lunes, 21 de junio de 2010

Educar para la verdad y el amor, misión de padres y maestros


César Chinguel Arrese

Introducción

Hablar de educar a profesores es como tratar de enseñar a volar al viento. Qué puedo decirles a profesores con experiencia no sepan ya. Hablar en treinta minutos sobre la relación que hay entre los conceptos de educar, verdad, amor, paternidad y pedagogía, no es fácil. Nuestro queridísimo Juan Pablo II decía que uno de los problemas de nuestra época es que vivimos una crisis de conceptos, y por ello nuestros esfuerzos de comunicación pierden eficacia.


Es evidente que en el inicio de nuestra vida, cuando fuimos concebidos, nuestra vida no estaba finalizada, como no lo está ahora. Iniciamos nuestra vida con todas nuestras potencias humanas completas, pero queda en manos de nosotros terminar de hacernos viviendo en el tiempo y haciendo uso de la libertad en las diversas circunstancias de la vida cotidiana. Al nacer somos un conjunto de potencias capaces de convertirse en realidad, potencias que necesitan del discurrir de la vida en el tiempo y de nuestras decisiones libres. Así, al nacer tenemos la potencia de caminar, de hablar, etc. No nacemos hablando, pero guardamos en nuestro ser la capacidad de aprender a expresarnos en el tiempo.


A propósito del tiempo, ahora les invito a viajar en el tiempo para recoger algunos conceptos que pueden ayudarnos a conformar la relación entre educar, verdad, amor y paternidad.



¿Qué es el AMOR?


Viajemos al año de 1975 y caminemos por Cracovia, será inevitable encontrar a Karol Józef Wojtiyla. Lo encontramos en un auditorio hablando con voz fuerte y clara, estará muy sereno presentando su libro “La Familia como Comunión de Personas”. Aunque él no lo sabe aún, la Providencia Divina le tiene reservada una gran sorpresa para dentro de tres años, a partir del año 1978 lo hará sucesor de Pedro, y con ello hará un regalo a la humanidad.


Para Karol Wojtyla, el fundamento que da sentido a la vida del hombre es el amor. A partir de este pensamiento va hilvanando ideas sobre el amor humano. Dice que el amor es un misterio que consiste en la donación incondicional que hace una persona de sí misma a otra, para alcanzar el bien de la otra como si fuera el propio bien.


Ejemplos tenemos de sobra. Todos podemos evocar con facilidad el amor de nuestros padres, para los casados, el amor a nuestros hijos, el amor entre hermanos, entre amigos, y sobretodo el Amor de los amores, el amor al Creador.


En el plano humano, todos estamos llamados a ser felices amando a nuestros seres queridos. A nuestra esposa, a nuestros hijos, a nuestros padres, hermanos y amigos. Nos sentimos complacidos cuando nuestros afectos son acogidos con cariño humano, cuando los demás se abren a nuestros afectos. Por eso la correspondencia es esencial en el amor humano, por eso el aislamiento y la soledad nos afecta tanto. Venimos del Amor, vivimos para amar, nuestro fin último es el Amor.


Vayamos a 1590 para escuchar a Juan de Yepes Álvarez, cofundador de los Carmelitas Descalzos que como tal, ha adoptado el nombre de Juan de San Matías. Con el pasar del tiempo lo conoceremos como el gran San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia. San Juan de la Cruz decía lo siguiente: “Al atardecer de nuestras vidas, de lo único que nos examinarán es en cuánto y cómo hemos amado”


¿Qué es EDUCAR?


En el año 2001 el Diccionario de la Real Academia Española, en su edición veintidós, dice que la palabra educación deriva de latín educere "guiar, conducir" o educare "formar, instruir". Con cualquiera de las dos acepciones, educar hace referencia a guiar la formación de una persona. Constituye un proceso que consiste en de guiar a otro en el proceso de formarse conociendo la verdad del mundo que le rodea, y en ese proceso, reconocerse a sí mismos como parte esencial de esa realidad.


La educación así entendida requiere de al menos dos personas, el que educa -el guía- y el que es educado – el guiado-. Lo curioso de este proceso es que quien educa, y mientras educa, se va educando también a sí mismo. Hay un efecto reactivo que favorece a quien educa, si lo hace bien, y lo desfavorece o lo deseduca si lo hace mal. Por ello, la novedad es que mientras educamos, también nos estamos educando a nosotros mismos.


Viajemos unos siglos en el tiempo, por ejemplo al año 322 antes de Cristo, y nos encontraremos caminando por el centro de Atenas, en Grecia. Ingresemos al Liceo, nombre de una escuela, y nos encontraremos con Aristóteles y sus alumnos, a quienes llamaban los “itinerantes”, por la costumbre del maestro de darles clases mientras paseaban por los jardines de la escuela. Tomemos pues los conceptos de “materia” y “forma” del maestro más portentoso de la historia antigua y uno de los más influyentes en nuestra cultura occidental. Aristóteles les va explicando que la educación tiene una materia y tiene una forma.


Les dice que la “materia” de la educación tiene dos vertientes, por un lado la verdad encerrada en el ser de todo lo creado, y por el otro, la persona humana en su dimensión unitaria biológica, afectiva y personal. Les dice que estas tres dimensiones no están superpuestas, la persona no es un cuerpo al que se le a sumando un espíritu, somos cuerpo y somos espíritu humano al mismo tiempo, y con el tiempo vamos creciendo en lo humano conservando esta unidad substancial.


Aristóteles les comenta que la “forma” de la educación es el conocimiento de la verdad que es capaz de alcanzar la persona que aprende. Empleando una palabra griega, es el “telos” o el conocimiento del fin de la persona humana.


