amistad une a dos personas de un modo específico: el amor de amistad.

El amor se manifiesta de diversos modos dependiendo de la naturaleza de los que se aman y de su unión: si es amor entre padres e hijos, se denomina amor filial; si es entre hermanos se llama amor fraternal; si es entre dos amigos se denomina amor de amistad; y si es entre un varón y una mujer, en cuanto tales, se denomina amor conyugal. Todos ellos constituyen un tipo de amor humano, manifestado de modo distinto según sea la naturaleza de la unión de las personas que se aman.

Vemos como ejemplo algunos tipos de unión: Dos personas pueden estar unidas a propósito de una actividad profesional, y cuando termina ese trabajo que era aquello que los vinculaba, dejan de estar unidos. Si otras están unidas porque han tomado el mismo autobús para viajar de una ciudad a otra, al terminar el viaje que los vinculaba termina esa unión. Si otras permanecen unidas en un aula porque se han sentado juntas en una conferencia, al terminar la conferencia que los vincula, termina la unión. 

En todos los casos anteriores, lo que mantiene la unión es su vínculo: el trabajo, el viaje y la conferencia.  Los tres vínculos son externos a las personas, y mantienen unidas a las personas mientras los vínculos estén obrando desde el exterior. La amistad no es una unión de este tipo. En el caso de la amistad el vínculo es interno, es la intimidad compartida, y no depende del obrar externo, sino del ser interno de los amigos.

En la amistad el vínculo son los amigos mismos en un intercambio confiado y libre de su intimidad, que crea un “nosotros” actuando en lo ordinario de la vida cotidiana. Compartimos tiempo, valores, ayuda, etc.  “La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”, Aristóteles  (384 a. C. – 322 a. C.). El filósofo afirma que es un alma que habita en dos cuerpos, un corazón que habita en dos almas. Esta expresión es la que mejor define a la amistad.

La amistad es una unidad nueva (un alma), conformada a partir de dos personas, que cohabita en ambas, y que las hace un solo corazón. Los amigos buscan el bien de su amistad, y como consecuencia, los dos buscan el bien del otro como si fuera su propio bien, porque están unidos por esa alma nueva que se llama amistad, por eso la amistad requiere correspondencia. La amistad es cosa de tres: los amigos y su amistad.

La amistad es un tipo específico de amor humano que es conformado por dos amigos y por el amor humano que los une. La amistad requiere de una capacidad de correspondencia por la que se comparte en un "nosotros"  un grado de intimidad muy específico, el de los amigos. 



¿Cómo estudiar el amor?


Amor a la patria, amor a la familia, amor a los hijos, amor de amistad, amor conyugal, son la raíz de actos magnánimos fuera de toda lógica humana. ¿Cómo explicar que una madre entregue su vida por salvar la de su hijo? ¿Y un novio por su novia? … El amor existe y es una realidad verificable.  Son innumerables los actos humanos que, sustentados en la búsqueda incondicional del bien del otro, por encima del propio, se reeditan cada día desde que existe la persona humana.

Para estudiar el amor debemos buscar sistematizar el conocimiento de su estructura y su dinámica: cómo es y cómo actúa. Para hacer esto necesitamos recurrir a la ciencia[3].  Si le preguntamos ¿Qué es el amor? recibiremos variadas respuestas, todas ellas capaces de aportar algo de luz para entender mejor al amor humano. 

Así, algunos dirán que el amor es pura química, otros dirán que se trata de un proceso psicológico, otros que es un invento cultural, los más audaces propondrán que es el único camino a la felicidad, etc. Son definiciones parciales enunciadas desde la óptica de las ciencias básicas, las experimentales y las especulativas.  Ninguna de ellas agota el concepto sobre el amor, ni tampoco es poseedora de la verdad absoluta de modo exclusivo, y no podrían porque el amor verdadero es un misterio insondable e inefable.  En realidad todas las ciencias pueden aportar algo de luz sobre el concepto abstracto del amor, unas más que otras. El amor humano se entiende mejor en el contexto familiar, es en la vida cotidiana en familia donde actúa esencialmente desplegando toda su potencia: vida conyugal, relación padre e hijos, vínculos entre hermanos, y la amistad entre todos. 

Las Humanidades reflexionan a fondo sobre el hombre, el matrimonio y la familia.  El Derecho analiza las leyes y normas que regulan y reglamentan adecuadamente la vida familiar. Las Ciencias Económicas y Empresariales se centran en entender los procesos económicos y de dirección en las organizaciones, que facilitan o dificultan la vida familiar. La Educación trata de entender los procesos pedagógicos dentro de la familia y desde las instituciones complementarias, atendiendo a las diversas etapas evolutivas de las personas. Las Ciencias sociales y la psicología estudian el mundo afectivo de la persona humana en relación con sí misma y en relación con otras personas en alteridad. La Medicina, Biomedicina y Bioética buscan mantener la salud, estudian las relaciones conyugales y su dinámica funcional respetando la dignidad de la persona. Las Ciencias de la Comunicación orientan la formación de la opinión pública para inculcar los valores humanos propios de la familia a través de los medios de comunicación social. Incluso las ciencias exactas pueden orientar las tecnologías para que ayuden a resolver necesidades materiales reales que faciliten la vida de familia.

Detrás de toda concepción sobre amor y la familia subsiste una concepción de lo que es el hombre. El amor sigue a la persona humana, si entendemos la estructura fundamental de la persona, comprenderemos mejor al amor.  Mucha gente bien intencionada piensa que el amor es un fenómeno exclusivamente psicológico, cuando en realidad es esencialmente antropológico. Si bien la psicología aporta su visión sobre el amor, ésta es muy parcial y aporta sólo una ínfima parte de la grandeza que contiene el amor entre un varón y una mujer.  

