jueves, 3 de mayo de 2007

La educación sexual pertenece al ámbito íntimo de la familia

Una de las dimensiones de la persona humana es su sexualidad. Esta dimensión no se limita sólo a los aspectos biológicos y biosomáticos, sino que alcanza el nivel sensible y psicosomático, e informa radicalmente a las facultades superiores: la inteligencia y la voluntad. Existe una conformación biológica del varón y otra distinta para la mujer, una conformación psíco-sensible para el varón y otra diferente para la mujer, y una forma de pensar y actuar propias de la mujer y otras para el varón. Ambos, varón y mujer somos igualmente dignos y compartimos la misma naturaleza humana, pero nuestros modos de ser y obrar en esa naturaleza son distintos y complementarios.


Por ser de orden natural, la diferencia que introduce la conyugalidad en la humanidad del hombre es muy buena. Esta bondad que tiene nuestra sexualidad se centra en los fines humanamente alcanzables que ha impuesto precisamente la misma naturaleza. Por ello, existe una potencia de perfección humana en el grado de unión que pueden llegar a alcanzar un varón y una mujer a propósito de sus diferencias conyugables. Varón y mujer están llamados a niveles de unión tan altos como insondables, y su felicidad depende precisamente de la calidad de esa unión, unión que sólo el amor humano es capaz de engendrar.


Existe por tanto un modo naturalmente bueno de vivir nuestra sexualidad, y un modo no natural de vivirla. Lo natural es bueno, lo no natural degrada a la persona y la despersonaliza. Esto último hace profundamente infeliz a la persona, y la lleva a buscar sucedáneos (alcohol, drogas, profesionalitis, poder, etc.) que llenen aquel vacío que deja el vivir de modo contrario a lo que su propia naturaleza reclama. Comprender estas verdades, y hacerlas comprender a los demás es un verdadero desafío para nuestra sociedad.


Todo lo anterior se transmite de modo natural en la familia. La familia es el ámbito natural para educar a la sexualidad. La razón de que esto sea así es que aquella requiere un clima de intimidad y de amor humano incondicional para poder formarse funcionalmente bien. No hay otro ámbito mejor, y por lo tanto, si queremos formar mejor a nuestros jóvenes, tanto en la sexualidad como en otros aspectos, debemos fortalecer y apoyar con hechos concretos a la familia. En este sentido, es obligación del estado velar para que nadie ni nada perturbe el natural derecho de los padres a educar a sus hijos.

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