amor entre varón y mujer

El amor conyugal, además de ser un misterio único y maravilloso, es la donación de sí mismos que hacen un varón y a una mujer, en razón de la bondad intrínseca que tiene la sexualidad humana. Esta donación libre es de tal entidad que afecta el ser mismo de los cónyuges y genera en ellos un nuevo modo de ser en la unión, una comunión de personas que, sin destruirlas, las perfecciona haciéndolas más humanas a lo largo del tiempo.

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jueves, 30 de abril de 2009

amor entre varón y mujer: Necesitamos de los fundamentos

amor entre varón y mujer: Necesitamos de los fundamentos
Publicadas por CHINGUEL ARRESE, César a la/s 10:43 a. m.
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Varón y Mujer, una sola naturaleza en dos modos de ser

No todos los amores humanos son iguales, todos tienen en común su relación con el bien, pero poseen algunos rasgos que los diferencian. Así, la diferencia entre amor de amistad, amor filial, amor fraternal, amor conyugal radica en la diferente razón de bondad que los genera. El amor entre padres e hijos tiene como razón de bondad la transmisión de la vida, el amor fraternal el mismo origen de consanguinidad, etc. Entre todos los tipos de amores humanos hay uno especialmente relevante, uno que por su trascendencia y grado de unión es el icono del amor humano; este amor es el que se da entre un varón y una mujer: el amor conyugal. ¿Cuál es entonces la razón de bondad del amor conyugal? ¿Cuál es el bien que lo genera?

Amor humano

El amor conyugal es el amor que toda persona casada conoce bien. Ese amor que un buen día, de modo misterioso y casi sin buscarlo, apareció cuando conoció al amor de su vida. Me refiero al amor cotidiano, el de cada día, al amor que a los casados nos impulsa a vivir unidos y relacionarnos cada vez más con quien amamos, el que nos lleva a desprendernos de tantas cosas buenas para darlas sin condiciones simplemente porque creemos que vale la pena. Ese amor no es la ensoñación que parte de nuestra cultura mediática muestra cotidianamente; es mucho más que un sentimiento. Es sobretodo acción, acto puro, movimiento de nosotros mismos hacia otro, intimidad, tiempo, vida que se comparte, trabajo esforzado, alegría y también dolor y dificultades. “Tendría un pobre concepto del matrimonio y del cariño humano quien pensara que, al tropezar con esas dificultades, el amor y el contento se acaban. Precisamente entonces, cuando los sentimientos que animaban a aquellas criaturas revelan su verdadera naturaleza, la donación y la ternura se arraigan y se manifiestan como un afecto auténtico y hondo, más poderoso que la muerte”[ESCRIVÁ, Josemaría]

Copertenencia del cuerpo personal

“La conyugalidad contiene una específica razón de bondad y un exclusivo título formal en la comunicación del cuerpo sexuado, que es la copertenencia del cuerpo del cónyuge como si del propio cuerpo se tratase”[PJ.Viladrich]. Esta copertenencia mutua no se da en ningún otro tipo de amor humano y en virtud de la unidad substancial de la persona humana, esa copertenencia supera el cuerpo – que no es separable del alma – y comprende a toda la persona amada.

Enamoramiento

El enamoramiento es la primera fase del amor conyugal. No es el amor propiamente dicho, pues no se ha concretado la entrega TOTAL, pero es una BELLA Y BUENA estancia del amor entre varón y mujer que tiene todos los ingrediendes del amor conyugal, aunque aún como tendencia a la unión. Recordemos esa bella etapa con la letra de esta vieja canción de Manuel Alejandro: ESTAR ENAMORADO . SI CONFUNDES, TU CUERPO CON TU ALMA...ES QUE ESTAS ENAMORADO, ES QUE ESTAS ENAMORADO. SI RECUERDAS LOS VERSOS DE TU INFANCIA...ES QUE ESTAS ENAMORADO, ES QUE ESTAS ENAMORADO. SI PERCIBES EL LLANTO MAS CALLADO...SI PERCIBES EL ROCE DE UNAS MANOS...ES QUE ESTAS ENAMORADO, ENAMORADO. ESTAR ENAMORADO ES, DESCUBRIR LO BELLA QUE ES LA VIDA. ESTAR ENAMORADO ES, CONFUNDIR LA NOCHE CON LOS DIAS. ESTAR ENAMORADO ES, CAMINAR CON ALAS POR EL MUNDO. ESTAR ENAMORADO ES, VIVIR CON EL CORAZON DESNUDO. ESTAR ENAMORADO ES, IGNORAR EL TIEMPO Y SU MEDIDA. ESTAR ENAMORADO ES, CONTEMPLAR LA VIDA DESDE ARRIBA. ESTAR ENAMORADO ES, DIVISAR LA ESTRELLA MAS PEQUEÑA. ESTAR ENAMORADO ES, OLVIDAR LA MUERTE Y LA TRISTEZA. ESTAR ENAMORADO ES, VER EL MAR CON ARBOLES Y ROSAS. ESTAR ENAMORADO ES, ESCUCHAR TU VOZ EN OTRA BOCA. ESTAR ENAMORADO ES, RESPIRAR EL AIRE MAS PROFUNDO. ESTAR ENAMORADO ES, CONFUNDIR LO MIO CON LO TUYO. (...)

Hijo

Hijo

¿ Crisis de la Familia ?

Los griegos denominaron “krino” –crisis- al juicio que sobre una idea preestablecida y comúnmente aceptada, se hacía para enriquecerla y mejorarla. En definitiva, era el juicio del juicio. La familia ha estado, está y muy probablemente estará siempre en crisis. Y no se trata de una crisis que pone en tela de juicio su existencia, sino del cuestionamiento permanente que se hace para cambiar su ropaje -sus accidentes- y adaptarse a los tiempos que le toca vivir. Toda familia está formada por personas dotadas de inteligencia y voluntad, y por ello, tienen la facultad de cuestionarse sobre los fundamentos que sostienen a la institución familiar; cuestionamiento natural del que se sirve para su continua actualización. Nos encontramos así ante un panorama alentador, pues resulta que lo que era una aparente crisis negativa se convierte en un mecanismo natural de renovación permanente que mantiene viva a la familia.En su libro “La Agonía del Matrimonio Legal”, el Dr. Pedro-Juan Viladrich se refiere a la comunicación interpersonal entre los cónyuges y, a propósito del tema, comenta que todas las generaciones pasadas se han empeñado en buscar o modificar la fórmula de comunicación sexual óptima para su especie. Y como esta fórmula está escrita en la naturaleza personal del hombre –varón y mujer-, la conclusión histórica que ha llegado a nuestra época es la misma que había en los orígenes: el matrimonio. Tenemos aquí el inicio y raíz de toda familia. Sin embargo, los continuos cuestionamientos han generado matices en la relación matrimonio-familia-sociedad, que a su vez han dado origen a los diversos modelos de familia que podemos ver a lo largo de la historia. Así, la familia se constituye en la respuesta de nuestros antepasados, desde los tiempos más inmemoriales, a la pregunta sobre ¿cuál es la fórmula sexual óptima de comunicación entre un varón y una mujer? Y el hombre ha sabido desvelar la respuesta partiendo de lo que tiene escrito en su propia naturaleza. Evidentemente, la comunicación entre los cónyuges no se queda solamente en el plano de la sexualidad humana, sino que se proyecta a todos los ricos ámbitos de intercambio personal entre el marido y la mujer.La familia es una institución con vida propia que se manifiesta de modos diversos según sea la cultura y el momento histórico que le toque vivir. Su naturaleza le permite cambiar lo accidental y mantener lo esencial y permanente. Si la raíz de la familia es el matrimonio, la raíz del matrimonio es la “naturaleza personal del hombre” que contiene en potencia la capacidad de procrear y, junto a esa capacidad, aquello complementario que tanto el varón como la mujer mantienen como propio y que, a partir del matrimonio, entregan libremente al otro. Eso que entregamos es inseparable de uno mismo, y constituye lo conyugable de nuestra naturaleza. Por eso, cuando contraemos matrimonio lo que se entrega es uno mismo, en cuanto varón y en cuanto mujer: eso es lo conyugable. Y por ello, conformamos una unidad de dos, somos un ser con el cónyuge, pues compartimos lo conyugable. Nos convertimos en un nuevo modo de ser, un co-ser con el otro, una sola carne. Ésta es la identidad del matrimonio, y la raíz de la familia, aquello que permanece y sostiene una sociedad. Cuando la sociedad pierde la identidad del “ser personal del hombre” en cuanto conyugable, pierde también la identidad del matrimonio. Y bajo equivocados esquemas, es inevitable olvidar la identidad de la familia como célula natural básica de toda sociedad auténticamente humana.Nuestra generación es muy peculiar, pues no encontraremos otro periodo como el que va desde las revoluciones del siglo XVIII hasta nuestros días, en el que tantas energías se hayan entregado en el campo del pensamiento humano para favorecer los derechos fundamentales del hombre. Notables esfuerzos se advierten en los más variados campos de la especulación en lo referente a la sexualidad humana, y a la propuesta de alternativas matrimoniales y familiares diversas. Sin embargo, no parece que se haya avanzado de modo significativo en el conocimiento sistemático del amor entre un varón y una mujer, fundamento de instituciones tan básicas para la sociedad como el matrimonio y de la familia. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué si teniendo tan buena intención, y contando con los medios, no se obtienen los resultados esperados? Creo que, como en todo lo humano, en este caso ha sobrado buena intención, han abundado los más variados medios, pero ha escaseado notoriamente el fundamento, el volver a cuestionarnos si la idea que tenemos del hombre es la que corresponde con nuestra naturaleza personal.