Somos, por así decirlo, un modelo único que se crea una sola vez en el tiempo, y nunca más se crea otro igual; cada persona es única e irrepetible. También “somos una unidad de sustancia que en la que las facultades espirituales están llamadas a dirigir la vida sensitiva y vegetativa”[4] moviendo a la persona con una dinámica propia en cada acto humano.  Cuando se rompe la unidad que somos aparecen diversas disfunciones en nuestro ser.

Por ejemplo, si estamos leyendo un buen libro, participa en esta acción nuestro cuerpo  manteniendo la postura de lectura, los afectos nos llevan a disfrutar del contenido, y nuestra inteligencia se favorece.  En cambio si practicamos el deporte de nuestra preferencia, el grado de participación del cuerpo es mayor, y puede que no nos guste tanto el esfuerzo, pero la inteligencia nos dice que es bueno para la salud. Y así cada acto de la vida humana, incluyendo el amor, pone en movimiento en mayor o menor grado cada una de las dinámicas humanas, a saber, todo lo que corresponde al cuerpo, lo que corresponde a los afectos,  y finalmente todo lo concerniente a nuestras las facultades superiores: inteligencia y voluntad.

“El amor conyugal, en cualquier momento de su proceso vital -desde su origen hasta sus más altas cotas..., o hasta sus desfallecimientos más desesperados- convoca todas las dinámicas tendenciales humanas. El amor conyugal tiene siempre una presencia del dinamismo racional y voluntario, una presencia de las dinámicas afectivas y sentimentales psicosomáticas, y una intervención de nuestros dinamismos más bioquímicos y físicos”[5].  Simplificando podríamos decir que todo acto humano se manifiesta en unidad sustancial de nuestro cuerpo, nuestros afectos y nuestra razón. No como tres aspectos superpuestos, sino en acto unitario de los tres a la vez, pues cada persona es su cuerpo, es su mundo afectivo y es sus facultades superiores.

Para estudiar integralmente al amor se debe partir por las humanidades, en concreto se debe empezar con la  Antropología Filosófica, que nos abre el camino para entender lo que es el hombre.  “Para hacerse cargo de modo adecuado de la vida humana el único método natural viable es la filosofía, porque únicamente en esta disciplina el existente que la ejerce está enteramente comprometido”[6]. Necesitamos partir de lo primario, de lo fundamental.  “Pero lo primario, en tanto nos muestra estructuras fundamentales del modo de ser humano, no es simple ni rudimentario. Lo experimentamos en otros campos: en la física con el átomo, en la biología con la célula. Lo mismo ocurre con la unión conyugal”[7].



¿Por qué son diferentes la mujer y el varón?


El hombre funciona por sacudidas y la mujer por constancia. Ella es capaz de hacer cinco cosas a la vez, mientras él hará una detrás de otra. Una mujer es resolutiva al hacer frente a acontecimientos imprevistos, que a un hombre bloquean. Un hombre es propenso a abstraerse con las ideas, y la mujer está mucho más próxima a la realidad inmediata y a las personas que la encarnan. El hombre pretende, a menudo, vencer sin convencer, y le suenan a artificiales las tácticas o estrategias, la mujer triangula con facilidad, siendo más refinada, acogedora y, desde luego hábil. Ella sabe poner ilusión en lo pequeño, mientras al hombre le cuesta comprender que lo menudo es hermoso.

Con gran facilidad para la comunicación, a la mujer le cuesta aceptar el hermetismo del hombre. Son también diferentes en el pensar: mientras el proceso psicológico del hombre es más lento, ella llega muchas veces a un conocimiento muy certero por un golpe de vista. Al hombre, el dolor, aunque sea de muelas, le abate, mientras la mujer está mejor dotada para soportarlo. Sin embargo, el humor de la mujer es más cambiante porque cualquier acontecimiento afecta a su totalidad, ya que su vida es más unitaria. El hombre es más sectorial y no es difícil encontrar a quienes tienen un comportamiento esquizofrénico en el trabajo y la familia. Todas estas diferencias por cuanto una persona es varón o es mujer componen la conyugalidad humana.

Varón y mujer son tan distintos como la cara y la cruz de una misma moneda, que es la naturaleza humana. Es una evidencia diáfana el que nuestros cuerpos son distintos, nuestro modo de sentir difiere, y nuestra manera de razonar también tiene sus diferencias. Estas diferencias no son de calidad, varón y mujer no son superiores el uno al otro, simplemente son modos de ser que se complementan. 

La conyugalidad se puede entender como todo aquello que diferencia a una mujer de un varón en lo corporal, en lo afectivo, y en lo intelectual, siendo esas diferencias las determinan el modo de ser específico del varón y de la mujer en una sola naturaleza, la humana. Todo lo que existe en la naturaleza tiene una razón de ser, y las diferencias conyugales entre el varón y la mujer tienen como finalidad que ambos puedan, si así lo desean, engendrar en el amor una unión conyugal capaz de procrear una vida nueva.

Este amor, además de ser un misterio único y maravilloso, permite la donación de ambos, en razón de la bondad intrínseca que tiene la sexualidad humana. La unidad en el amor es de tal entidad que afecta el ser mismo de los cónyuges y genera en ellos un nuevo modo de ser en esa unión en comunión de personas. En síntesis, “la conyugalidad es un poder de comunicación y unión que es intrínseco al ser del varón y de la mujer entre sí (...). Sólo este varón y esta mujer son, entre sí, los únicos soberanos capaces de conyugarse”[8].

