martes, 6 de febrero de 2007

AMOR CONYUGAL

“Amor conyugal, Realidad RADICAL”

CHINGUEL ARRESE, César
Universidad de Piura - febrero 2007

En el presente artículo se reflexiona sobre lo que es el amor entre un varón y una mujer. Veremos que el amor conyugal, además de ser un misterio, es la donación de sí mismos que hacen un varón y a una mujer, en razón de la bondad intrínseca que tiene la sexualidad humana. Esta donación es de tal entidad que afecta el ser de los cónyuges y genera en ellos un nuevo modo de ser en la unión, una comunión de personas que, sin destruirlas, las perfecciona haciéndolas más humanas a lo largo del tiempo.


1. Introducción
No se puede entender al hombre si no se comprende el amor, y no se puede entender lo que es el amor sin una adecuada visión del hombre. Nuestros tiempos están marcados por el vaciado de contenido de algunos conceptos fundamentales: términos como el amor, que hasta hace poco parecían tener claro su significado, ahora parecen tener una significación ambigua y relativa. Sin embargo, y pese al abuso que se ha hecho con esta palabra, asistimos a un renacer de su buen uso y significado. “Y es que, como escribe Pieper, las palabras básicas y fundamentales no consienten que se las sustituya, al menos no toleran que se haga arbitrariamente, ni se prestan a que su contenido sea expresado por otras, por racionalmente fundada que esté esa decisión de suplantarlas” [1].
A lo largo de la historia nuestra cultura ha recogido incontables expresiones que reflejan de modo maravilloso lo que es el amor humano; hombres y mujeres de todas las épocas y lugares han dejado plasmado en el arte, la pintura, la poesía, la música, en refranes y costumbres, lo que el amor ha suscitado en sus vidas. El amor forma parte de nuestras vidas. ¿Quién no evoca estremecido el amor que siente por su cónyuge, por sus hijos, sus padres, sus hermanos, o sus amigos? ¿Qué esposo no reconoce que todas las mujeres son iguales menos una, que es su mujer, aquella a quien ama? ¿O qué esposa no reconoce que todos los hombres son iguales, menos uno, que es su marido, aquel a quien ama?
Con el amor sucede lo que con el tiempo: se le conoce bien por experiencia, hasta que nos preguntamos ¿qué es?, y entonces las respuestas no alcanzan a definirlo. Toda persona sabe lo que es el amor por experiencia personal, sabe que existe, pero en cuanto trata de abstraer un concepto empleando la fría razón surgen las dificultades. Tiene la experiencia íntima y entrañable del amor, no duda de su existencia, pero le cuesta definirlo y sólo alcanza a describir lo que le suscita.
Desde los más tiernos años aprendemos a amar en el seno familiar. Las relaciones íntimas que surgen en la intimidad de la familia, es el ámbito natural propio para esa pedagogía. Con el correr de los años los círculos de relaciones van creciendo, y con ellos la posibilidad de establecer relaciones íntimas con otras personas también crece. Surgen así otros tipos de amor, como el amor de amistad, el fraternal, conyugal, etc. Nuestra vida se va enriqueciendo con la calidad de esos amores, y nuestra biografía se va entretejiendo con la de otras personas que vamos amando mientras vivimos.
2. Amor, realidad radical

