lunes, 9 de abril de 2007

Amor y felicidad


“Si el amor no produce la felicidad, no es verdadero amor”. Con esta frase se justificaba la separación conyugal en un conocido programa de televisión de gran audiencia. Parte de la confusión proviene de considerar a la felicidad como un estado de ánimo en virtud del cual la persona simplemente “se siente bien”, cuando la felicidad comporta realidades mucho más profundas del ser humano.
Para empezar debemos ponernos de acuerdo en el significado de los términos empleados, a saber: amor, felicidad y verdadero. Y debemos hacerlo porque vivimos una época en la cual la ignorancia se oculta sigilosamente bajo el manto engañoso de un vaciado de contenido de los conceptos más significativos para el hombre.
¿Qué es entonces el amor? El amor conyugal, además de ser un misterio, es la donación de sí mismos que hacen un varón y a una mujer, en razón de la bondad intrínseca que tiene la sexualidad humana. Esta donación es de tal entidad que afecta el ser de los cónyuges y genera en ellos un nuevo modo de ser en la unión, una comunión de personas que, sin destruirlas, las perfecciona haciéndolas más humanas a lo largo del tiempo.
Por otro lado, la felicidad es el sosiego y la complacencia que experimenta la persona cuando todo su ser comprueba la bondad de sus actos o de los actos de los demás. A este respecto, el Diccionario de la Real Academia Española dice que felicidad (felicĭtas, -ātis), es el estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien.
Y verdad(verĭtas, -ātis) es la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente, la conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa. Por eso la verdad no es democrática, pues aunque la mayoría de los vivientes, estando de día, votaran a que ese momento corresponde a la noche, el día seguiría siendo día y la noche, noche. Hay una verdad intrínseca a cada una de las cosas que corresponde al hombre descubrir según sus posibilidades.
Entonces, si un varón y una mujer, se entregan ellos mismos totalmente por amor, en lo que ahora son y en lo que pueden llegar a ser – en esencia y en existencia – porque es muy buena para ellos esa unión, la felicidad se asentará en el bien de la unión, y no en las dificultades que sacarla adelante comporta. Esta es la verdad del amor y no otra.
La vida comporta realidades humanas que ciertamente no son agradables a primera vista. Una de ellas es la muerte, única verdad que deberemos enfrentar todos los seres humanos. Con ella, se asocian las enfermedades, los sinsabores que experimentamos cuando no recibimos aquello que esperábamos, la infidelidad de un amigo, etc. No por ello vamos a decir que no vale la pena vivir. El vivir se asocia con el dolor y las dificultades, y el amor también. Por eso es un error concebir al amor ajeno a realidades tan humanas como el dolor.
La vida conyugal tiene luces y sombras, las mismas luces y sombras que tienen los amantes, pero sobretodo, tiene la grandeza de la unión personal en la propia naturaleza sexuada que permite una compañía íntima única e irrepetible, que bien vivida, hace profundamente felices a los esposos.