Conyugarse es conformar una unidad de naturaleza específica. “Quizás una de las principales dificultades que presenta la comprención de la unión conyugal sea la de saber conjugar dos términos que parecen paradójicos: los cónyuges son dos y uno; conjugar en definitiva la dualidad con la unidad. Los cónyuges, aun siendo dos, forman una unidad. Claro que, en principio, es posible que esta dificultad pase inadvertida. Pues no se trata de que los cónyuges formen una unidad superior que sería la unión conyugal. Algo de esto hay, mas la clave no está ahí; la clave reside en que son los cónyuges mismos los que, a la vez, son dos y uno. Esa es la originalidad de la unión conyugal, que no se trata de una simple unidad de asociados en orden a efectuar unas actividades, sino también de una unidad de seres, que ha podido describirse, con lenguaje retórico, no científico, como fusión: fusión de cuerpos y almas”[9].

Pero esto no debe llevar a pensar que aquellas personas que no se unen conyugalmente son personas incompletas en su humanidad. “La naturaleza humana se individualiza de modo completo según dos modos parciales accidentalmente distintos; varón y mujer, ambos poseen totalmente la naturaleza humana”[10]. Mujer como el varón son personas humanas completas, sus diferencias les confieren la potencia de relacionarse de un modo específico: la unión conyugal.

Las diferencias ontológicas entre un varón y una mujer se justifican por su naturaleza esponsal, es decir por la potencia de unión que tiene la conyugalidad humana para hacer posible la unión en el ser de un varón y una mujer tal que conforman un ser juntos, un nosotros real, un co-ser de dos personas unidas en el amor conyugal.



¿Qué es enamorarse?


Con el pasar de la niñez a la adolescencia aparecen cambios radicales en el cuerpo, en las inclinaciones afectivas y en el modo de pensar. Al ser la conyugalidad un aspecto inherente a la persona, también madura con ella. La madurez personal hace que la naturaleza esponsal de la conyugalidad que se mantenía en potencia, ya no permanezca más sólo en potencia y empiece a actuar, a transformar su esencia en existencia, y gradualmente va manifestándose desde una fase incipiente hasta incorporarse de lleno a la identidad personal.

Es un tiempo, una época de la vida de una persona en la que su naturaleza le invita a buscar un tipo de compañía intima diferente al que hasta entonces conocía.  Experimentamos una soledad nueva que ya no puede ser satisfecha por la compañía de los amigos de siempre, de los padres o los hermanos.  Aparece la necesidad de abrir la intimidad de un modo que hasta entonces no se hecho, aparece una inclinación, una tendencia a co-intimar con otro conyugalmente distinto.

Pero aquello que la persona siente al enamorarse, y que le anuncia mediante estímulos sensibles la llegada posible del amor, no es ni mucho menos la sublime totalidad del mismo. Esas sensaciones son, por así decirlo, algunos destellos en la oscuridad que nos informan que, si seguimos por esa senda, por ese camino, algunas veces cuesta arriba, llegaremos a esa ciudad luminosa y alegre en la que empezaremos a vivir el amor verdadero. Sentir los impulsos unitivos del enamoramiento sólo son invitaciones y señales de que el amor es posible, pero no es el amor completo.

Una característica importante del enamoramiento radica en el fuerte protagonismo de las dinámicas afectivas y sensibles. No es que la inteligencia y la voluntad estén anuladas, lo que pasa es que están presentes con un protagonismo menor frente a los fuertes impulsos que surgen por la inclinación natural a la unidad que siente el varón y la mujer. Sin embargo hay que decir que esta colección de estímulos y sensaciones son naturales, y por lo tanto son buenas, pero deben estar ordenadas hacia el bien verdadero de las personas, y deben conducirlas a su plenitud humana.  Esto sólo es posible si las dinámicas sensibles se encuentran subordinadas a la inteligencia y a la voluntad. En concreto, pueden y deben ser educadas para que contribuyan al bien de la persona.

 “Los sentimientos no pueden mandar. Los seres humanos tenemos que ejercer un control sobre ellos. ¿Cómo se controlan? Con la inteligencia y la voluntad. Por ejemplo, uno puede haberse comprometido a trabajar tales horas, y puede ser que en determinado momento uno “ya no sienta ganas” de hacerlo. Pero no por eso consiente y abandona el trabajo. Uno no se deja llevar de las ganas, porque de lo contrario, la gente se iría de su trabajo a la hora que quisiera o hiciera lo que sus ganas le pidieran. Sería un caos. Al revés, uno se siente desganado, reflexiona y se sacude ese sentimiento, aplicándose al trabajo.  Algo parecido sucede cuando alguna vez podemos descubrir un sentimiento amoroso sobre alguien, pero si uno tiene un compromiso previo con otra persona, entonces reflexiona y ve que aquel sentimiento no es conveniente, porque aparece delante aquel compromiso adquirido libremente y con ello un tema de justicia con otra u otras personas. Entonces se sacude ese sentimiento, una vez y las que hagan falta. De mandar los sentimientos se iría con aquella persona a la que inclinaran sus sentimientos, abandonaría a su mujer (o su marido), a sus hijos, y es probable que como siga dejándose llevar del sentimiento luego de una segunda persona se iría con una tercera y así.”[11]

Por sentido común, y por experiencia propia podemos responder que un niño de cinco años no puede enamorarse.  Su conyugalidad se manifiesta de modo evidente en el modo de ser varón o ser mujer de ese niño o niña, pero no están en condiciones ni les interesa enamorarse. Hace falta que la persona alcance un grado de madures corporal, afectiva y de facultades superiores para que esté en condiciones de amar conyugalmente, aunque sea a nivel de enamoramiento.