Familia

Familia

UNA CARO

El amor conyugal se inicia con la fase del enamoramiento en el que un varón y una mujer se encuentran y coinciden en una complacencia conyugal mutua. La totalidad de la persona participa de esta complacencia en el bien de la conyugalidad de la otra. La persona se siente atraída hacia la otra y se complace en la cercanía íntima que ésta le genera, y por ello, busca estar junto a ella conociéndola más, intimando más, y de este modo, va confirmando a su voluntad en el deseo de una unión mayor, ya no de un simple coincidir, sino de una verdadera unión, unión que sólo es posible si los amantes – varón y mujer - se donan mutua y totalmente. Para que se consolide la donación, es preciso que ambos amantes se dispongan a darse y a acogerse mutuamente, primero de modo incipiente durante la adolescencia, y de modo radical cuando la unión se concrete.En la primera fase del amor conyugal suelen ocurrir cambios en el comportamiento y en los modos de comunicación interpersonal para manifestar que se está en disposición de donarse a sí mismo y de acoger a otro en la intimidad. Como diría P. J. Viladrich, los adolescentes empiezan a asistir a lugares donde están los “predispuestos”, asisten donde están aquellos que no aman a nadie en concreto, pero aman amar, y buscan a quien amar. Alcanzada la madurez necesaria, la dualidad presente en la naturaleza humana, manifestada en sus dos modos básicos de ser, el de varón y el de mujer, tiende a generar una dinámica intensa de don y acogida mutua que posibilita el inicio de una relación amorosa única.Se inicia así un proceso que propicia la unión entre un varón y una mujer y tiende a madurar generando un nuevo modo de ser. Llegado el momento, y si esta primera fase del amor logra superar una serie de obstáculos, los amantes llegan al momento más radical en la vida del amor conyugal: la entrega total y mutua de sí que hacen el varón y la mujer, entrega que compromete lo que ahora son y lo que pueden llegar a ser en la vida. Al ser la entrega total, lo es tanto en lo que ahora son los amantes, como en lo que pueden llegar a ser, por eso, además de ser una unión de uno con una, es una unión para siempre, es decir, mientras vivan.Esta entrega se concreta de un modo singular y único en el llamado “pacto conyugal”, alianza matrimonial o boda. Éste es el momento fundacional del matrimonio, en el cual los amantes, en pleno uso de su libertad, se entregan y aceptan mutuamente como esposo y esposa, y se donan a sí mismos para constituir el vínculo.Este vínculo afecta el ser del varón, de tal modo que desde ese momento deja de serlo para pasar a ser esposo, y afecta al ser mismo de la mujer, que así pasa a ser esposa. Ha sucedido en ambos un cambio radical y fundamental, pues ahora conforman un nuevo modo de ser, se pertenecen en lo nuestro, no retóricamente, sino realmente de modo exclusivo y perpetuo. El pacto conyugal genera así un cambio de estado en el varón y la mujer porque supone la donación y aceptación mutua del ser de ambos en todo lo conyugable, de tal manera que ya no son dos, sino que son realmente una sola carne.