“Al observador superficial que no tiene suficientemente en cuenta la estructura personal de la experiencia, le puede parecer que el amor no es más que el instinto elevado a una potencia específicamente humana. Otro podría ver en él no una experiencia de pertenencia mutua, sino una simple sublimación del deseo”[2] . La naturaleza insondable y misteriosa del amor impide una definición inequívoca de éste. Muchas concepciones sobre el amor, podrían ser ciertas, aunque incompletas y no pasarían de ser enfoques parciales del amor.
El amor es la realidad más íntima que pueda existir, es lo más radical de la existencia humana, algo a lo cual todo ser personal tiende, y en el cual se complace. “El amor es el primer movimiento, la primera vibración, podríamos decir, del ser hacia el bien. Ciñéndonos concretamente al hombre, el amor es la primera reacción de su sentimiento y de su voluntad, que se complacen en el bien”[3]. Existe pues una estrecha relación entre el amor y un bien que afecta de algún modo a nuestro ser. Pero ¿cómo puede entenderse lo que es el amor?
El amor somos nosotros mismos que, motivados por algo muy bueno presente en el ser de otra persona, decidimos entregarnos a ella, en donación mutua, con la finalidad de conformar una unión. “El que ama sale de su interior y se traslada al del amado en cuanto que quiere su bien y se entrega por conseguirlo, como si fuera para sí mismo”[4]. Cuando se ama, la voluntad quiere el bien del otro como si fuera el propio bien, y la inteligencia se complace en esa razón de bondad. Aunque, como todo lo que tiene valor, ese querer no es gratuito, pues cuesta trabajo y requiere un esfuerzo de vencimiento propio para pensar en el bien del otro sobre el de uno mismo. Al vencer el amor propio, la voluntad se ve fortalecida por la razón de bondad del amor hacia el otro, y en esa dinámica, se va descubriendo con sorpresa aspectos de bondad propios que hasta entonces eran desconocidos, y que amando se van revelando en una novedad permanente: la del amor.
“En último término, el amor es una capacidad de transcenderse a sí mismo y, por lo tanto, no permite prescindir del otro ni su dominio pragmático”[5]. El hombre ya no busca sólo su felicidad, sino que busca sobre todo la de la persona amada. El interés propio se descentra y el yo pasa a un segundo plano, para trasladar el interés a la búsqueda de la felicidad del otro, de tal modo que ya no es ese yo el que importa, sino el tú. Así, amando de este modo, quien ama va descubriendo que el yo crece y se enriquece humanamente en la medida que se produce el olvido de si. Por ello el que ama no quiere estar lejos de quien ama; es muy bueno para él que el otro exista, y le hace mucho bien el amar cada vez más y mejor a esa persona.
3. Qué es el amor conyugal
No todos los amores humanos son iguales, todos tienen en común su relación con el bien, pero poseen algunos rasgos que los diferencian. Así, la diferencia entre amor de amistad, amor filial, amor fraternal, amor conyugal radica en la diferente razón de bondad que los genera. El amor entre padres e hijos tiene como razón de bondad la transmisión de la vida, el amor fraternal el mismo origen de consanguinidad, etc. Entre todos los tipos de amores humanos hay uno especialmente relevante, uno que por su trascendencia y grado de unión es el icono del amor humano; este amor es el que se da entre un varón y una mujer: el amor conyugal.
¿Cuál es entonces la razón de bondad del amor conyugal? ¿Cuál es el bien que lo genera? “La conyugalidad contiene una específica razón de bondad y un exclusivo título formal en la comunicación del cuerpo sexuado, que es la copertenencia del cuerpo del cónyuge como si del propio cuerpo se tratase”[6]. Esta copertenencia mutua no se da en ningún otro tipo de amor humano y en virtud de la unidad substancial de la persona humana, esa copertenencia supera el cuerpo – que no es separable del alma – y comprende a toda la persona amada.
Para que el amor conyugal pueda nacer, es necesario que estén presentes y dispuestos todos los dinamismos de la persona humana que lo generan, incluida la madurez biológica y afectiva; pero además, es necesario que éstos se ordenen para dar cumplimiento a la razón de ser natural de la sexualidad humana. Todos los dinamismos adquieren así, en razón de la modalidad que impone lo conyugable, unas estructuras y dinámicas singulares que hacen que la intimidad misma de la persona se descentre y se traslade a las fronteras mismas del ser, es decir, a los límites de su corporeidad. Y lo hace, para cumplir con su finalidad, para dar cumplimiento a la razón de ser de su conyugalidad, para poder donarse a otra persona, dejando que la otra persona penetre en ella y abriéndose ella misma, de tal modo que ambas se entrelacen armónicamente, sin reservas, en una misma intimidad que ahora difiere de “lo mío” y “lo tuyo”, naciendo “lo nuestro”. En esta dinámica varón y mujer se elevan, por amor, a un nuevo modo íntimo de ser juntos, modo íntimo en el que nadie más puede acceder, y en el que las dos personas conyugalmente complementarias se encuentran verdaderamente como son, en toda su desnudez íntima, no sólo corporal, sino y sobre todo espiritual.
El amor conyugal es bueno, sencillo y ordinario, vive en lo común y cotidiano de cada día, en lo que somos, con nuestras virtudes y nuestros defectos. Amamos en y con nuestras acciones, tal como somos. Cuando amamos, en virtud de nuestra unidad substancial, lo hacemos integralmente, con todo nuestro cuerpo sexuado y con nuestra alma personal en su totalidad, y amamos comunicando niveles de intimidad conyugal, comunicación que se perfecciona y renueva a lo largo de toda la vida.