Ni usted ni yo podemos elegir el momento en que nos enamoramos, nadie puede elegir el día ni la hora en que va a sentir la sensación de la primera atracción amorosa, ésta sobreviene de golpe, nos sorprende. Pareciera que tal flechazo de Cupido estos sucesos se dieran por casualidad. Pero no es así, para llegar a este momento han tenido que darse un conjunto de presupuestos, sin los cuales no es posible que sobrevenga este momento.  Hasta antes de este momento, chicos y chicas eran felices relacionándose en grupos separados de varones por un lado, y mujeres por el otro. Incluso puede ocurrir que a los grupos de chicos les estorben las chicas en sus actividades propias de varones, y a ellas les suceda otro tanto.  Llegado el momento en el que se alcanza un grado suficiente de maduración biológica y afectiva, chicos y chicas tienden a estar juntos.  Esta inclinación sorprende en primer lugar a ellos mismos, que están acostumbrados a modos varoniles en el caso de los chicos, y modos femeninos en el caso de las chicas.  Y deben, aprender a tratar al sexo complementario. No es que hasta antes de este momento no lo hayan hecho, lo que pasa es que ahora deben hacerlo “de otro modo”, de un modo nuevo, con predisposiciones de intimidad que no conocían, y por lo tanto se encuentran inseguros ante esta nueva situación.



Cuando una persona se enamora lo hace integralmente con todo su ser porque es una unidad sustancial que se manifiesta actuando con sus dinámicas humanas de modo unitario.  Varón y mujer empiezan a sentir la necesidad de poseerse mutuamente y se disponen a relacionarse de modo que puedan conyugarse.  Cambian los modos de comunicación entre el varón y la mujer, se nota en la voz, en el vestir, en los lugares que se frecuentan, en el ensimismarse con recuerdos y fantasías que le permiten experimentar de modo abstracto en la posibilidad de estar unidos varón y mujer.



Él y ella están en disposición abrir su interior para donarse en el encuentro de la intimidad del otro u otra.  Cada uno se descentra de sí mismo y traslada lo más profundo de su intimidad hasta los bordes mismos de sí, su cuerpo, para encontrarse con la intimidad de la otra persona y acompañarla hacia su interior en un proceso de conyugación en el obrar. Ambos se van entrelazando mutuamente y este proceso permite a su vez aumentar la capacidad de conyugarse de tal modo que cada vez, si avanza naturalmente bien, la unidad va fortaleciéndose.  Ambos aún no se pertenecen el uno al otro, simplemente “están juntos”, pero la posibilidad de co-pertenecerse va en aumento.  Este proceso reclama que ambos, varón y mujer, se relacionen con la mayor sinceridad posible, el amor reclama verdad.



En todas las estancias de nuestra vida somos la misma persona y conservamos nuestra misma naturaleza humana, pero vamos cambiando con el tiempo; por eso un niño no se comporta como un anciano, ni un adolescente como un niño. Cada persona es la misma a lo largo de su vida, pero actúa de modo distinto según la edad y etapa de su vida en la que se encuentre. Nosotros somos los mismos en el vientre materno, los mimos de niños, los mismos de adolecentes, los mismos de adultos, y lo mismos de ancianos. Cada estancia de nuestra vida tiene su dinámica propia.  Del mismo modo, el amor conyugal, con ser él mismo, vive con una dinámica diferente en cada estancia, a saber: Enamoramiento, Matrimonio, y Unión de Uniones[12].    

El amor entre varón y mujer tiene su dinámica propia mediante cuatro propiedades que en el enamoramiento se manifiestan como tendencias o inclinaciones: la tendencia a estar juntos o a la unidad, la tendencia a estar uno con una o a la exclusividad, la tendencia a permanecer siempre juntos o a la perpetuidad, y la tendencia a la recreación[13].

Tendencia a la unión


En este primer momento de la dinámica de unión entre varones y mujeres no se ha iniciado aún ninguna relación estrictamente personal, hay relaciones de amistad en el grupo, pero todavía no existe un vínculo entre un varón y una mujer concretos.  Varones y mujeres experimentan la inclinación de cercanía mutua, se sienten naturalmente bien así, desconcertados, pero satisfechos de este novedoso cambio que llega lleno de sensaciones nuevas que contribuyen a su desarrollo natural. Hay que decir que esta tendencia a la unión sucede porque la sexualidad alcanza grados de madurez propios de la condición humana, que por ser natural, es muy buena.



En estos grupos amicales mixtos  florecen amistades nuevas, se comparten aspectos íntimos del grupo, se interioriza en la bondad de la naturaleza humana, se admira con la óptica propia de la edad la belleza de la sexualidad humana. 

Tendencia a la exclusividad


Es en este ambiente donde florecen algunas relaciones inéditas de naturaleza conyugal.  Surgen así unas inclinaciones inéditas, unas más fuertes que otras, maduran mejor unos afectos que otros, y aparece la tendencia a estar sólo con una persona. Todas son buenas, pero hay una especial, una por la que se está dispuesto a sacrificios con tal de estar juntos. Pero este estar juntos es un estar de un modo especial, es un estar en disposición de darse pero también de acoger a la otra persona. Se busca con - la misma intensidad - el poder acoger y donar la intimidad de ambos.

Pero no basta con la sola inclinación, con la sola tendencia. Es necesario que intervengan las facultades superiores de la persona para que, en libertad, dos personas de modalidad sexual complementaria, pacten estar juntos en el obrar, para vivir un tiempo de prueba en el enamoramiento.  Ya no son un grupo de chicos con chicas que la pasan bien, ahora son un chico concreto con una chica en concreto, con nombre y apellido. Son estos dos, y no otros.  Se requiere correspondencia, los terceros sobran en esa nueva experiencia de intimidad conjunta.

La exclusiva relación entre dos personas conyugalmente complementarias permite que se avance en el conocimiento del interior de ambos, en la medida que los dos lo permitan. Ese conocimiento del interior de la persona constituye el tesoro de la intimidad que se empieza a entregar, y que se pone a disposición de ambos para dar inicio al nacimiento de una intimidad compartida, una intimidad “nuestra”, distinta,   singular, más rica y obviamente más compleja. 