ANTROPOLOGÍA DEL CUERPO I

Genara Castillo

1. Introducción
Existe una antropología y hasta una teología del cuerpo . El cuerpo humano es algo extremadamente complejo, maravilloso, porque el hombre que lo posee es de un nivel superior a cualquier animal. Como es sabido, son muchas las ciencias que contribuyen a su estudio. Por parte de la antropología filosófica se han logrado muchas averiguaciones al respecto. Así, es posible ver al cuerpo humano sistémicamente. Mediante el método sistémico se puede ver en el cuerpo elementos duales (la dualidad no es dualismo), en los cuales el término inferior depende de otro superior, una determinada función está relacionada con una superior a la que hace posible, y ésta a su vez con otra superior, etc. De esta manera se ve el cuerpo humano con gran apertura constitutiva, un cierto “inacabamiento”, una potencialidad o indeterminación que “reclama” la presencia del espíritu humano. Ningún otro cuerpo está en esas mismas condiciones.Evidentemente, una antropología del cuerpo da lugar a más de un tratado; por lo que a la presente publicación corresponde, daremos solamente unas breves referencias utilizando el método sistémico y tratando de que se vea la apertura del cuerpo humano a la acción del espíritu humano.La tesis principal que irá apareciendo es que el cuerpo humano, a diferencia de cualquier otro ser, es un cuerpo preparado para ser un instrumento manifestativo del espíritu. De ahí que en cierta manera es “potencial”, inacabado, esperando para ello la acción inteligente y libre del sujeto. Según sea la intensidad de ese dominio, se dará una verdadera apropiación del cuerpo y éste será más o menos manifestativo del espíritu humano, el cuerpo dejará que el espíritu se “abra paso” a través de él.Si lo característico del hombre es que es poseedor, la tenencia del cuerpo humano invoca un dominio, un “enseñoreamiento” del cuerpo gracias al espíritu humano. Tener cuerpo conlleva poseerlo cognoscitiva y volitivamente. La luz de la sindéresis tiene mucha parte en esa posesión aunque como sabemos dicha iluminación ha sido oscurecida, pero no del todo ya que la sindéresis no puede desaparecer nunca porque entonces se daría la desaparición de nuestro espíritu, lo cual es imposible. El cuerpo humano es de una riqueza manifestativa extraordinaria. Una antropología que ignore o desprecie el cuerpo es una antropología equivocada. Tan erróneo es considerar al hombre como mero espíritu como reducirlo sólo a lo corpóreo. El ser humano no es ni un ángel ni una bestia. El ser humano “posee” espíritu, inteligencia y voluntad, con la cual puede gobernar su cuerpo en gran medida.Esto es de gran importancia en la vida humana, especialmente en la pedagogía. Tan errónea es una pedagogía “angelista” que pretende ignorar el cuerpo, como una antropología meramente biológica, que reduce al ser humano a sólo lo orgánico. Si no se sabe cómo integrar lo corpóreo, lo sensible, en el hombre, entonces es difícil saber qué hay que hacer respecto de los sentimientos, la sexualidad, etc., ni el papel que desempeñan en la vida humana.La presencia del cuerpo es, por otra parte, ineludible. Existen otros seres de muy alto nivel que son sólo espíritu (inteligencia y voluntad) y no poseen cuerpo. Como sabemos, el ser humano se diferencia del ser angélico entre otras cosas porque tiene cuerpo y por eso está llamado a vivir manifestándose a otros seres, especialmente a otras personas que a su vez se manifiestan corpóreamente. Gran parte de la manifestación humana –su ser racional– es a través del cuerpo. La sociedad humana se hace en base a la comunicación a través del lenguaje humano que es posible gracias a la articulación de la voz que tiene una base corpórea. Pero en realidad hay también un “lenguaje” de todo el cuerpo: hay un lenguaje de la mirada, del tono de la voz, del tacto, del rostro, de la sonrisa, de los gestos, de la manera de caminar, del modo como se viste o se cubre el cuerpo, etc. El ser humano “dispone” en el tiempo y en el espacio mediante su corporalidad y mediante ésta construye un “mundo humano”, una habitación, una casa, una ciudad, y se relaciona con otros seres humanos constituyendo un tejido de relaciones que echan mano de muchos medios y que se basan en el lenguaje, en la comunicación –que tiene una dimensión corpórea–, que es tan importante en la sociabilidad humana. Así pues, el diálogo, la convivencia, la construcción de las casas, calles, ciudades, así como el inmenso ámbito ocupacional y laboral del hombre se hace mediando la capacidad corpórea humana.A continuación haremos un breve recorrido por esas realidades humanas referentes al lenguaje humano, al rostro, a la mirada, al gesto, al vestido y la palabra, que tienen como base la corporalidad humana, poniendo el acento en que la dimensión corpórea del ser humano está llamada a “manifestar” de la mejor manera la índole propiamente humana, espiritual, de ese su ser.

