Conversaba con una buena amiga sobre el significado real de la felicidad. Discutíamos si es posible ser plenamente feliz en esta vida, y qué relación tiene esta felicidad con el amor humano.
Pienso que la finalidad de todo ser humano, aquello que justifica su existencia, aquello por lo que ha sido creado, es ser planamente feliz. Pero esa plenitud, ese estado de complacencia al considerar, desde lo más íntimo del yo personal que soy: "que lo tengo todo, y que no quiero más, que necesito que ese estado continúe por siempre, porque me llena completamente", no es posible alcanzarla en esta vida. Es por ello que la felicidad plena es un objetivo alcanzable, pero después de la muerte, única realidad que todos los humanos viviremos.
Mientras vivimos, podemos alcanzar algunos grados de felicidad en la medida que seamos fieles a nuestra propia naturaleza humana. Si lo hacemos, experimentamos ese estado de complacencia personal que se produce cuando todas nuestras potencias vitales se orientan a cumplir los fines por los que existen. Pero, ¿tenemos unos fines?, y si los tenemos, ¿Quién nos los ha asignado? Y ¿por qué?...Veámoslo con un ejemplo.
El fabricante de un auto proporciona un manual de uso en el que se explica con claridad diáfana cómo se debe manipular el artefacto... y funcionará correctamente en la medida se siga esas instrucciones... si no se las sigue, el auto funcionará; pero dará problemas. Queda al libre albedrío de quien conduce el auto seguir el manual, pero está advertido de las consecuencias. La armonía en la dinámica de ese artefacto se dará en la medida que se conduzca de acuerdo al manual de uso, lo cual no limita la libertad, mas bien la ordena para su mejor cumplimiento. La persona humana tiene un modo de vivir su vida, ejerciendo su libertad por medio de su inteligencia y su voluntad. Puede seguir su manual de uso - que lo da el creador del hombre, Dios-, o puede no hacerlo, depende de su libre albedrío. Será mejor persona en la medida que se oriente a cumplir sus fines, que son llegar a ver a Dios cara a Cara, y en la tierra, buscar siempre Su voluntad. Lo demás, es lo de menos.
No hay que confundir felicidad con ausencia del dolor. En la vida de la persona siempre existirá el dolor, el cansancio, las dificultades, sino, que alguien diga lo contrario. El dolor se hace presente en nuestra madre al nacer nosotros, sufrimos enfermedades en la vida, perdemos familiares y amigos, experimentamos disgustos, nos entristece dejar la casa de nuestros padres... y así, hasta el inevitable dolor de la muerte. Pero todos estos dolores, u otros, no son obstáculos para la felicidad, es más, si se viven con naturalidad humana, unidad de vida y recta intención, todos ellos contribuyen a hacernos mejores personas, más humanos, y por lo tanto más virtuosos para ser felices en esta vida. Basta con considerar el dolor que el parto produce en una mujer que espera ilusionada el nacimiento de su hijo. Este es un dolor que abre un horizonte de amor humano insondable entre esa madre y ese hijo.
Entre un varón y una mujer siempre existirán dificultades, dolor y días que aparecen cuesta arriba, pero si los cónyuges se han entregado mutua y totalmente, la sola compañía íntima los ayuda a superar sus dificultades, más aún, el dolor vivido por al amor de comunión engrandece y hace felices a los esposos. La persona humana ha sido creada para ser feliz amando, y el grado de felicidad estará en función de la calidad de sus amores.
Pienso que la finalidad de todo ser humano, aquello que justifica su existencia, aquello por lo que ha sido creado, es ser planamente feliz. Pero esa plenitud, ese estado de complacencia al considerar, desde lo más íntimo del yo personal que soy: "que lo tengo todo, y que no quiero más, que necesito que ese estado continúe por siempre, porque me llena completamente", no es posible alcanzarla en esta vida. Es por ello que la felicidad plena es un objetivo alcanzable, pero después de la muerte, única realidad que todos los humanos viviremos.
Mientras vivimos, podemos alcanzar algunos grados de felicidad en la medida que seamos fieles a nuestra propia naturaleza humana. Si lo hacemos, experimentamos ese estado de complacencia personal que se produce cuando todas nuestras potencias vitales se orientan a cumplir los fines por los que existen. Pero, ¿tenemos unos fines?, y si los tenemos, ¿Quién nos los ha asignado? Y ¿por qué?...Veámoslo con un ejemplo.
El fabricante de un auto proporciona un manual de uso en el que se explica con claridad diáfana cómo se debe manipular el artefacto... y funcionará correctamente en la medida se siga esas instrucciones... si no se las sigue, el auto funcionará; pero dará problemas. Queda al libre albedrío de quien conduce el auto seguir el manual, pero está advertido de las consecuencias. La armonía en la dinámica de ese artefacto se dará en la medida que se conduzca de acuerdo al manual de uso, lo cual no limita la libertad, mas bien la ordena para su mejor cumplimiento. La persona humana tiene un modo de vivir su vida, ejerciendo su libertad por medio de su inteligencia y su voluntad. Puede seguir su manual de uso - que lo da el creador del hombre, Dios-, o puede no hacerlo, depende de su libre albedrío. Será mejor persona en la medida que se oriente a cumplir sus fines, que son llegar a ver a Dios cara a Cara, y en la tierra, buscar siempre Su voluntad. Lo demás, es lo de menos.
No hay que confundir felicidad con ausencia del dolor. En la vida de la persona siempre existirá el dolor, el cansancio, las dificultades, sino, que alguien diga lo contrario. El dolor se hace presente en nuestra madre al nacer nosotros, sufrimos enfermedades en la vida, perdemos familiares y amigos, experimentamos disgustos, nos entristece dejar la casa de nuestros padres... y así, hasta el inevitable dolor de la muerte. Pero todos estos dolores, u otros, no son obstáculos para la felicidad, es más, si se viven con naturalidad humana, unidad de vida y recta intención, todos ellos contribuyen a hacernos mejores personas, más humanos, y por lo tanto más virtuosos para ser felices en esta vida. Basta con considerar el dolor que el parto produce en una mujer que espera ilusionada el nacimiento de su hijo. Este es un dolor que abre un horizonte de amor humano insondable entre esa madre y ese hijo.
Entre un varón y una mujer siempre existirán dificultades, dolor y días que aparecen cuesta arriba, pero si los cónyuges se han entregado mutua y totalmente, la sola compañía íntima los ayuda a superar sus dificultades, más aún, el dolor vivido por al amor de comunión engrandece y hace felices a los esposos. La persona humana ha sido creada para ser feliz amando, y el grado de felicidad estará en función de la calidad de sus amores.
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