Cuando un varón se entrega a una mujer en matrimonio, le entrega toda su virilidad, dimensión que informa a todo su ser varón. Del mismo modo, cuando una mujer se entrega a un varón, le entrega toda su feminidad, la que informa todo su ser mujer. La masculinidad en el varón y la feminidad en la mujer, están siempre presentes en toda la persona, es decir, en la dimensión biológica y biosomática, sensible y psicosomática, y en las facultades personales - la inteligencia y voluntad – tanto del varón como de la mujer.
Al generarse el vínculo que los une en matrimonio, se genera con él la potencia que tienen los esposos de gozar de la complacencia que produce el vivir fielmente el propio vínculo. Dicho en otras palabras, hay una felicidad humana accesible para los esposos que solamente puede ser alcanzada a través del bien que está presente en el otro cónyuge, simplemente por haberse constituido como tal.
Esta complacencia en el bien que es la persona misma del otro cónyuge, está por encima del tiempo, y del desgaste que éste produce en el cuerpo de los esposos. Es una felicidad natural que no solo produce un bienestar espiritual, sino que abre nuevos horizontes que hacen crecer humanamente a los esposos, y los hace transitar por estancias de unión cada vez mayores, descubriendo de este modo lo extraordinariamente bella que es la unión íntima personal.
En contraposición, la infidelidad conyugal genera cierta satisfacción a nivel de las dimensiones biológicas y biosomáticas, causando verdaderos estragos en las demás dimensiones humanas, a saber, las sensibles y psicosomáticas y lógicamente degrada las facultades personales. El resultado es una relación entre un varón y una mujer que va contra su propia naturaleza de cónyuges debidos en justicia, y cuando esto sucede, la misma naturaleza les pasa factura deshumanizandolos.
Se puede ser profundamente feliz en el matrimonio. La felicidad conyugal sólo la encontraremos en nuestro cónyuge, en el de cada uno y de cada una, esa es la única vía prevista por la naturaleza humana.
El amor conyugal, además de ser un misterio único y maravilloso, es la donación de sí mismos que hacen un varón y a una mujer, en razón de la bondad intrínseca que tiene la sexualidad humana. Esta donación libre es de tal entidad que afecta el ser mismo de los cónyuges y genera en ellos un nuevo modo de ser en la unión, una comunión de personas que, sin destruirlas, las perfecciona haciéndolas más humanas a lo largo del tiempo.
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