“El amor conyugal se distingue de otro tipo de amor en su específico carácter sexual, y por lo tanto, por la dimensión procreadora. Varón y mujer se unen como dos personas, pero en cuanto son accidentalmente distintas en un conjunto de características psico-corpóreas. En este sentido, tan falso sería situar el amor conyugal sólo en lo que varón y mujer son diferentes, como situarlo únicamente en el carácter común de personas humanas”[7]. Si se centrara el amor conyugal solamente en la diferenciación sexual, el amor perdería calidad y se degradaría debido a que la razón de bondad estaría solamente en aquello conyugalmente distinto: la sexualidad. Se corre así el riesgo de cosificar a la persona asignándole su valor solamente en lo corpóreo, despersonalizando el amor conyugal. Por otra parte, tampoco es válido centrar el amor entre varón y mujer como ajeno a lo corpóreo, pues de ser así, se trataría de otro tipo de amor como podría ser el amor de amistad. Los protagonistas del amor conyugal son un varón y una mujer, y ambos son personas humanas completas. Por lo tanto, lo que se ama en el amor conyugal es la totalidad de la persona humana, en cuanto son varón y mujer, pero toda la persona humana.
El amor conyugal reclama exclusividad. Cuando alguien se enamora lo hace de una persona en concreto, de ese o esa y no de otra. Algo de esa persona le atrae tanto que decide tener con ella infinidad de detalles, primero de afecto, luego de mayor intimidad conyugal, hasta que ve que su voluntad personal quiere unirse a ella para toda la vida. Se ve así que el amor crece en el tiempo superando sus fases, a saber: la fase del enamoramiento, la del matrimonio, y la conformación de la unión de uniones.
Como realidad radicalmente humana, el amor requiere que existan unas condiciones mínimas que permitan que nazca, crezca y de fruto; estas condiciones son sus presupuestos. Los presupuestos necesarios para el amor son todos los dinamismos que tiene la persona humana, tanto biológicos, afectivos, como los correspondientes a las facultades superiores: la inteligencia y la voluntad. Y decimos todos porque la persona humana es una unidad substancial de cuerpo y alma que no puede partirse; no es posible hacer algo con nuestro cuerpo que no afecte también los demás dinamismos, no se pueden modificar unos dinamismos permaneciendo inalterables los otros. La persona humana no es la suma de un cuerpo más un alma acoplados, es al mismo tiempo cuerpo y al mismo tiempo alma, y cuando ama, lo hace al mismo tiempo con todo su cuerpo y con toda su alma personal.
En lo biológico el amor conyugal requiere que el cuerpo de la persona haya alcanzado la madurez sexual necesaria para posibilitar la unión conyugal. “Varón y mujer no son una materia simple. Uno y otra son, en cuanto personas humanas completas, un singularísimo compuesto de alma y cuerpo propios. Varón y mujer son modalizaciones sexuales de la misma corporeidad humana y son también seres personales con espíritu dotado de entendimiento racional y voluntad libre”[8]. Pero no basta con haber alcanzado esa madurez sexual, es preciso poseer una madurez afectiva que permita centrar los afectos en lo conyugalmente bueno, y es necesario poseerse a si mismo para hacer posible el gobierno de la libertad personal. Cada plano humano: el instintivo (biológico), el afectivo (eros) y el racional (ágape), tienen sus dinámicas propias, y en el amor conyugal adquieren unos modos específicos de acción que posibilitan la unión con otra persona sexualmente complementaria. Para que el amor conyugal sea más humano, más genuino, se requiere que el plano instintivo esté siempre gobernado por el plano afectivo, y éste se encuentre dirigido por el plano racional.
4. Pacto conyugal
El amor conyugal se inicia con la fase del enamoramiento en el que un varón y una mujer se encuentran y coinciden en una complacencia conyugal mutua. La totalidad de la persona participa de esta complacencia en el bien de la conyugalidad de la otra. La persona se siente atraída hacia la otra y se complace en la cercanía íntima que ésta le genera, y por ello, busca estar junto a ella conociéndola más, intimando más, y de este modo, va confirmando a su voluntad en el deseo de una unión mayor, ya no de un simple coincidir, sino de una verdadera unión, unión que sólo es posible si los amantes – varón y mujer - se donan mutua y totalmente. Para que se consolide la donación, es preciso que ambos amantes se dispongan a darse y a acogerse mutuamente, primero de modo incipiente durante la adolescencia, y de modo radical cuando la unión se concrete.
En la primera fase del amor conyugal suelen ocurrir cambios en el comportamiento y en los modos de comunicación interpersonal para manifestar que se está en disposición de donarse a sí mismo y de acoger a otro en la intimidad. Como diría P. J. Viladrich, los adolescentes empiezan a asistir a lugares donde están los “predispuestos”, asisten donde están aquellos que no aman a nadie en concreto, pero aman amar, y buscan a quien amar. Alcanzada la madurez necesaria, la dualidad presente en la naturaleza humana, manifestada en sus dos modos básicos de ser, el de varón y el de mujer, tiende a generar una dinámica intensa de don y acogida mutua que posibilita el inicio de una relación amorosa única.
Se inicia así un proceso que propicia la unión entre un varón y una mujer y tiende a madurar generando un nuevo modo de ser. Llegado el momento, y si esta primera fase del amor logra superar una serie de obstáculos, los amantes llegan al momento más radical en la vida del amor conyugal: la entrega total y mutua de sí que hacen el varón y la mujer, entrega que compromete lo que ahora son y lo que pueden llegar a ser en la vida. Al ser la entrega total, lo es tanto en lo que ahora son los amantes, como en lo que pueden llegar a ser, por eso, además de ser una unión de uno con una, es una unión para siempre, es decir, mientras vivan.