2. El cuerpo como “cauce” de la manifestación humana.

Como indicamos antes, el ser humano se manifiesta en general, ejerciendo una serie de operaciones, para lo cual sigue un proceso que se puede llamar dual, en el que una parte o miembro de la dualidad es superior a la otra supeditándola y generando una dualidad superior, etc.Este proceso en que lo inferior se supedita a otro miembro dual que es superior, sugiere su apertura a un crecimiento o desarrollo cada vez de mayor nivel, ya que desde el nivel orgánico las operaciones se dirigen siempre hacia algo superior, hacia funciones mucho más complejas, etc. Se podría hacer un recorrido de las diversas dualidades, incluidas las orgánicas, pero sería muy largo, sólo nos detendremos en algunos aspectos de esa sistematicidad humana.Empezaremos por fijarnos en una primera realidad humana que es el bipedismo. El ser humano se sostiene en dos pies, es bípedo. A veces se le ha llamado el “bípedo implume”, es decir, que se semeja a los pájaros que se sostienen sobre dos patas. Pero, como hemos señalado, el ser humano tiene un cuerpo que no está cubierto de plumas, es un cuerpo “inacabado” porque su “terminación” está encomendada al espíritu humano.Por eso el vestido es objeto de un arte humano que es importante, ya que ahí se da un “reflejo”, una manifestación, una “prolongación” de la interioridad, de lo que cada uno es, de su poca o mucha conciencia de la propia dignidad humana, de los criterios o convicciones que tenga y en definitiva de su libertad.El cuerpo humano al otorgar una base a la existencia humana, no se cierra en sí mismo ni siquiera en el nivel de las funciones orgánicas, sino que al estar “inacabado” invoca otros niveles y operaciones más altas, es decir la conducción, la dirección, conciente y libre del hombre. El cuerpo humano no se agota en sí mismo, sino que se “abre” a manifestaciones superiores del espíritu humano, su fin no es él mismo, sino que está proyectado a finalidades más altas, superiores a las corpóreas. De ahí que como hemos señalado el cuerpo humano sea sistémico, sus partes están en relación a otras de tal manera que se constituye un sinnúmero de operaciones, en las cuales las más básicas están en función de otras de mayor alcance, es decir superiores.Así por ejemplo, el bipedismo humano hace posible que el hombre al no ser cuadrúpedo, tenga una postura erguida, su columna vertebral no está dispuesta horizontalmente (como los cuadrúpedos), sino verticalmente para hacer posible algo importante como es la postura de la cabeza humana.A su vez, la cabeza humana al asentarse sobre la columna vertical da las condiciones necesarias para que se dé una determinada postura de la cabeza que posibilita el que el hombre posea un rostro, de lo contrario la cabeza le “colgaría” y el “rostro” se escondería.Por su parte, el rostro humano hace posible una cavidad bucal que permite una postura de la lengua que es indispensable para ejercer una actividad superior como es la del lenguaje humano. La lengua de un animal, por ejemplo la de una vaca, está terminada, no está disponible para articular voces, a lo mucho puede emitir mugidos, pero no palabras.La palabra humana está cargada de significado gracias a que el ser humano puede vehicular a través de ella la verdad de su pensamiento, ese don inestimable de su capacidad de entender, de pensar, y también la voluntad de comunicarse con sus semejantes.Pero además, el ser humano se sostiene en dos pies para dejar libre las extremidades superiores, las cuales al quedar libres son indeterminadas para que puedan dar paso a una actividad superior que es la técnica humana. La mano es el “el instrumento de los instrumentos” como decía Aristóteles. Al quedar liberadas las extremidades superiores y siendo las manos “inacabadas”, puede establecerse la relación mano-cerebro lo que da lugar a la técnica humana. Hay quienes dicen rechazar la técnica, pero intrínsecamente esto no es posible, porque es inherente al ser humano. Desde que el primer hombre surgió en la tierra tuvo que valerse de sus manos para hacer lanzas y poder cazar, para hacer sus vestidos de la piel de los animales, para hacer fuego y cocer sus alimentos, para construir sus herramientas, etc. A su vez, la relación mano-cerebro se potencia enormemente gracias al lenguaje, ya que la enseñanza y el aprendizaje técnico se aumenta por medio de la palabra de quien racionalmente va dirigiendo el cómo usar las manos y las diferentes extremidades corpóreas.De esta manera el ser humano aprende a tomar objetos con los que hace más cosas; aprende a tomar una herramienta para conseguir una utilidad, aprende a caminar, que es una de las técnicas más elementales, aprende a tomar una cuchara y llevársela a la boca, aprende a comer, a vestirse, etc.Todo ese proceso de instrumentalización del cuerpo es gracias al espíritu humano. Sólo el ser humano puede relacionar medios con fines. El animal no sabe lo que es un medio, no lo reconoce como tal a pesar de que “use” los medios, no sabe lo que significa medio o mediación, la relación de medio a fin la hace instintivamente; en cambio el ser humano sí reconoce la índole medial de las cosas. De ahí que el ser humano pueda progresar en el uso de los medios. Como se sabe la clave de ese proceso consiste en convertir los fines alcanzados en medios para alcanzar fines superiores, ésa es la índole de la sistematicidad humana tanto a nivel individual como social. Por eso, las abejas siempre hacen la miel de la misma manera, porque esos procesos al ser instintivos no crecen, están determinados, es decir que no están encargados a la inteligencia y a la libertad de los sujetos. En cambio, en el ser humano el progreso técnico se ha disparado con gran intensidad, tanto que ahora el problema es que en el camino por conseguir medios cada vez más potentes, se nos están perdiendo de vista los fines definitivos.Las actividades que realizamos con las manos, desde el hecho de cocinar o preparar unos alimentos, de confeccionar unos vestidos, como de levantar una casa, hasta las manufacturas y las técnicas más sofisticadas que tenemos actualmente, todo ello es posible gracias a las manos, que pueden coger un bisturí como armar los bites de una computadora. El ser humano no come como las bestias que, dejándose llevar de su instinto, no controlan la acción de comer, sino que se abalanzan sobre los alimentos; el ser humano en cambio procede a cocerla, a prepararla racionalmente, lo que da lugar a unas artes especiales como son la culinaria, la gastronomía y la nutrición.También la capacidad gestual humana se encuentra en gran parte en las manos, en los brazos, etc., a través de los cuales se vehicula el espíritu. Por ejemplo, cuando al saludar de cerca damos la mano o de lejos la levantamos, eso quiere decir –desde tiempos antiguos– que acogemos al otro en señal de amistad, es como si dijéramos “no tengo ningún arma con la cual herirte o hacerte daño”. La capacidad gestual humana es inmensa y muy rica, por ejemplo, el inclinarse, el hacer una reverencia o genuflexión que es el modo de saludar a un Ser Superior, el ponerse de rodillas cuando se da culto a Dios manifiesta que nos sometemos con la totalidad de nuestro ser a Él, de ahí que los gestos de adoración sean tan significativos.Así pues, ignorar el cuerpo es no valorarlo, es no ver su capacidad de dar paso a “fines superiores”, a nivel personal. Entonces se pasa por alto realidades propiamente humanas, como es la tipología humana que es muy importante cara a la sociedad humana. Así por ejemplo, el cuerpo humano nace sexuado por lo que da lugar al tipo humano femenino y al tipo humano masculino que parten, aunque no se agotan ahí, de esa maravilla de la sexualidad humana, que está llamada a una finalidad muy alta, a ser un don grandioso, ya que constituye el santuario de la vida humana y que aporta especialmente en el matrimonio y en la familia la dotación topológica peculiar de varón y mujer. Por otra parte, la tipología también está en los modos de ser de cada uno, lo cual tiene una base corpórea, es lo que se llama temperamento; por ejemplo existen músculos inhibidores y efectores, y en cada persona predominan unos de una manera y otros de otra, inclinándonos –por ejemplo– a ser más “abiertos” o más retraídos. El grado de actividad también tiene una base corpórea, unos tendemos a la actividad más que a la pasividad y al revés. El grado de sensibilidad, el cómo nos “afecta” la realidad también es tipológica, existen tipos humanos de una gran sensibilidad y otros de menos.Pero por eso mismo, esa dotación temperamental invoca una tarea y un destino de gran nivel: su apertura al espíritu, que hace que el temperamento sea asumido, modelado y educado gracias a la influencia educativa personal, familiar y social.Es decir que lo corpóreo reclama una educación del carácter, para hacer de nuestro modo de ser un don para otros, para que esa apertura sea posible y se pueda aportar a los demás miembros de la sociedad con todo lo que somos y tenemos tipológicamente.En definitiva, en la educación del carácter, se requiere de una guía y conducción de la propia dotación sensible por parte de las facultades superiores: inteligencia y voluntad. Al comienzo esta dirección o guía se da a través de los padres, y paulatinamente nos hacemos dueños de nuestro propio carácter a través de nuestras acciones libres. Ahí todo influye, por ejemplo, la educación y las experiencias vividas, pero todo eso está encomendado a los criterios que vayamos teniendo y a nuestra libertad, de manera que son nuestras acciones libres las que van forjando nuestra propia personalidad.En general, el cuerpo del ser humano, a diferencia de los animales, es un cuerpo transido de espíritu, porque la presencia de sus capacidades intelectual y volitiva, penetra –poco o mucho– el cuerpo humano. El ser humano no es sólo cuerpo, sino también posee la riqueza del espíritu, de sus facultades superiores, de su inteligencia y de su voluntad. Por eso insistimos en que el cuerpo humano tiene una exigencia inherente y es la de estar penetrado por ese espíritu, de manera que el cuerpo humano es “tenido” según esa realidad espiritual. Es muy diferente la condición en que se encuentra un animal. Cuando a veces vemos “la cara” de algunos animales, sentimos una ligera conmoción, porque aunque se parezca al humano, aunque por ejemplo tenga dos ojos, aquella no es una mirada ni un rostro propiamente humanos, porque ahí no se manifiesta la índole espiritual que todo ser humano posee. Las típicas fotografías de un niño al lado de su mascota lo representa bien: la mirada del perro es algo estúpida, mientras que la del niño es una mirada chispeante: es la presencia del espíritu.De ahí que como veremos, muchas de las actividades corpóreas manifiestan de alguna manera la presencia de esas facultades superiores que son espirituales. La causa de una extraordinaria capacidad manifestativa del cuerpo humano es la presencia intensa del espíritu, lo mejor de nosotros “sale” al exterior gracias a nuestra corporalidad. En realidad, no hay ninguna expresión humana corpórea que no esté transida de nuestra naturaleza y esencia humanas y de la intensificación con la que dominemos el cuerpo depende que esa manifestación sea mayor o menor. La riqueza de esa manifestación puede tener una riqueza extraordinaria.Por ejemplo, el caminar humano reclama estar dirigido por esas facultades superiores. No da igual caminar de una manera u otra. Existe el arte de caminar. Así por ejemplo, la manera como pisa una mujer, el garbo, es la expresión de su cuerpo que revela ese dominio y esa presencia del espíritu, es el secreto de su elegancia. Una mujer propiamente no camina igual que un animal, como por ejemplo una yegua, que no mueve sus caderas racionalmente, sino que al no poseer dominio sobre su cuerpo, las “tira” hacia un lado o hacia otro. Es decir que en el animal su cuerpo está fuera de su dominio, simplemente se abandona sin más; no lo puede dirigir porque no tiene facultades directivas superiores, se mueve según su instinto. En el saber caminar elegantemente influyen muchas cosas: el dominio del espíritu se manifiesta en el largo del paso –que no es azancanado–, en la armonía con la postura de las demás partes del cuerpo –cintura, columna y cabeza–, todo ello supone CONTROL, una íntima percepción de la medida o mesura. En el ser humano se puede dar un comportamiento elegante: es el esplendor del espíritu, algo así como su perfume.

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TOMÁS MELENDO:
"En una perspectiva que además llega a las raíces mismas de la realidad, hay que decir que la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor. Por esto la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor".