Sintetizando, la educación tiene como materia: la verdad y la persona, y tiene como forma el conocimiento de la persona.


Existe una Pedagogía General, aplicable a todas las personas, que está orientada a formar las inteligencias de las personas buscando hacerles conocer la verdad de las cosas. También existe otra pedagogía, la Pedagogía Diferencial, que considera la educación en función de las diferencias personales, tales como su edad, sexo, personalidad, entorno familiar, etc. Mientras la primera considera ideas universales sobre la educación, la segunda considera su aplicación a cada caso concreto.


La Pedagogía Diferencial reconoce que cada persona es única e irrepetible. No hay dos personas iguales, ni dos familias iguales, por lo tanto, una educación eficaz debe estar orientada a personalizar lo universal a lo particular y concreto. Estoy seguro que todos estaremos de acuerdo en que lo más propio es orientar nuestro quehacer profesional como educadores hacia la Educación empleando la Pedagogía Diferencial, si soslayar los lineamientos fijados por la Pedagogía General.


Los Padres


Hay una institución que de modo natural practica la Pedagogía Diferencial. Esa institución es la familia. La familia es el único ámbito social en donde se reconoce el ser de cada uno de sus miembros simplemente por hijos. Cada padre, de modo natural, trata a su hijo tal como es. Nadie como los padres para conocer a sus hijos, y nadie como ellos para buscar su bien y su felicidad.


El hijo desde que nace entrega mucho más a sus padres de lo que recibe de ellos. Desde su gestación, enseña a sus padres requiriendo de ellos la generosidad de su entrega, el olvido de si a favor de ellos, el postergar anhelos por amor a los demás, la formación del carácter, el orden, el trabajo, y tantas y tantas virtudes que los padres adquieren al tener un hijo. Contrariamente a lo que se cree, esa entrega generosa a los hijos une más a los esposos y los hace encontrar nuevos e insospechados horizontes de unión íntima que proporciona esa alegría luminosa tan características de los que se aman de verdad.


Cuando hay amor en la familia, el dolor y las dificultades se vuelven pequeñas, y todos encuentran en la firmeza y virilidad del padre y la delicadeza y feminidad de la madre - junto a la incondicional entrega de ambos - ese gancho que los impulsa a crecer y superar las naturales dificultades de la vida diaria. Papá es más que una palabra, es un concepto que nos hace mirar, aún sin darnos cuenta, hacia nuestro origen, hacia el origen de nosotros mismos. No estaríamos aquí y ahora, si no hubiéramos recibido el don de la vida de nuestros padres, y tantas cosas más a través de ellos. Lo que somos, e incluso mucho de lo que seremos en la vida, decisiones importantes, modo de ser y de ver el mundo, se lo debemos a esa fuente de vida que nos permitió, sin mérito nuestro, venir a este mundo tan bello, apasionante como contradictorio.


El matrimonio tiene tres fines: la procreación, la educación de los hijos, y la ayuda mutua de los cónyuges. Corresponde a los padres cuidar y educar a sus hijos. La naturaleza proporciona a los padres la sabiduría natural necesaria para esta labor. Las madres no han estudiado técnicas pedagógicas, pero si se lo proponen con recta intención, son las mejores educadoras. La razón de fondo de esto es que aman a sus hijos.


Relación


El amor humano se manifiesta de diversos modos. Si el amor es entre padres e hijos, la modalidad se denomina amor filial, si el amor es entre hermanos se llama amor fraternal, si es entre un varón y una mujer se denomina amor conyugal, y si es entre dos amigos se denomina amor de amistad. Todas son modalidades del amor.


La labor formativa, que va más allá de la simple transmisión de conocimientos, requiere que exista amor humano. Los padres forman a sus hijos fundamentalmente porque los aman y buscan su bien incondicionalmente.


Para que un educador pueda ser y hacer eficiente su labor educativa se requiere que el amor de amistad esté presente. El profesor pasa de ser un simple instructor a ser un educador cuando se hace amigo de su discípulo, cuando el amor en su modalidad de amistad establece vínculos de unidad de tal entidad que facilitan la humanización del alumno, y como ya hemos mencionado anteriormente, también al profesor por reacción.


Los titulares de la educación son los padres, y los educadores se ponen al servicio de la misión de los padres. Se equivoca aquel profesor que busca reemplazar a los padres y trata de sustituirlos, eso sería un desorden. El buen profesor es fundamentalmente un gran amigo de su alumno, y trata de estar en coordinación con los padres para establecer juntos objetivos educativos.


¿Para qué educamos padres y maestros?


Educamos para que los alumnos puedan ejercer su libertad, para prepararlos para que vivan mejor, para que se equivoquen menos, y para que sean más felices, en síntesis para que amen mejor. Para que sepan encontrar la bondad en la vida cotidiana y puedan elegir lo que es mejor para ellos, lo que les proporciona un bien verdadero. Para ello se requiere formar a la inteligencia con la verdad. Si conocemos la verdad de las cosas, podremos elegir mejor. El otro aspecto esencial es educar la voluntad para que tenga la fortaleza de elegir lo bueno aunque el bien cueste.


Si la finalidad del hombre es ser feliz amando, la clave de su felicidad está en ser capaz de reconocer lo bueno y amable en su vida. Los padres y los profesores son los llamados a asumir esta responsabilidad. Finalmente hay que decir que nadie da lo que no tiene, y si queremos formar a nuestros alumnos, debemos formarnos primero nosotros mismos. La ejemplaridad es un aspecto fundamental en un maestro.


Padre y maestro son dos conceptos que no nos pertenecen, los padres y los maestros somos instrumentos de la paternidad y sabiduría divinas. Tenemos una gran responsabilidad. Muchas gracias,


Dr. Ing. César CHINGUEL ARRESE

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