Tendencia a la perpetuidad


El varón y la mujer inician así la dinámica del amor conyugal en su fase más incipiente. Hasta antes de este momento cada uno estaba centrado en sus intereses particulares, ambos vivían momentos agradables juntos, pero cada uno mantenía el centro de atención en sus propios intereses.  Ahora las cosas han cambiado, ha ocurrido algo inédito, algo misterioso que no se sabe explicar totalmente. El centro de atención ya no se encuentra en el YO, ahora se ha trasladado al TU, ha ocurrido un “descentramiento”. Ambos desean abrir su interior para entregarse íntimamente. Pero su intimidad no está expuesta al exterior, está en lo más profundo del interior de la persona, y para poder ser entregada debe efectuar un viaje desde el centro de sí mismo hasta los bordes más exteriores de la intimidad: el cuerpo.  De este modo, la intimidad del YO se instala en el cuerpo para poder encontrar, en un movimiento recíproco, al TU que se abre del mismo modo. Así, ambos se encuentran delicadamente y se acompañan al interior de cada uno, construyendo y engendrando una intimidad conjunta de naturaleza conyugal, aunque aún incipiente. Esta experiencia es única e inefable y tiene toda la riqueza del encuentro personal de tipo conyugal.

Hay que mencionar que en esta estancia del amor conyugal los enamorados engendran una unión inédita, como únicos e irrepetibles son los protagonistas de esta historia. Esta unidad nueva no es de tipo permanente, pues no vincula a los enamorados en el ser.  Están unidos “en el obrar”, como están unidos dos compañeros de viaje que a propósito del mismo permanecen juntos por un vínculo externo a ellos, en este caso, el viaje y su meta.  Al culminar el viaje, al llegar a la meta, son libres de permanecer juntos o no.  Es una época de prueba. 

Tendencia a la recreación


El amor verdadero lo renueva todo. Contiene la potencia de renovarlo todo, de engendrar vida. La tendencia a la recreación tiene un modo específico de vivirse en la estancia del enamoramiento. Lo propio es vivir una ensoñación que hace dar a las cosas que rodean a los enamorados un valor extraordinario.  Aquella canción que para todos es simplemente agradable, para los enamorados tiene un valor inmenso, pues les recuerda la tarde aquella en que se conocieron. El parque donde se encuentran es especial, etc.  Es decir, todo aquello que ya está creado, vuelve a reeditarse para ellos con un valor mucho mayor, porque se relaciona con su amor, porque ambos están en amor dados, es decir, enamorados. 

Hay que dejar claro, que la procreación, el traer hijos al mundo, y los actos que le son propios, no corresponden a esta etapa, pertenecen a otra etapa posterior, y no deben ser adelantados, hacerlo implica romper un orden en la delicada armonía del amor humano.

Enamorarse una fase, una primera estancia del amor conyugal completo que suele presentarse en la pubertad y la adolescencia.  Actúa con una aparente pasividad de la inteligencia y la voluntad, y una alta participación se lo sensible.

 







Relaciones sexuales

¿Qué es la sexualidad humana?


El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano.  Todo el sentido de la propia libertad, y del autodominio consiguiente, está orientado al don de sí en la comunión y en la amistad con Dios y con los demás.  Ese don es siempre integral, y está constituido por la dimensión corpórea y la espiritual del varón y de la mujer. La sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano.  Esta capacidad de amar como don de sí tiene su manifestación en el carácter esponsal del cuerpo, en el cual está inscrita la masculinidad y la feminidad de la persona. El cuerpo humano, con su sexualidad - masculinidad y feminidad - no sólo es fuente de fecundidad y de procreación, como en todo el orden natural, sino que incluye desde el principio el atributo esponsalicio, es decir, la capacidad de expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y mediante él, realiza el sentido mismo de su ser y existir.



Una de las dimensiones de la persona humana es su sexualidad. Esta dimensión no se limita sólo a los aspectos biológicos y somáticos, sino que en virtud de la unidad del ser humano, informa radicalmente a toda la persona: la conformación biológica del varón y de la mujer, la conformación sensible para del varón y de la mujer, y afecta la forma de pensar de la mujer y del varón.  No se puede hablar de sexualidad sin mencionar uno de sus fines esenciales: la procreación de la vida humana. La ciencia nos dice que desde el momento de la fecundación el embrión contiene toda su estructura genética – también la sexual - con la información necesaria para que, mediando el tiempo y guardando el orden establecido por la naturaleza, el embrión se convierta en feto, luego en niño, en adolescente, en anciano y finalmente cumpla con su inevitable muerte natural, y todo vivido con algún grado de perfección natural.



Para que una mujer y un varón se relacionen sexualmente deben ser capaces de entregarse total mutuamente en lo conyugal, y para ello es presupuesto esencial la autoposesión y el autogobierno; para entregarse primero hay que tenerse, conocerse y  relacionarse a partir de esta identidad sexual.  La identidad sexual, que es el modo de reconocerse sí mismo, en cuanto varón o en cuento mujer, se construye biográficamente y tiene distintos grados de perfección. 



Podría darse el caso en que la conformación de la identidad sexual sea tan deficiente que pueda ser considerada como disfuncional por no tener correspondencia con la realidad unitaria del ser varón o de la mujer. En este sentido, conviene aclarar que la homosexualidad no es una tercera opción sexual, es una realidad muy concreta vivida por algunas personas que no alcanzaron a conformar eficientemente su identidad. Estas personas merecen todo nuestro respeto y comprensión, y deberían contar con la ayuda profesional especializada que corresponda.



El varón y la mujer están llamados a niveles de unión tan altos como insondables, y su felicidad depende precisamente de la calidad de esa unión, unión que sólo el amor humano es capaz de engendrar. Por ello la sexualidad - dimensión de la persona – es extraordinariamente buena por y estar ordenada a la procreación, la formación de los hijos, y la ayuda mutua entre los esposos.  El vivir lo humano de acuerdo a sus fines naturales perfecciona y humaniza la unión del varón y de la mujer.



