lunes, 21 de setiembre de 2009

Homosexualidad

César Chinguel Arrese – ICF – Setiembre 2009

Cada órgano que poseemos tiene una finalidad, cada funcionalidad biológica se orienta a una finalidad, conocida o desconocida por el hombre. Con los medios tecnológicos a nuestro alcance, cada día no hacemos más que comprobar esta realidad dual, entre la existencia de una realidad y el fin que justifica su existencia. Sin embargo, muchas veces pasamos por alto un tercer componente sin el cual, la dualidad medio-fin no pasaría de ser más que un simple fenómeno aislado en equilibrio causa-efecto. Ese tercer componente, inseparable de los dos anteriores, es el orden que conecta la dualidad medio-fin con las otras realidades de la naturaleza, para producir una armonía natural de un grado mucho mayor que la simple dualidad causa-efecto.
Esta trilogía: medio-fin-orden, marca cada aspecto de nuestra realidad natural. La calidad con que el fin sea alcanzado, depende del modo con que el medio respete el orden natural escrito en su propia naturaleza. Existe por lo tanto un grado de calidad en cada realidad natural que recoge el modo con que un medio se ordena a su fin natural. Una enfermedad, por tanto, no sería otra cosa que la pérdida parcial del ordenamiento armónico de ciertos órganos, interactuando de tal modo, que el fin que deben cumplir es alcanzado sólo parcialmente, y como somos seres sensibles, lo notamos mediante diversos síntomas.
En el caso de la persona humana, su vida misma, y con ella su realidad cognitiva, afectiva, y biosomática recogen también esa relación de medio ordenado a un fin, y cobra sentido radical en el fin último que tiene toda persona humana. Así, incluso la muerte, que es la pérdida total del orden funcional de nuestro organismo, en virtud al desorden en los órganos por no llegar a alcanzar el mínimo de calidad funcional para mantener la vida, por ser una realidad completamente natural, me refiero a la muerte, tiene también su finalidad en el orden natural de la existencia humana. De esto se puede concluir que existe también un grado de perfección humana con el que una persona vive su propia muerte.
En el caso de la generación de la vida humana, un embrión que acaba de ser fecundado tiene la misma potencia en su esencia que un feto de dos meses, lo mismo que un niño de que acaba de nacer, lo mismo que un niño de diez años, para alcanzar la vida de un adulto de cincuenta. Lo que le falta al embrión es tiempo para pasar del estado de lo que actualmente es, a lo que por naturaleza puede llegar a ser. Si recogemos el hilo de lo planteado en párrafos anteriores, diremos que el embrión guarda en su esencia la potencia de convertirse en un adulto para cumplir los fines que por su naturaleza le corresponde dentro de un orden natural propio. Asimismo, se desprende que existe un grado de perfección – o de calidad - en el modo como éste viva, a lo largo del tiempo, ese orden natural para llegar a alcanzar sus fines.
En cuanto a la sexualidad humana, la ciencia nos dice que desde el momento de la fecundación el embrión contiene toda su estructura genética – incluida la sexualidad - con la información necesaria para que, mediando el tiempo y guardando el orden establecido por la naturaleza, el embrión se convierta en feto, luego en niño, en adolescente, en anciano y finalmente cumpla con su inevitable muerte natural, y todo vivido con algún grado de perfección natural.
La identidad sexual, que es el modo como cada uno se reconoce a sí mismo, en cuanto varón o en cuento mujer, es un proceso que puede ser alcanzado también con distinto grado de perfección, de tal modo que podría darse el caso en el que el nivel de calidad alcanzado en la formación de la identidad sexual sea tan deficiente que pueda ser considerado disfuncional, precisamente en relación con la funcionalidad armónica escrita en la naturaleza humana.
Por ello, la homosexualidad no es una tercera opción sexual, es una realidad muy concreta vivida por algunas personas que no alcanzaron durante su vida el mínimo nivel de calidad en la formación de su identidad sexual, manifestando un comportamiento disfuncional en diversos modos de relación. Estas personas merecen todo nuestro respeto y comprensión y merecen también la ayuda especializada adecuada a su situación en virtud de su dignidad como personas humanas.

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