1. El núcleo primordial
a) Primero… los padres
Amor, por tanto, y amor en su acepción más noble: amor de amistad o benevolencia. Pero amor ¿entre quiénes?
No es infrecuente que los padres consideren por vez primera la necesidad de formarse mejor cuando alguno de los hijos comienza a plantearles dificultades que los superan. Suelen entonces acudir al centro educativo para hablar con el preceptor o se inscriben, entre animosos y angustiados, en un curso de formación familiar sobre adolescencia… El "problema", por decirlo con un tanto de dramatismo, es el hijo.
Toda su actividad paterna resultará inútil hasta que, en el seno de la familia, no dirijan su mirada y su influjo renovador hacia… ellos mismos:
- Son los padres quienes deben cambiar en primer término si pretenden provocar un perfeccionamiento en la existencia de sus hijos.
- Cualquier progreso en el despliegue de una familia es fruto de una modificación en la vida de los cónyuges, que se implican más, y más decididamente, en el seno del propio hogar.
- Sin ese más radical compromiso, todo resulta inútil.
Y, en efecto, en más de una ocasión, siguiendo sugerencias del Romano Pontífice, he puesto de relieve que la familia resulta insustituible para la maduración e incluso la existencia de la persona en cuanto tal y, por tanto, de todos los componentes de la familia en todos y cada uno de sus niveles de desarrollo:
- desde la indigencia absoluta del recién concebido, pasando por
- la inseguridad y las dudas del niño o del adolescente, hasta
- la aparente firmeza autónoma del adulto,
- la plenitud del hombre y la mujer en sazón y
- la fecunda pero frágil riqueza del anciano.
Desde este punto de vista, parece imprescindible hacer comprender a los padres, de la manera que en cada caso dicten las circunstancias, que la familia es necesaria no sólo para que sus hijos se vayan perfeccionando mientras son más o menos pequeños e inexpertos o cuando empiezan a "hombrear" y escapárseles de las manos; sino también, ¡y antes!, para que ellos -el padre y la madre, hechos y derechos y en muchos casos auténticos "triunfadores" en la vida profesional o incluso pública- "se realicen" en verdad como personas.
¿Por qué "antes" y "más" para los padres? Se nos ha recordado a menudo que la persona sólo encuentra su plenitud cuando ama, mediante "la entrega sincera de sí misma a los demás". Por eso, si llevamos al extremo lo que vengo sugiriendo, cabría afirmar que cuanto más perfectos van siendo un hombre o una mujer, más necesitan de la familia como el ámbito en el que, sin ningún tipo de trabas, pueden dar y darse… con la seguridad de ser acogidos justo como personas.

b) La familia, por encima de todo
A este respecto, las palabras de Juan Pablo II no pueden ser más diáfanas: "El hombre, por encima de toda actividad intelectual o social por alta que sea, encuentra su desarrollo pleno, su realización integral, su riqueza insustituible en la familia. Aquí, realmente, más que en cualquier otro campo de su vida, se juega el destino del hombre".
"Por encima de toda actividad intelectual o social por alta que sea…; más que en cualquier otro campo de su vida". El sucesor de Pedro es tajante, porque sabe prescindir de todo lo superfluo y adentrarse hasta la médula de las realidades que esclarece.
Pero, en este caso concreto, los padres y las madres pueden fácilmente "experimentar" lo que el Pontífice afirma. Pueden caer en la cuenta de que equivocan el rumbo cuando descuidan la atención directa e inmediata a los demás miembros de su familia para dedicarse a otros menesteres, profesionales o sociales, en los que incluso alcanzan el éxito más absoluto… buscando con franca generosidad el bien de aquellos con quienes así se relacionan. Porque ese triunfo no es capaz de ahogar la especie de desazón íntima que les asalta siempre, en los momentos más hondos y humanos, por el hecho de desatender el círculo familiar, en el que, en expresión del Papa, habrían de encontrar "su realización integral, su riqueza insustituible".
Incluso desde el punto de vista psicológico, resulta muy improbable que, sin una entrega delicada en el seno del propio hogar, pueda una persona sustraerse a la tentación de considerar esa tarea como de segunda categoría.
¿Qué ocurre, entonces? Pues, probablemente, que, además de desatender al cónyuge, acabará por delegar en él la educación de los hijos o, sobre todo cuando también el otro consorte busque su realización prioritaria fuera de casa, los encomendará a otras instituciones -colegio, club juvenil…-, cuya misión real no es sino subsidiaria respecto a la de los padres y cuyo influjo eficaz en los chicos se torna entonces muy limitado y epidérmico.
Por eso, si el punto de partida de una consulta fuera el que antes insinuaba -el del "hijo problema"-, es hoy misión prioritaria, hacer saber a los padres que la familia resulta imprescindible para el íntegro desarrollo de sus hijos porque en primer término lo es también para él o para ella como cónyuge y como padre o madre. Explicando de pasada, según acabo de sugerir, que un padre insatisfecho por no desarrollarse en plenitud dentro de su propio hogar no puede aportar auténtica vida ni apoyo sólido a ninguno de los hijos que en ese mismo hogar han venido a la existencia y en el que encuentran también la principal palestra para su robustecimiento personal y la base ineludible para el despliegue enriquecedor en cualquier otra esfera de su existencia.

