jueves, 3 de julio de 2008

Ser padres

Por: Dr. César Chinguel Arrese

El amor a un hijo, como la ternura y entrega de una madre, son conceptos fáciles de entender para un corazón sencillo y humilde, pero muy difíciles de abordar cuando se intentan comprender con complejas argumentaciones psicológicas. Por eso se afirma que la ciencia no necesariamente conduce a la sabiduría, y la sabiduría no exige como condición imprescindible alta ciencia. En este marco es que me gustaría tocar el tema de la paternidad.
Para un varón, el sentido de paternidad es tan profundo, como radical. A diferencia de la mujer, el varón no tiene la experiencia sensible de la gestación del hijo, simplemente lo “ve crecer”, lo observa, y va asimilando esa nueva experiencia poco a poco. Esta falta de experiencia sensible no disminuye su sentido de paternidad, por el contrario, le induce a interiorizar el don de la paternidad.
Nadie como el padre para comprender que su paternidad y aquello que la grandeza de la sexualidad humana ha generado por el amor a una mujer, por sí misma, no alcanza para crear una nueva vida. El padre sabe que su paternidad no es más que una co-participación de algo que lo supera, algo que va más allá de lo puramente humano, algo divino. Esta experiencia paterna se hace más evidente cuando, con el paso de los años va comprobando cómo sus hijos se van convirtiendo en hombres y mujeres de bien.
Juan Pablo II nos recordaba en su “Carta a las Familias” que la paternidad es un don, una gracia y un verdadero misterio, una riqueza “sublime”, a la que los padres deben acercarse de “rodillas”. Ningún hijo ha sido engendrado como fruto del azar o de la casualidad. En el origen de toda persona está presente la voluntad del Creador que regala a los padres una nueva vida para cuidar y amar.
Por eso, el mayor “negocio” humano es tener un hijo. El hijo desde que nace entrega mucho más a sus padres de lo que recibe de ellos. Desde su gestación, enseña a sus padres: al requerirles la generosidad de su entrega, el olvido de sí a favor de otro, el postergar anhelos por amor a los demás, la formación del carácter, el orden, el trabajo, y tantas virtudes más. Y contrariamente a lo que se cree, esa entrega generosa a los hijos une más a los esposos y los hace encontrar nuevos e insospechados horizontes de unión íntima que proporciona esa alegría luminosa tan características de los que se aman de verdad.
Cuando hay amor en la familia, el dolor y las dificultades se vuelven pequeñas, y los hijos encuentran en la firmeza, empuje y audacia del padre, y la delicadeza, comprensión y ternura de la madre - junto a la incondicional entrega de ambos - ese gancho que los impulsa a crecer y superar las naturales dificultades de la vida diaria. Papá es más que una palabra, es un concepto que nos hace mirar, aún sin darnos cuenta, hacia nuestro origen, hacia el origen de nosotros mismos.
No estaríamos aquí y ahora, si no hubiéramos recibido el don de la vida de nuestros padres, y tantas cosas más a través de ellos. Lo que somos, e incluso mucho de lo que seremos en la vida, decisiones importantes, nuestro modo de ser y de ver el mundo, se lo debemos a esa fuente de vida que nos permitió, sin mérito nuestro, venir a este mundo tan bello, apasionante, y también contradictorio.