Existe por tanto un modo naturalmente bueno de vivir nuestra sexualidad, y un modo no natural de vivirla. Lo natural es bueno, lo no natural degrada a la persona y la despersonaliza. Esto último hace profundamente infeliz a la persona, y la lleva a buscar sucedáneos -alcohol, drogas, poder, etc. - que llenen aquel vacío que deja el vivir de modo contrario a lo que la propia naturaleza reclama. Comprender estas verdades, y hacerlas comprender a los demás es un verdadero desafío para nuestra sociedad.



En esto radica el valor de la espera a que cada fase del amor conyugal – enamoramiento, matrimonio y vida matrimonial - se conforme adecuadamente y aporte lo que de suyo le corresponde.  Vivir realidades de la vida matrimonial cuando aún se está en fase de enamoramiento no es natural ni bueno, lo natural es vivir la sexualidad en correspondencia con la fase del amor en la que se encuentren varón y  mujer. El faltar a esta realidad natural afecta profundamente la futura vida conyugal.



Vivir la espera en la fase de enamoramiento fortalece el amor, y le abre potencias cada vez mayores de entrega mutua permitiendo que nazca un “nosotros” por encina de egoísmos humanos que se fundamentan en la soledad del “yo” singular.  Obviamente la negación a un impulso de unión corporal íntima que corresponde a otra fase cuesta esfuerzo y trabajo, y exige dosis de madures y responsabilidad que se fortalecen en la medida que se vive bien esta fase del amor conyugal. 

Cabe recordar que la responsabilidad es consecuencia de la libertad. El que no es libre no es responsable de sus actos.  Así, no podemos imputarle responsabilidad a un enfermo mental, porque no tiene control sobre sus actos, no razona bien, y tampoco tiene voluntad orientada al bien común, por tanto decimos que esa persona carece de libertad.  La libertad es la capacidad que tiene una persona de elegir un bien verdadero haciendo uso de la inteligencia y voluntad humanas, en este caso, la negación de un bien que corresponde a un tiempo mejor en la vida del amor conyugal.

Un adolescente tiene un valor inmenso. Tiene juventud, fuerza vital, ilusiones, planes de futuro, grandes ideales. También estrena libertades, empieza a administrar su tiempo, elegir a sus amigos, etc. Tiene casi todo. Sólo carece de una cosa, que tenemos los adultos y que ellos no tienen: la experiencia de vida.  Los adultos debemos tratar de transmitir sin miedo la verdad de la vida sabiendo saltar a la brecha generacional por amor a ellos. 

El reservar lo mejor de nosotros mismos para entregarlo como don valioso a la persona que amamos y nos ama, requiere que cuidemos con pudor, delicadeza, prudencia y sobretodo fortaleza, todo los relacionado con la sexualidad.  Hay que explicar que la libertad implica responsabilidad. Que se es más feliz si se vive la sexualidad humana conforme a su naturaleza y fines. Que la espera es un valor incalculable, que consiste en guardar el tesoro de la intimidad conyugal para aquella persona que libremente querrá algún día unirse a ellos para toda la vida, sin condiciones, y buscando su felicidad como si fuera la propia. Vale la pena esperar para ser feliz.



Noviazgo

¿Qué es el noviazgo?


Pasado un tiempo de relación como enamorados, el varón y la mujer van cultivando su unión y avanzando en el mutuo conocimiento íntimo hasta llegar al comprender que ya no pueden vivir separados, que el grado de unión que han engendrado con su entrega exige que ambos compartan su vida de un modo diferente al que el enamoramiento permite. Esto exige un grado de compromiso distinto. Ya no quieren estar unidos para compartir algunos momentos, para compartir parte de sus vidas, ahora sienten la inclinación a compartir toda la vida.

Ambos se complacen en lo maravilloso que es  que el otro exista porque le hace ser un ser nuevo, mucho mejor.  Ella es el nuevo ser que él le hace ser, y él es mejor porque ella le hace ser mejor, y ambos ya no quieren ser de otro modo.  Sin el otro, sin la otra, dejarían de ser ese nuevo ser, y ya no quieren separarse más.  Este proceso no tiene límites, es un misterio, pues el amor es en sí mismo insondable, y puede crecer en la medida que ambos crezcan en virtudes y hagan buen uso de la libertad en la intimidad con el otro u otra.  Aún no son esposos, pero quieren serlo, entonces podríamos decir que ambos se encuentran en el noviazgo.

En esta etapa, los padres no deben exponer innecesariamente a sus hijos a situaciones que podrían no saber controlar, por ello velarán para que no se queden a solas en casa. Sobran ejemplos de padres que comprueban demasiado tarde que ponerles límites a sus hijos enamorados o novios es muy bueno.  Y es que existe el riesgo de adelantar actos propios de otra estancia del amor precisamente porque se está a punto de entrar en esa nueva estancia y porque los niveles de intimidad crecen cada día más.

Algunos novios podrían preguntar: ¿Por qué no tener relaciones sexuales antes del matrimonio? A lo que podemos: la apariencia de verdad no es la verdad.  La apariencia de matrimonio no es un matrimonio. Un matrimonio es una unidad radicalmente distinta a la unión de los novios, y el hecho de mantener una vida sexual activa no convierte la unidad de novios en unidad de esposos. Por ello, no es posible hacer la prueba del matrimonial antes de casarse.

¿Segunda virginidad y embarazo no deseado?


Si algunos novios adelantan indebidamente la vida de intimidad conyugal propia de los esposos, cabe plantearles que es posible un cambio interior reconociendo los errores, perdonándose a sí mismos, y tomando la decisión de vivir una vida limpia en la relación.   A esta nueva oportunidad que se dan mutuamente los novios y en cuya virtud ambos deciden ayudarse a luchar para vivir un buen noviazgo se le suele llamar la segunda virginidad.