2. El amor de los padres se desborda

a) Para poder amar… ¡amarse!
Sentadas estas ideas generales, cabría dar un paso más, centrando nuestra atención no ya en la necesidad que el padre y la madre tienen de la familia por su misma condición de personas, sino justo en cuanto padres o madres, es decir, en función del crecimiento y la mejora de sus hijos.
Con otras palabras, que pueden resultar paradójicas:
- para cumplir sus deberes paternos, los componentes de un matrimonio no han de dirigir en primer lugar su atención hacia los hijos, sino hacia el otro cónyuge.
- Y la razón es muy simple, aunque en algunos casos no se le conceda la importancia que reclama:
o la primera -y casi la única- cosa que un hijo necesita para ser educado es que sus padres se quieran entre sí.
Se trata de una idea desarrollada con brillante sencillez por Carlos Llano:
o como la educación de los hijos no es sino la más genuina expresión del amor de los padres hacia ellos, y
o como este amor no puede ser a su vez sino el despliegue del cariño entre los esposos,
o el que los cónyuges se amen de veras constituye la clave esencial, y casi el todo, de su misión dentro de la familia.
Llano escribe:
o "La condición ineludible para que la familia se constituya como ámbito formativo del carácter de los hijos es el amor firme de los padres.
o el amor familiar ha de ser constante, lleno de confianza y responsable, si quiere poseer valor formativo […].
o La inducción del carácter es, diríamos, una emanación del amor conyugal, una extensión -casi un apéndice- suyo:
- los padres no tendrían otra cosa que hacer más que amarse de manera constante, llena de confianza y responsable.
- Habría después, sí, recomendaciones, sistemas, técnicas, fórmulas, procesos y recetas positivas para lograr el objetivo" de formación "de los hijos; pero todas las recomendaciones para ello serán apenas una cabeza de alfiler en el profundo y extenso universo del amor familiar en que se desarrollen.
- Al menos, puede afirmarse sin equivocación que tales recomendaciones, sistemas, técnicas, fórmulas, procesos y recetas serán bordados en el vacío si no se dan dentro del espacio del amor familiar, la primera e imprescindible condición, y casi la única".
Los expertos están hoy más obligados que nunca a insistir en este extremo, porque desafortunadamente ni se presenta bien dibujado para la inteligencia ni fácil de instaurar en la vida vivida. Y, sin embargo, se trata de algo de radical relevancia: lo más importante que tienen que hacer los esposos con vistas al desarrollo y la felicidad de sus hijos es quererse el uno al otro, de forma creciente, con un amor que trascienda las discrepancias de carácter, las pequeñas incomprensiones, las dificultades, las pretendidas afrentas… La marcha de la entera familia, en cada uno de sus miembros, viene casi enteramente definida por el amor mutuo que se tengan los padres.
- La calidad del amor que anima a cualquier familia se encuentra determinada por las características y la categoría del cariño entre los cónyuges.
- Con metáfora que raya un tanto en lo cursi podría decirse: desde que sale del útero materno, donde el líquido amniótico lo protegía y alimentaba, el niño necesita imperiosamente de otro "útero" y otro "líquido", sin los que no podría crecer y desarrollarse; a saber, los que promueven el padre y la madre cuando se quieren de veras. Fuera de ese ambiente es muy difícil que el muchacho progrese de la manera oportuna, hasta conquistar la estatura inefable de la persona cuajada que por naturaleza está llamado a ser. Y el centro escolar o el club juvenil, por más que lo pretendan y luchen por lograrlo, a duras penas colmarán el déficit causado por el vacío de amor de los padres.
Dentro de este contexto, me parecen concluyentes y luminosas las convicciones expresadas por Ugo Borghello: "Cuando se trae a un hijo al mundo, se contrae la obligación de hacerlo feliz. Para lograrlo […] existe sobre todo el deber de hacer feliz al cónyuge, incluso con todos sus defectos. Para ser felices, los hijos necesitan ver felices a sus padres. El hijo no es feliz cuando se lo inunda de caricias o de regalos, sino sólo cuando puede participar en el amor dichoso de los padres. Si la madre está peleada con el padre, aun cuando luego cubra de arrumacos a su hijo, éste experimentará una herida profunda: lo que quiere es participar en la familia, en el amor de los padres entre sí. En consecuencia, engendrar un hijo equivale a comprometerse a hacer feliz al cónyuge".
b) "El" derecho esencial de los hijos
Como consecuencia de ese querer recíproco, y apoyados en él, los padres podrán enderezar un afecto profundo y vigoroso hacia cada uno de los hijos que de ese cariño ha surgido.
¿Cuáles han de ser las características de tal amor?
También este extremo debe tratarse con cierta cautela, insistiendo incluso en lo ya conocido: porque en lo que atañe al amor hacia los hijos no es oro todo lo que reluce… aunque reluzca con la mejor de las intenciones.
De acuerdo con la ya clásica descripción aristotélica, se ama a una persona cuando se procura y se le ofrenda lo que es bueno para ella.
Realmente bueno. No lo que viene a suplir una falta de auténtica dedicación al ser querido, poniendo coto a sus quejas, sino lo que efectivamente lo hace crecer, lo mejora, acercándolo con eficacia a su cumplimiento como persona. A este amor -¡a éste!- nuestros hijos tienen derecho, un derecho absoluto.
Pero no tienen derecho, porque implicaría una falsificación del genuino cariño:
- ni al premio desmesurado por las buenas calificaciones -que deberían ser de por sí gratificación más que suficiente-,
- ni a la paga también desmedida,
- ni a las noches locas e incontroladas del fin de semana,
- ni a la prendas de marca tiranizadas por la moda,
- ni a las vacaciones por encima de nuestras posibilidades económicas o de lo simplemente razonable,
- ni a la moto o al coche cuando todavía no son responsables en otros ámbitos de su existencia,
- ni a tantas cosas por el estilo... para comprar cariño
Y los hijos, en el fondo, comprenden y agradecen ese cariño repleto de firmeza.
Lo ilustraré con un par de anécdotas de familias muy cercanas:
1. Aproximadamente hacia los 13 años, la hija mayor de una de ellas planteó el problema, tan ingenuamente dramatizado por la mayoría de los padres, de las salidas nocturnas. La primera tarde que surgió la cuestión, la madre propuso con una calma a la vez recia y serena:
- "De acuerdo, pero a las once y media tienes que estar en casa".
- "Entonces no me compensa salir", replicó la cría.
- "Pues no lo hagas", respondió la madre sin elevar la voz.
Naturalmente, la muchacha cogió una rabieta… pero se quedó en casa. La madre mantuvo sin estridencias su postura, y el asunto no volvió a plantearse.
Al cabo de 6 ó 7 años, cuando la chica -ya mucho más madura- cursaba su carrera en una Universidad lejana a su hogar y empezó a salir en serio con un chico, comentó confidencialmente a su madre:
- "En su momento no lo acabé de entender, pero te agradezco infinitamente que no me dejaras trasnochar cuando te lo propuse; ahora puedo dominarme, pero estoy segura de que entonces habría hecho algo de que lo más tarde hubiera debido arrepentirme".
2. En la otra familia, amiga también, impera el criterio eficacísimo, explicado a los hijos desde los 2 ó 3 años, de que el "todos lo hacen" no tiene ninguna fuerza en ese hogar.
- "Si se trata de algo bueno -se les expone-, tienes mi bendición para realizarlo incluso con la oposición de todos tus amigos; si lo que propones es incorrecto, aunque fuera una costumbre de "todo el mundo", tú no debes llevarlo a cabo".
- Por razones que no tienen por qué extenderse a todas las familias, en aquella, con un buen puñado de hijos pequeños, se estableció que no verían la televisión, sino sólo un video todos juntos el sábado por la noche, que comentarían en la tertulia del domingo. Y se dieron razones adaptadas a la edad de los críos.
- "En primer término, existen multitud de actividades más enriquecedoras, máxime cuando tenéis un montón de hermanos con los que jugar y divertiros".
- "Después -sobre todo para los más pequeños-, porque la exposición prolongada ante el televisor "os vuelve un poco tontitos"".
- Tras más de 20 meses de "ley seca televisiva", en la clase de una de las niñas, por entonces de 6 ó 7 años, se suscitó el "problema" de la televisión. Las crías protestaban sobre todo "porque nuestros padres ven programas que a nosotras no nos permiten ver". Cuando a la hija de mis amigos le preguntaron qué opinaba ella, contestó con sencillez: "Pues en mi casa no nos dejan ver la tele porque mis padres nos quieren mucho".
- Ni qué decir tienen que, al enterarse, los padres fueron los primeros sorprendidos: jamás habían argumentado con razones de cariño… que fueron sin embargo las que captó la niña.
Son dos muestras de exigencia afectuosa -en el fondo y en la forma-, debidas en justicia, modificando lo que imperen las circunstancias, a cada uno de nuestros hijos.)
Porque a lo único que éstos tienen derecho, un derecho del que nadie debería intentar hacerles prescindir, es, diciéndolo con cuatro palabras:
¡A nuestra propia persona!
O, si se prefiere, a lo más personal de cuanto existe en nosotros:
- a nuestro tiempo,
- a nuestra dedicación,
- a nuestro real interés por lo que les ocupa y preocupa,
- a nuestro consejo no impuesto ni avasallador,
- a nuestro diálogo,
- al ejercicio razonado de nuestra autoridad,
- a la fortaleza que nos lleve a no escurrir el bulto cuando -por obligación inderogable- hemos de hacerles sufrir para provocar su maduración,
- a nuestra intimidad personal,
- a que discretamente les manifestemos los propios momentos de exaltación y de derrota,
- a que los introduzcamos efectivamente en nuestras vidas en lugar de inducirles a adoptar, con nuestro hermetismo descuidado y a veces un tanto vanidoso, una existencia independiente…
Y todo lo que sea "intercambiar" esa entrega comprometida por regalos o concesiones irresponsables que acarician lo menos noble de su yo y los conducen a centrarse en sí mismos y en la satisfacción de sus caprichos, equivale, en el sentido más fuerte y literal de la expresión, a comprar a nuestros hijos y, como consecuencia, a prostituirlos, tratándolos como cosas y no como personas.
Lo que, sea dicho de pasada, destruye cualquier ambiente de familia, porque la lógica del "intercambio", del do ut des interesado, es lo más opuesto a la gratuidad del amor que debe imperar en el hogar.