Esta entrega se concreta de un modo singular y único en el llamado “pacto conyugal”, alianza matrimonial o boda. Éste es el momento fundacional del matrimonio, en el cual los amantes, en pleno uso de su libertad, se entregan y aceptan mutuamente como esposo y esposa, y se donan a sí mismos para constituir el vínculo.
Este vínculo afecta el ser del varón, de tal modo que desde ese momento deja de serlo para pasar a ser esposo, y afecta al ser mismo de la mujer, que así pasa a ser esposa. Ha sucedido en ambos un cambio radical y fundamental, pues ahora conforman un nuevo modo de ser, se pertenecen en lo nuestro, no retóricamente, sino realmente de modo exclusivo y perpetuo. El pacto conyugal genera así un cambio de estado en el varón y la mujer porque supone la donación y aceptación mutua del ser de ambos en todo lo conyugable, de tal manera que ya no son dos, sino que son realmente una sola carne.
5. Matrimonio
Varón y mujer se han entregado totalmente en la alianza matrimonial. La virilidad del varón ya no le pertenece, ahora es de ella y a ella se debe; y la feminidad de ella ya no le pertenece, ahora es de él, y a él se debe; pero no se trata de dos relaciones biunívocas, la de él hacia ella y la de ella hacia él, sino de una sola relación, la que los ubica en un nosotros, nuevo, distinto, generador y procreador.
Luego del pacto conyugal se genera un vínculo de naturaleza jurídica entre los esposos, con sus correspondientes deberes y derechos. Esta relación, este vínculo, se asienta en el ser mismo de los esposos, siendo ellos mismos los que constituyen el vínculo de la unión. Esta “unidad de dos” es única e irrepetible en toda la historia de la humanidad. Si ellos mismos son únicos e irrepetibles por ser personas humanas completas, su unión también lo es. Se crea así algo nuevo, algo que es lo nuestro, que vive en y por el nosotros. Sólo el amor conyugal es capaz de esta novedad, novedad que tiene la potencia procreadora de traer nuevas vidas al mundo; por eso el amor en el matrimonio es un amor bueno, entrañable, íntimo, alegre, esforzado, que bien vivido, hace profundamente felices a los cónyuges.
Ese “nosotros”, ese ser juntos, es un co-ser nuevo que es capaz de dar a la vida de los esposos una nueva dimensión antes ignorada por ambos. Esa unión en el co-ser presupone un encuentro aparentemente accidental en el que hay una serie de coincidencias de espacio y tiempo que supera a los amantes, que no dependen de ellos, y que da la idea de un Ser subsistente que propone esa posibilidad de unión, siendo la voluntad personal de los amantes la que debe responder libremente a esa propuesta vital o vocacional.
6. Vida matrimonial
El amor conyugal es el gran tesoro del matrimonio, y también, el fundamento del resto de amores que surgen en la familia con la llegada de los hijos, y obviamente, el fundamento de toda sociedad bien constituida. Por ello, hay que cuidarlo, alimentarlo, restaurarlo, y hacerlo crecer. Cuidarlo significa no exponerlo a peligros, mantenerlo dentro del ámbito de la intimidad de los esposos; hacer uso de la sexualidad con gran delicadeza; darle en la vida el lugar que debe tener, dedicándole lo mejor de nuestro tiempo. Deberá tener prioridad sobre otros intereses, sobre los amigos, sobre la vida profesional, incluso, sobre nosotros mismos. Un amor así de cuidado crece, genera confianza, une a los esposos de tal modo que los enriquece, los mejora, y crea en ellos un grado de unión tal, que ya no son dos, sino uno.
Los seres humanos somos imperfectos, y nuestro modo de amar también lo es; y muchas veces, nos equivocamos, llegando incluso a herir precisamente a la persona a quien más amamos. Es entonces cuando debemos restaurar el amor, alimentándolo con muestras de cariño, y con detalles que pueden llegar a ser heroicos. El gran secreto del matrimonio es el sentido de pertenencia, es decir, el saberse y reconocerse que le pertenecemos a la otra persona. Que somos en y de ella, y por lo tanto, debemos ser fieles amando en exclusiva y para siempre. “Ser unión y conservarla es un gran bien psicológico y biográfico. Es la garantía de la recta intención conyugal a lo largo y ancho de las vicisitudes de la comunicación cotidiana concreta. Y es la fuente de la verdadera confianza entre los esposos”[9].
El amor conyugal es el amor que toda persona casada conoce bien. Ese amor que un buen día, de modo misterioso y casi sin buscarlo, apareció cuando conoció al amor de su vida. Me refiero al amor cotidiano, el de cada día, al amor que a los casados nos impulsa a vivir unidos y relacionarnos cada vez más con quien amamos, el que nos lleva a desprendernos de tantas cosas buenas para darlas sin condiciones simplemente porque creemos que vale la pena. Ese amor no es la ensoñación que parte de nuestra cultura mediática muestra cotidianamente; es mucho más que un sentimiento. Es sobretodo acción, acto puro, movimiento de nosotros mismos hacia otro, intimidad, tiempo, vida que se comparte, trabajo esforzado, alegría y también dolor y dificultades. “Tendría un pobre concepto del matrimonio y del cariño humano quien pensara que, al tropezar con esas dificultades, el amor y el contento se acaban. Precisamente entonces, cuando los sentimientos que animaban a aquellas criaturas revelan su verdadera naturaleza, la donación y la ternura se arraigan y se manifiestan como un afecto auténtico y hondo, más poderoso que la muerte”[10].
Hemos visto que el amor conyugal, además de ser un misterio, es la donación de sí mismos que hacen un varón y a una mujer, en razón de la bondad intrínseca que tiene la sexualidad humana. Esta donación es de tal entidad que afecta el ser de los cónyuges y genera en ellos un nuevo modo de ser en la unión, una comunión de personas que, sin destruirlas, las perfecciona haciéndolas más humanas. Este amor, está llamado a conformar a lo largo del tiempo una unión de uniones entre los esposos y constituye un verdadero camino de perfección humana para ellos.