Si por los actos descritos anteriormente ella ha concebido, la actitud de la familia debe ser de acogida a la futura madre sabiendo diferenciar el error de la persona, o personas en este caso, ya que el ser aún no nacido también lo es. En esta situación hay un grado de responsabilidad de los padres, pero la responsabilidad mayor les corresponde a los hijos por el mal uso de su libertad. Cuando hay un problema de este tipo, es lógico que los padres pasen un mal rato y un gran disgusto, pero si aman a sus hijos, se calmarán las aguas y el problema se verá con mayor objetividad centrando todo el interés en el niño por nacer y en la futura madre. Una cosa es la acción desafortunada que llevó a esa situación y otra muy distinta las personas involucradas directamente, a saber: madre e hijo en su seno materno. Pasado el primer momento, las personas unidas por el amor, suelen encuentren soluciones para superar esas dificultades.

La unidad de los novios va cambiando con el tiempo y se va adaptando al ser de cada uno, de tal modo que mutuamente se van configurando tomado la figura del otro, y van engendrando una unidad que está a punto de cruzar el umbral de la siguiente estancia del amor conyugal.

El amor conyugal se inicia con la fase del enamoramiento en el que un varón y una mujer se encuentran y coinciden en una complacencia conyugal mutua conociéndose e  intimando cada vez más, buscan no solo coincidir en el tiempo, ahora buscan una verdadera unión, unión que sólo es posible si los amantes – varón y mujer - se donan mutua y totalmente.




El Compromiso y el Matrimonio

El amor conyugal, además de ser un misterio único y maravilloso, es la donación de sí mismos que hacen un varón y a una mujer, en razón de la bondad intrínseca que tiene la sexualidad humana. Esta donación libre es de tal entidad que afecta el ser mismo de los cónyuges y genera en ellos un nuevo modo de ser en la unión, una comunión de personas que, sin destruirlas, las perfecciona haciéndolas más humanas a lo largo del tiempo.

El ser humano, contrariamente a lo que se cree, es capaz de tomar decisiones que afecta su vida entera. Este es el caso de los novios cuando deciden libremente entregarse el uno al otro a título de deuda.  Nada en la naturaleza humana es gratuito, todo tiene un porqué, tiene una finalidad, y en el caso de la sexualidad humana, la conyugalidad que determina sus dos modos naturales de ser, el varón y la mujer, tiene como fin la conyugación, la unión conyugal en el ser de ellos mismos mediante un pacto, un consentimiento singular. No cualquier consentimiento, sino uno de que por su radicalidad es capaz de cambiar el ser mismo de los novios.

Este pacto o consentimiento conyugal se produce cuando un varón y una mujer deciden entregarse para toda la vida totalmente y mutuamente la conyugalidad, abiertos a la vida, con el compromiso de ayudarse mutuamente pase lo que pase, y formar a los hijos fruto de esa unión.

La clave del matrimonio es la donación entera y total de sí que hacen los novios. “Entero significa aquí la totalidad completa de nuestro ser varón y mujer, sin mengua o falta alguna de ella en su hoy y en su mañana, con el matiz de robustez de esa totalidad, pues su cumplimiento requiere sostener firme su entrega mientras se va realizando la vida.  El don entero, por lo tanto, alude a la completa exclusividad del amor conyugal en su doble vertiente, a saber, en su contenido y en su duración.  No siempre este uno con una y para siempre está bien explicado.  Se buscan demostraciones incontestables donde no las hay y se ignora dónde está su luz, su sentido y su fundamento. Su cimiento no está fuera de los esposos, sino dentro de ellos (…). El don entero significa don de toda esa intimidad que somos con nuestra naturaleza masculina y femenina en todo su contenido y en toda su duración biográfica, abarcando todas las modalizaciones en que se articulan lo que somos y lo que duramos (…).  El don entero de la unidad, exclusividad, e indisolubilidad que uno es con su propio cuerpo es el fundamento de las llamadas propiedades esenciales de la vinculación conyugal: la unidad del uno con una y la indisolubilidad del para toda la vida. Eso es lo que nos damos y acogemos. Eso es lo que constituimos en patrimonio común del nosotros conyugado. En lógico correlato, la ausencia, los defectos y reservas o la crisis del carácter entero del don en los dos aspectos de su exclusiva totalidad, es fundamento de las formas poligámicas, de infidelidad y de disolubilidad (…). El don entero de nuestro ser varón y ser mujer no puede limitarse a nuestro presente, la vinculación para toda la vida armoniza el contenido entero del don con el modo biográfico según el cual desplegamos y realizamos, a lo largo de la vida, nuestro propio ser como un varón único y como una mujer única. En otras palabras, el compromiso cobiográfico completo  hace verdadero el amor, serias sus palabras, y reales sus juramentos”[14]

Es por eso que hay un único matrimonio. Es un error pensar que hay dos matrimonios, el matrimonio civil y el matrimonio religioso. No hay más que un único matrimonio que se genera a partir de la esencia de la dimensión sexuada de la naturaleza humana, que impulsada por la libertad personal permite a un varón y a una mujer entregarse total e incondicionalmente por amor, y al hacerlo la potencia contenida en la conyugalidad de ambos logra engendrar y traer a la existencia una novísima unidad, única e irrepetible, de esencia puramente natural, a la que llamamos matrimonio.  

Los ministros soberanos del matrimonio son los novios, pues sólo ellos tienen el poder de efectuar una donación a título personal de sí mismos.  No es por tanto el municipio, el párroco, u otro tercero que produce el matrimonio, solo el varón y la mujer impulsados por su amor y su libertad pueden hacerlo. Hay que decir que en el caso de los católicos, ese matrimonio natural constituye además un sacramento que proporciona las gracias necesarias para vivir con luz y alegría todas las vicisitudes que conlleva la convivencia matrimonial.