c) Una aplicación concreta: confiar en los hijos
Con otras palabras y ejemplificando todavía en el ámbito de la relación padre-hijos: lo que el cariño hacia ellos exige es que nos pongamos personalmente en juego, en peligro, que estemos dispuestos a sufrir… justo para poder amar y cumplir así nuestro deber de educarlos.
¿Para poder amar? Sí. La cuestión no es sencilla, y requeriría bastante más espacio del que disponemos en este acto. Pero son muchísimas las personas, de características muy diversas, que confirman esta ley fundamental: en la actual condición del ser humano el sufrimiento, el dolor, es un medio imprescindible para purificar nuestro amor.
Tenemos un Ejemplo paradigmático en Jesucristo. Y, en el contexto de la presente intervención, muy limitada en el tiempo, nos basta añadir a él las inequívocas palabras de Juan Pablo II:
"En la intención divina:
- Los sufrimientos están destinados a favorecer el crecimiento del amor y, por esto, a ennoblecer y enriquecer la existencia humana.
- El sufrimiento nunca es enviado por Dios con la finalidad de aplastar, ni disminuir a la persona humana o impedir su desarrollo.
- Tiene siempre la finalidad de elevar la calidad de su vida, estimulándola a una generosidad mayor".
De ahí que el proceso educativo, que es siempre fruto del amor, no pueda llevarse a cabo sin una cierta dosis de sufrimiento propio y ajeno; y de ahí que ponerse a desempeñar las funciones paternas consista, pongo por caso, en depositar real y efectivamente nuestra confianza en cada uno de los hijos, apostando con decisión por su deseo y su capacidad de mejora, y estando dispuestos a perder y dolernos con su derrota. Ya que el amor -es una de las pocas verdades que vio claramente Freud- torna vulnerables a quienes aman.
Esclarezco el ejemplo. Todos los que nos dedicamos a ello sabemos bien que sin confianza recíproca cualquier intento de formación resulta vano. Pero lo que a veces se nos escapa es que semejante crédito ha de ser real, sin fisuras, y justamente con ese hijo que nos plantea más problemas y justo en los aspectos en que más deja que desear. Ahí, precisamente, es donde hemos de depositar el vigor de nuestra esperanza, sin fingimientos, confiando con el alma entera en que el chico o la chica, dispuesto a luchar con todas sus fuerzas, podrá al término vencer, con la ayuda de Dios y con nuestro pobre auxilio.
Y cuando fracase, porque muchas veces fracasará, nosotros, que nos hemos comprometido personalmente en sus escaramuzas, fracasamos también con él. Y, lejos de pronunciar en tono de conmiseración el triste y un tanto vanidoso "ya te lo había advertido", padecemos en lo más hondo con el descalabro, porque, al habernos identificado con el hijo confiando sinceramente en él, ese pequeño "desastre" es tan suyo como nuestro; y, echando mano de nuestros mayores recursos como personas adultas, nos rehacemos del fracaso y del dolor, rehacemos al muchacho… y volvemos a depositar en él toda nuestra confianza, sincera y eficaz, sin ardides ni triquiñuelas.
Semejante clima es incompatible con la despreocupación "ocupadísima" de quien no encuentra tiempo más que para sus actividades personales, ya sean en el ámbito de la profesión, ya en el de la vida social, las diversiones y entretenimientos, los propios hobbies, etc.; pero sólo dentro de ese clima resulta posible el crecimiento fecundo de quienes tenemos encomendados en nuestra familia. Porque tanto en el interior del matrimonio como en las relaciones con los hijos, lo decisivo es "soportar", en el sentido vigorosamente solidario de servir de apoyo por amor, y no "soportar", en la acepción empobrecida de aguantar sufridamente los defectos, la incompetencia o la falta de madurez del otro.
Es lo que, elevando poderosamente el punto de mira, expone el Beato Josemaría Escrivá:
"Si tuviera que dar un consejo a los padres, les daría sobre todo éste: que vuestros hijos vean […] que procuráis vivir de acuerdo con vuestra fe, que Dios no está sólo en vuestros labios, que está en vuestras obras, que os esforzáis por ser sinceros y leales, que os queréis y que los queréis de veras".

3. En el núcleo del núcleo

a) Un cambio de actitud personal…
Para dar un nuevo paso adelante, convendrá insistir en algo que he mostrado otras veces: que todos los problemas educativos son siempre, en última instancia, cuestión de (ausencia de) buen amor. Con lo que resulta relativamente claro el modo en que hemos de comportarnos para enderezar las situaciones menos favorables que pudieran surgir en el hogar.
Siempre hemos de mirar, antes que nada, hacia nosotros mismos, hacia cada uno, para mejorar nuestra actitud y nuestras disposiciones… y el calibre de nuestro querer: la resolución de cualquier dificultad que afecte a una familia encuentra normalmente su punto de partida y su motor insustituible en un cambio estrictamente personal -¡mío!-, que produzca como consecuencia una elevación en la categoría del amor recíproco.
Por obvias razones de espacio, examinaré el asunto sólo en lo relativo a la vida conyugal, pues de ella depende el adelantamiento de todos y cada uno de los componentes de la familia. Y, con el fin de conseguir un resultado satisfactorio, recordaré:
- que la esencia del matrimonio es el amor;
- que el momento resolutivo de todo amor es la entrega; y
- que esta se configura de una manera muy peculiar e intensa entre los esposos, pues cada uno se ofrenda a sí mismo sin condiciones a la persona amada, al tiempo que la acoge también sin reservas. Por tanto, la clave del éxito de la convivencia matrimonial consiste en liberarnos de las ligaduras que nos atan al propio "yo", de modo que se torne viable una entrega cada vez más intensa a nuestro cónyuge y, a la par, en ir desprendiéndose y vaciándose de uno mismo para dar cabida en nuestro interior al ser querido.
Como consecuencia, la auténtica insidia para el perfeccionamiento y la felicidad del matrimonio y de la entera vida familiar la constituyen los presuntos derechos del yo; o, con expresión del Beato Josemaría Escrivá, el problema es "la soberbia", a la que califica como "el mayor enemigo de vuestro trato conyugal".
Ahí, por tanto, debemos incidir siempre que intentemos provocar una reforma en un hogar. Se trata de un punto con frecuencia desatendido, porque en las situaciones de crisis, y en los momentos menos dramáticos de los roces o pequeñas incomprensiones cotidianas, lo instintivo es advertir los déficits de los demás, ignorando o poniendo entre paréntesis los propios.
Por eso, conviene prestar atención a estas tres sensatas advertencias de Borghello:

