Hoy conversaba con unos amigos sobre la influencia de los grupos feministas en nuestra cultura. Temas como la teoría de género se propagan como una onda generada por una piedra en un lago, y gente bien intencionada repite conclusiones apresuradas sobre el varón y la mujer, sin darse cuenta de los errores de fondo que contienen sus ideas. Esto no pasaría de una moda más, un tópico urbano, o un signo de nuestro tiempo, si no fuera porque la mencionada onda llega a niveles legislativos produciendo cambios en el derecho positivo de los países, y generando leyes que atentan contra la naturaleza de la persona humana, curiosamente contra aquello que, se supone, deben proteger. Así, somos testigos de cómo se vacían de contenido los conceptos más fundamentales de la sociedad: varón, mujer, matrimonio y familia. La lógica consecuencia de esto es que la sociedad misma en su conjunto se reciente, se enferma, y se deshumaniza.
La naturaleza humana tiene dos modos de ser igualmente dignos y complementarios. Esta complementariedad existe para preservar la especie, formar una familia donde se acojan a los nuevos seres humanos simplemente por el hecho de ser miembros de ella, y para la ayuda mutua tanto del varón como de la mujer que se unen por el amor.
La "persona humana masculina" es tal, por la "persona humana femenina"; y la "persona humana femenina" es tal, porque existe la persona humana masculina. La feminidad se debe a la masculinidad, y la masculinidad a la feminidad. Esto no es un simple juego de palabras, tiene un fundamento antropológico con consecuencias prácticas de orden fáctico: ni la dignidad del varón es mayor que la de la mujer, ni la de ella es mayor que la del varón, ambos son personas humanas de modalidad complementaria, igualmente dignas, que tienen una "inclinatio naturalis" a la unión.
El varón será mas humano en cuanto se acerque más a su verdad, a su ser varón. Y la mujer será más mujer, en cuanto se acerque más a la verdad de su ser mujer. Por ello, el verdadero feminismo, no es aquel que promueve una desfiguración de la mujer acercándola, incluso en apariencia, a la figura y modos de ser masculinos.
La sexualidad humana, que no se limita a la genitalidad, está radicada en el ser mismo de la persona y tiene como finalidad la unión de un varón y una mujer, e informa el ser de toda la persona. Entonces, la sexualidad no es la consecuencia de la cultura, no depende de si quiero ser varón o mujer. Depende fundamentalmente, del ser varón o ser mujer del quien que soy. Por ello, la sexualidad humana no puede ser “una opción” personal dependiente de la inteligencia y la voluntad, como no lo es el que yo quiera volar como las aves, o nadar como los peces. En todo caso, como sucede con otras dimensiones de la persona, podrían presentarse disfunciones o enfermedades que afecten a la sexualidad, pero serían sólo eso, enfermedades que requieren una respuesta terapéutica y científica.
Termino diciendo que la sexualidad humana es natural, digna y buena, y que corresponde a la sociedad, madura y culta, devolverle su real significado para rectificar tantos desaciertos legales que presenciamos, incluso y sobretodo, en países que se dicen desarrollados.
El amor conyugal, además de ser un misterio único y maravilloso, es la donación de sí mismos que hacen un varón y a una mujer, en razón de la bondad intrínseca que tiene la sexualidad humana. Esta donación libre es de tal entidad que afecta el ser mismo de los cónyuges y genera en ellos un nuevo modo de ser en la unión, una comunión de personas que, sin destruirlas, las perfecciona haciéndolas más humanas a lo largo del tiempo.
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