lunes, 2 de abril de 2007

Vida Humana

Chinguel Arrese, César
02 de abril de 2007


La vida humana, aquello que hace posible que usted y yo vivamos, es, en si misma, un gran misterio. Y lo es porque pese a que la ciencia no cesa de descubrir - mostrar aquello que ya está hecho, pero se mantenía cubierto por ser desconocido - la extraordinaria organización de la vida humana, no podrá nunca desentrañar por completo todo su misterio.
La tentación más grande del hombre es pensar que la riquísima e insondable realidad creada puede ser reducida a los límites de su entendimiento. Pongamos un ejemplo muy sencillo. Supongamos que se le pide a un grupo de científicos transmitir y explicar lo que es “una manzana” a un niño de diez años que jamás ha probado una. Nótese que la manzana es una realidad insignificante comparada con lo que es la vida humana. El sentido común, o sabiduría natural, nos dice que por más esfuerzo que hagan los científicos, jamás podrán mostrar la integridad de la realidad “manzana” al niño, y que basta con que éste coma una, para superar, por mucho, todo el conocimiento recibido de los científicos. La abstracción de cualquier realidad es una reducción de esa realidad, más si esta realidad es la vida humana.
La vida es un misterio en el tiempo, y en cada una de sus etapas aporta a la persona un bien específico que no pueden aportar sus demás etapas. Así, usted es el mismo antes de nacer - mientras se estaba gestando en el cálido seno maternal - , el mismo de bebé, el mismo de niño, el mismo de adolescente, el mismo de adulto, el mismo de anciano, y cada etapa le aporta a usted algo específico para que pueda crecer humanamente. Durante todas sus estancias de vida usted es siempre el mismo, aunque su modo de vivir se manifieste de modo diverso en cada una de ellas.
Entonces podemos concluir dos cuestiones: primero, que nuestro entendimiento es limitado y no puede abarcar completamente la totalidad del misterio de la vida, y segundo, que siempre somos la misma persona en cada etapa de nuestra vida. Con estas dos verdades evidentes nos podemos plantear la siguiente cuestión: ¿Puede la sociedad marcar una línea temporal durante la gestación y decidir en qué momento empieza la vida? ¿Puede el derecho positivo anteponerse al derecho natural? ¿Puede una madre destruir una vida humana porque ésta se encuentra aún en su etapa más incipiente? El sol no es solamente la luz que vemos y el calor que sentimos. ¿Existe solamente aquello que podemos ver y comprender, o hay mucho más?
La vida debe ser respetada desde sus inicios, a saber, desde el momento de su gestación en que madre e hijo tienen un ADN propios, desde el momento en que hay una persona humana con toda su potencia. Un niño de un año tiene en potencia el llegar ser un adulto de setenta. El niño por nacer también tiene esa potencia y lógicamente ese derecho. Es de sentido común.