Primera:
"Ante cualquier dificultad en la vida de relación todos deberían saber que existe una única persona sobre la que cabe actuar para hacer que la situación mejore: ellos mismos. Y esto es siempre posible. De ordinario, sin embargo, se pretende que sea el otro cónyuge el que cambie y casi nunca se logra".
Segunda:
"Resulta decisivo tener una voluntad radical de entrega de sí al otro. A menudo los cónyuges juzgan y "miden" el amor del otro, el don del otro, perdiendo de esta manera el don de sí incondicionado. El don de sí sólo puede exigirse a uno mismo. El del cónyuge […] no se logrará exigiéndoselo, sino creando un clima de donación": el amor llama al amor.
Tercera:
"Es inútil y contraproducente pretender en nuestro interior que el otro o la otra cambien del modo en que yo lo digo y porque yo se lo digo. Cabe favorecer y ayudar la mejora, pero no "pretenderla". Lo que tenga que ocurrir ha de valorarlo el otro o la otra; no es suficiente con amar y tener cariño, es preciso que el otro se sienta amado y estimado. Puede afirmarse sin miedo a errar que muchas familias fracasan porque", movido a menudo por un orgullo semiconsciente, "cada cual está convencido de que es el otro quien debe cambiar o por lo menos el que debe hacerlo en primer término".
El principio, por tanto, no puede estar más claro, y es el propio Borghello quien lo enuncia:
- "Si quieres cambiar a tu cónyuge cambia tú primero en algo". Y explica: "Siempre existe algo en el tono de la voz, en el modo de recriminar, en el de presentar el problema…, en que yo puedo mejorar. Por lo común basta que yo lo haga para que la otra persona también cambie.
- Si no sucediera así, después de algunos días de mudanza real por mi parte, es conveniente hablar: se reconocen los propios errores pasados, se hace notar que de un tiempo a esta parte ha habido un avance y, a renglón seguido, se pide al cónyuge una pequeña transformación que facilite el amarlo con sus defectos. Una vez hecho esto, si el otro está de acuerdo, lo más importante ya ha sido realizado.
- Sin duda, sería exagerado pretender que desde ese momento no caiga más en el defecto admitido; basta que luche. Lo importante, con el arte del diálogo, es que cada uno reconozca las propias deficiencias sin necesidad de encarnizarse en las de la pareja.
- Quien no haya jamás probado a modificar el propio modo de obrar para ayudar a los demás a hacerlo, basta que lo intente y advertirá de inmediato una mejoría perceptible"… y en ocasiones asombrosa.
Se trata de un remedio aplicable no sólo a las situaciones más o menos complicadas, sino a todas aquellas que convierten nuestras casas -con expresión del Beato Josemaría, a quien cito de nuevo porque en el fondo debo cuanto de positivo pudiera haber en esta intervención- en auténticos "hogares luminosos y alegres".
La médula de una vida de familia lograda está entretejida por multitud de costumbres gozosas, que -por decirlo de algún modo- se sobreponen y suavizan los momentos de tirantez y los pequeños rifirrafes que nunca pueden estar del todo ausentes del hogar.
Entre otras: los detalles, también materiales, que dan intimidad y especial relieve a los días de fiesta (incluso a los que se "inventan" cuando temporadas menos fáciles los reclaman); los regalos de los más pequeños -mínimos, pero fruto esforzado de sus ahorros- a los restantes hermanos, a los padres ¡o a los abuelos!, cuando se celebran sus respectivos santos o cumpleaños; la atención de cada uno al resto durante las comidas, realizadas siempre que se pueda todos juntos, sin la presencia perturbadora de radios o televisiones, y salpicadas en la mayor proporción posible por toques de buen humor, que desaten incluso la risa; la golosina que refuerza, para los de menor edad, la satisfacción de acudir juntos a la Santa Misa en los días de precepto… Esas y otras muchas tradiciones deben mantenerse y reforzarse para elevar progresivamente el tono de nuestros hogares. Y, como sugería, cuando alguna de ellas dé muestras de languidecer, es la propia reacción personal, con un compromiso ¡mío! más alegre y rejuvenecido, la que debe sacarla a flote.
Y con esta última advertencia nos situamos de nuevo en lo que considero el núcleo de los núcleos de toda labor formadora:
- Hacer ver a quienes se presentan ante nosotros que la clave para superar el 99% de los problemas que surgen en su hogar consiste en empeñarse personalmente -¡cada uno!- en aquilatar la categoría de su propio amor… olvidándose de sí y poniendo en sordina los propios "derechos".
- Y esto, tanto por lo que atañe al matrimonio como a las relaciones con los hijos y a las de los hermanos entre sí.
- Luchando por modificar nuestra propia conducta, haciendo más tersa y eficaz nuestra entrega, se enriquecerá antes que nada la vida conyugal y, potenciada por ella, la del conjunto de la familia… y, a la larga, la de la entera Humanidad.

b) … para transformar el mundo
Hace ya muchos años, casi en los inicios de su pontificado, en 1979, Juan Pablo II asentó este principio esclarecedor e incuestionable: "Cual es la familia, tal es la nación, porque tal es el hombre". De lo que cada uno hagamos en el seno del propio hogar depende no ya la buena salud de nuestros respectivos países, sino, en virtud de los profundos cambios acaecidos en los últimos decenios -la famosa globalización-, el bienestar de la Humanidad en su conjunto.
Resulta cada vez más patente que los "recursos institucionales" -política, organismos públicos de alcance nacional o internacional, violencia más o menos controlada…- se van demostrando insuficientes para remediar una debacle que exige, por el contrario, antes que nada, y de modo cada vez más urgente e imperativo, una auténtica conversión de los corazones: de cada uno de todos.
Estimo, por eso, que el momento es muy oportuno para poner en primer plano lo que aquí he denominado el "núcleo" de la formación familiar: la neta conciencia de que ennoblecer la calidad del propio amor, antes que nada en el interior de cada matrimonio, posee una importancia inigualable y goza a la larga de una eficacia insospechada… para el perfeccionamiento de las relaciones entre todos los hombres.
En tal sentido, resultan casi proféticas, y tremendamente operativas, las afirmaciones que el Sumo Pontífice hacía en el último Jubileo de las familias, el 15 de octubre del año pasado: "Al ser humano -expresó en primer lugar- no le bastan relaciones simplemente funcionales. Necesita relaciones interpersonales, llenas de interioridad, gratuidad y espíritu de oblación. Entre estas, es fundamental la que se realiza en la familia: no sólo en las relaciones entre los esposos, sino también entre ellos y sus hijos. Toda la gran red de las relaciones humanas nace y se regenera continuamente a partir de la relación con la cual un hombre y una mujer se reconocen hechos el uno para el otro, y deciden unir sus existencias en un único proyecto de vida".
Quiero repetir las palabras finales de la cita, porque compendian el mensaje de mi entera intervención. Toda la gran red de relaciones entre los hombres se alimenta y adquiere su tono de la que se establece en el ámbito matrimonial. Todas las relaciones. No sólo las del propio hogar, sino también -aunque no alcancemos a advertirlo sino confusamente, y aunque el proceso que lleve a ello haya por fuerza de ser largo y nunca del todo definitivo- las que componen esa prolongación de la familia constituida por el propio país… y por la entera Humanidad.
Todo ello depende -es la inequívoca afirmación del Sumo Pontífice- del acrisolamiento del amor conyugal: "un hombre y una mujer", como él mismo subraya; de lo que hagan con su cariño cada uno de los esposos. Pero, por desgracia, el matrimonio no goza en nuestro tiempo de la buena salud que sería de desear. Considero por eso que la principal misión de los formadores, la que las circunstancias actuales les han asignado de manera perentoria y no delegable, consiste en hacer eco a la conocida exhortación de la Familiaris consortio: "Familia, ¡sé lo que eres!"; hacerle eco y traducirla en esta otra más concreta y exigente, dirigida de manera imperiosa a cada cónyuge: ¡sé tú el que eres! y consigue, mediante una purificación de tu amor personal, hacer de tu matrimonio lo que por naturaleza está llamado a ser.
Es la forma más rápida y eficaz, y la más asequible, de contribuir a la felicidad de todos los hombres.

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CHINGUEL ARRESE, César
Piura, Piura, Peru
Ingeniero Indutrial - Doctor Ingeniero Industrial - Master en Matrimonio y Familia
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