[1] HERVADA, J. (1987) “Diálogos sobre el amor y el Matrimonio” – EUNSA – tercera edición pp.23
[2] WOJTYLA, Karol (1999) “El Don del Amor” – 1999 - Ed. PALABRA – segunda edición pp. 60.
[3] HERVADA, J. (1987) “Diálogos sobre el amor y el Matrimonio” – EUNSA – tercera edición pp.26
[4] TOMÁS DE AQUINO “Suma Teológica” – Cuestión 20, artículo 2.
[5] POLO, Leonardo -Conferencia 1976 publicada por la revista Nuestro tiempo de Pamplona en 1979 (nº 295: pp. 21-50), y reeditada en 1993 con el título La versión moderna de lo operativo en el hombre como capítulo tercero del libro Presente y futuro del hombre (Rialp: Madrid); pp. 62-86
[6] VILLADRICH Pedro-Juan - “El Ser Conyugal” - pp 39
[7] HERVADA, J. (1987) “Una Caro” – EUNSA – primera edición pp. 482.
[8] VILLADRICH Pedro-Juan - “El Ser Conyugal” - pp 58
[9] VILLADRICH, Pedro Juan “El Ser Conyugal” - RIALP – primera edición pp. 91.
[10] ESCRIVÁ, Josemaría “Es Cristo que Pasa” Nº 24

5 comentarios:

  1. yo creo q es algo q implica mucha res´ponsabilidad en el hogar

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  2. pues lo mismo eso es el amor

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  3. el amor conyugal es complicado por que tanto el hombre y la mujer vienen de diferentes formas de pensar y en el momento de formar una familia tanto el hombre y la mujer se entregan uno al otro y trataran de ponercce de acuerdo y llegar a una sola idea.

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