Es necesario entender muy bien que el Matrimonio nace a partir de un pacto conyugal válido. El matrimonio no es la ceremonia, no son las celebraciones, ni las demás ceremonias, por solemnes que éstas sean. El matrimonio es fundamentalmente el vínculo que engendran el varón y la mujer por pacto o consentimiento conyugal válido. Entran a la Boda siendo varón y mujer y salen de ella, en virtud del compromiso, convertidos en esposo y esposa.

Lo que los une ahora ya no es una unión en el obrar como sucedía cuando eran enamorados o novios, no están unidos desde fuera de si para estar juntos. Lo que los une ahora son ellos mismos, su propia conyugalidad entregada mutuamente a título de deuda. No se puede destruir esta unión porque tendrían que destruirse ellos mismos, porque su conyugalidad ahora forma parte de su propio ser sustancial, por eso los esposos están unidos en el ser y no en el obrar.

“La conyugalidad contiene una específica razón de bondad y un exclusivo título formal en la comunicación del cuerpo sexuado, que es la copertenencia del cuerpo del cónyuge como si del propio cuerpo se tratase”[15]. Esta copertenencia mutua no se da en ningún otro tipo de amor humano y en virtud de la unidad substancial de la persona humana, esa copertenencia supera el cuerpo – que no es separable del alma – y comprende a toda la persona amada. Ha sucedido en ambos un cambio radical y fundamental, pues ahora conforman un nuevo modo de ser, se pertenecen en “lo nuestro”, no retóricamente, sino realmente de modo exclusivo y perpetuo.

La palabra "matrimonio" viene del latín “matri” “munus” que significa literalmente el "oficio de la madre". Este oficio, el de la madre, consiste en engendrar en su seno, dar a luz y criar a los hijos con la cooperación irremplazable de quien está unido a su ser: su marido. Quien crea que el matrimonio sólo consiste en un pacto privado para convivir e intercambiar intimidad sexual cerrando las puertas a la vida humana está errado. El derecho natural, que rige el verdadero matrimonio, es la referencia más sólida que tenemos. El matrimonio posibilita el nacimiento de los hijos, y a los hijos les asiste el derecho de nacer y crecer en un matrimonio naturalmente bien constituido. Es una grave falta a sus derechos, los del niño, no poner los medios para favorecer este entorno naturalmente necesario.

En el matrimonio los hijos son aceptados incondicionalmente por el simple hecho de serlo, y al nacer establecen con sus padre relaciones de amor filial que conforman una familia matrimonial luminosa y alegre. Como la sociedad no es otra cosa que la suma de sus familias, una familia bien conformada es de beneficio para la sociedad entera, y una sociedad con familias mal constituidas o con un grado alto de disfuncionalidad, será una sociedad enferma y desorientada.

Esto no quiere decir, en modo alguno, que las familias bien constituidas sean perfectas, como no son perfectos el esposo, la esposa, y los hijos que la conforman, pero al tener como eje de común unión al amor humano verdadero, logran superar extraordinariamente bien sus imperfecciones particulares para todos juntos conformar la familia que necesitan los hijos y los esposos para crecer humanamente. Una familia así constituida es el verdadero eje de toda sociedad. En este mundo maravilloso en el que nos ha tocado vivir, lleno de tecnología e influencia mediática, conviene no perder de vista el derecho natural que nos muestra nuestra raíz más verdadera: la dignidad de personas humanas destinadas a ser felices en el amor, siendo el matrimonio y la familia un camino extraordinario para lograrlo.










Amistad. (Del lat. *amicĭtas, -ātis, por amicitĭa, amistad).
1. f. Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. 2. f. amancebamiento. 3. f. Merced, favor. 4. f. Afinidad, conexión entre cosas. 5. f. ant. Pacto amistoso entre dos o más personas. 6. f. ant. Deseo o gana de algo. 7. f. pl. Personas con las que se tiene amistad.
[3] Scientia  significa conocimiento en latín.
[4] Genara Castillo Córdova. Apuntes de Antropología Filosófica (1996). Piura: Universidad de Piura. pp24
[5] Pedro-Juan Viladrich. Estructura y Dinámica del Amor Conyugal. (2003).  Apuntes del Master Universitario en Matrimonio y Familia • Universidad de Navarra,  pp 15.
[6] Leonardo Polo. Introducción a la Filosofía, Pamplona, Eunsa, 1995, p. 41.
[7] Pedro Juan Villadrich. El Modelo Antropológico del Matrimonio (2001). Ediciones Rialp, S. A. pp9
[8] Pedro-Juan Viladrich. El Ser Conyugal (2001). Madrid: Ediciones Rialp, S. A. pp 24
[9] Javier Hervada, Una Caro (2000). Navarra, España. EUNSA. pp 571
[10] Javier Hervada, Una Caro (2000). Navarra, España. EUNSA. pp 572
[11] Genara Castillo Córdova. 18-5-2009. Sentir no es consentir. Artículo - El Tiempo, Piura-Perú.
[12] Pedro-Juan Viladrich. Estructura y Dinámica del Amor Conyugal. (2003).  Apuntes del Master Universitario en Matrimonio y Familia • Universidad de Navarra,  pp 274-320.
[13] Javier Escrivá. Teoría General del Matrimonio (2001) Instituto de Ciencias para la Familia, Universidad de Navarra. España. pp 25-37
[14] Pedro-Juan Viladrich. El amor conyugal entre la vida y la muerte. (2004). Lección inagural del curso 2003-2004. Universidad de Navarra. España. pp 74-80

[15] Pedro-Juan Villadrich. Agonía del matrimonio legal (2001). EUNSA. España. pp139